CAPÍTULO UNO
Los recuerdos de Tae volvieron gradualmente; sintió sus drogados miembros contra los cojines de seda, los pesados puños de oro en las muñecas como pesas de plomo. Sus párpados se levantaban y bajaban. Los sonidos que oía no tuvieron sentido en un primer momento: murmullos de voces hablando en vereciano. El instinto le gritó: «levántate».
Se recompuso, irguiéndose sobre sus rodillas. «¿Voces busanians?»
Sus pensamientos confusos llegaron a esa conclusión, no pudo ir más allá al principio. Su mente era más dura que su cuerpo para recuperarse. No podía recordar nada inmediatamente posterior a su captura, aunque sabía que había pasado un tiempo entre ese entonces y el ahora. Era consciente de que en algún momento había sido drogado.
Buscó ese recuerdo. Al final lo encontró.
Había tratado de escapar.
Había sido transportado en el interior de un carromato cerrado, bajo fuerte vigilancia, a una casa en las afueras de la ciudad.
Había sido sacado del carromato y dirigido a un patio cerrado y... recordó campanas. El patio se llenó de repente del sonido de campanas, una multitud de cacofonías desde los lugares más altos de la ciudad, transportadas por el aire cálido de la tarde.
Campanadas al atardecer, anunciando un nuevo rey.
«TaeYang está muerto. Todos aclaman a BaekHyun».
Ante el sonido de las campanas, la desesperación por escapar había anulado cualquier necesidad de precaución o disimulo, la furia y el dolor se apoderaron de una parte de él en torrente. La partida de los caballos le brindó la oportunidad. Pero fue desarmado y rodeado por los soldados en el patio cerrado. La manipulación posterior no fue delicada. Lo arrojaron a una celda en las entrañas de la casa, después de lo cual, lo drogaron. Los días habían pasado uno tras otro.
Del resto, recordó solo breves fragmentos, incluyendo su estómago hundido, la bofetada y el salpicón de agua salada: había sido transportado a bordo de un navío.
Su cabeza se estaba despejando. Se despejaba por primera vez en… ¿cuánto tiempo?
¿Cuánto tiempo después de su captura? ¿Cuánto hacía que las campanas habían sonado? ¿Cuánto tiempo había permitido que esto continuara? Una oleada de fuerza de voluntad hizo que Tae se alzara de sus rodillas hasta ponerse en pie. Debía proteger su hogar, a su pueblo. Dio un paso.
Una cadena tintineó. El suelo de baldosas se deslizó bajo de sus pies vertiginosamente y su visión fluctuó.
Buscó soporte y apoyó un hombro contra la pared. Por pura fuerza de voluntad no se deslizó hacia abajo. Mientras se mantenía en posición vertical, obligó a los mareos a retroceder. ¿Dónde estaba? Obligó a su confusa mente a hacer un inventario de sí mismo y de su entorno.
Iba vestido con las breves prendas de un esclavo daeg completamente. Supuso que eso significaba que había sido manipulado, aunque su mente no pudiera suministrarle el recuerdo de que aquello sucediera. Aún llevaba el collar y los puños de oro en las muñecas. Su cuello estaba sujeto a un gancho de hierro en el suelo por medio de una cadena y un candado.
Una débil desesperación lo amenazó por un momento; olía ligeramente a rosas.
En cuanto a la habitación, donde quiera que mirara, sus ojos eran abrumados con ornamentación. Las paredes estaban invadidas por la decoración. Las puertas de madera eran delicadas como mamparas y talladas con un diseño repetitivo que incluía estanques; a través de ellas se podían divisar las indefinidas figuras que estaban del otro lado. Las ventanas también se destacaban. Incluso las baldosas del suelo estaban parcialmente coloreadas y dispuestas en un patrón geométrico.
Todo daba la impresión de patrones dentro de patrones, enrevesadas creaciones de la mente busanian.
De repente, todo encanjó; voces busanians, la humillante presentación ante el consejero GeounSoo: «¿Todos los esclavos nuevos son atados?» , el barco y su destino.
Esto era Busan.
Tae miró a su alrededor con horror. Estaba en el corazón del territorio enemigo, a cientos de kilómetros de casa.
No tenía sentido. Estaba respirando, sin peligro, y no había sufrido el lamentable accidente que podría haberse esperado. Los verecianos tenían buenas razones para odiar al príncipe TaeHyung de Daegu. ¿Por qué estaba todavía vivo?
El sonido de un cerrojo siendo retirado atrajo bruscamente su atención hacia la puerta.
Dos hombres entraron en la habitación. Observándolos con cautela, Tae inequívocamente reconoció al primero como uno de los supervisores verecianos del barco. El segundo era un extraño: moreno, con barba, vestido a la manera de Busan, con anillos de plata en cada una de las tres articulaciones de cada dedo.
ㅡ¿Este es el esclavo que va a ser presentado al Príncipe?ㅡ preguntó el hombre de los anillos.
El supervisor asintió.
ㅡDices que es peligroso. ¿Qué es? ¿Un prisionero de guerra? ¿Un criminal? ㅡEl supervisor se encogió de hombros en un “¿Quién sabe?” ㅡ Mantenle encadenado.
ㅡNo seas tonto. No podemos mantenerlo encadenado para siempre. ㅡTae podía sentir la mirada del hombre de los anillos demorándose en él. Las siguientes palabras fueron casi de admiración. ㅡ
Míralo. Hasta el Príncipe tendrá las manos llenas.
ㅡA bordo del barco, cuando causó problemas, fue drogado ㅡ informó el supervisor.
ㅡYa veo. ㅡLa mirada del desconocido se volvió evaluadora.ㅡ Amordázalo y acorta la cadena para la visita del Príncipe. Y organiza una escolta adecuada. Si le causa problemas, haz lo que sea necesarioㅡ habló con desdén, como si Tae fuera de poca importancia para él, solo una tarea más en su lista de pendientes.
Tae empezaba a darse cuenta, a través de la diluida neblina de las drogas, que los captores no conocían la identidad de su esclavo. «Un prisionero de guerra. Un criminal». Dejó escapar un cauteloso suspiro.
Se obligó a permanecer tranquilo y discreto. La suficiente presencia de ánimo volvió a él como para ser consciente de que, como príncipe TaeHyung sería poco probable que durara una noche con vida en Busan. Era mucho mejor pasar por un esclavo sin nombre.
Permitió la manipulación. Había evaluado la posibilidad de escapar y la disposición de los guardias que conformaban su escolta. La aptitud de los mismos era menos importante que la calidad de la cadena alrededor de su cuello. Aún tenía los brazos atados a la espalda, estaba amordazado y la cadena del cuello había sido acortada a solo nueve eslabones, por lo que, incluso de rodillas, la cabeza permanecía gacha y apenas podía mirar hacia arriba.
Sus guardianes se apostaron en sus flancos y a cada lado de las puertas que tenía enfrente. Tuvo tiempo para percibir el silencio expectante en la habitación y la cadena, prieta sobre los latidos de su corazón en el pecho.
Hubo una ráfaga repentina de actividad, voces y pasos acercándose. «La visita del Príncipe».
El Regente de Busan estaba ocupando el trono de su sobrino, el Príncipe Heredero. Tae no sabía casi nada sobre este príncipe, excepto que era el más joven de los dos hijos. El hermano mayor y ex heredero, Tae lo sabía muy bien, estaba muerto.
Un puñado de cortesanos entró en la habitación.
Los cortesanos eran anodinos a excepción de uno: un hombre joven con un sorprendente y encantador rostro, la clase de rostro que habría hecho ganar una pequeña fortuna en la remesa de esclavos de Daegu. Atrajo la atención de Tae y la mantuvo.
El joven tenía el cabello rubio, los ojos azules y la piel muy blanca. El color azul oscuro de la austera ropa rigurosamente atada, era demasiado insípido para su pálida dermis, y ponía de manifiesto el contraste con el estilo excesivamente recargado de las habitaciones. A diferencia de los cortesanos que arrastraba a su paso, no llevaba joyas, ni siquiera anillos en los dedos.
Mientras se acercaba, Tae vio que la expresión que permanecía en el hermoso rostro era arrogante y destemplada. Tae conocía el tipo. Egocéntrico y ambicioso, engendrado para sobreestimar su propia valía y para preocuparse en ejercer mezquinas tiranías sobre los demás.
Consentido.
ㅡOí que el rey de Daegu me envió un regalo ㅡdijo el joven, que era JiMin, príncipe de Busan ㅡ. Un daeg postrado sobre sus rodillas. Qué apropiado.
Tae fue consciente de la atención de los cortesanos a su alrededor, reunidos para presenciar la recepción del Príncipe a su esclavo. JiMin se había detenido en seco en el momento en que había visto al esclavo, girando su pálido rostro como en respuesta a una bofetada o un insulto. La perspectiva visual de Tae, medio truncada por la corta cadena en su cuello, había sido suficiente para percatarse. Pero la expresión de JiMin se había cerrado rápidamente.
Que él era uno más dentro de una remesa mayor de esclavos fue algo que Tae supuso, pero que los murmullos de los dos cortesanos que estaban más cerca, para su disgusto, le confirmaron. Los ojos de JiMin vagaban por encima de él, como si evaluara una mercancía.
Tae sintió que un músculo se ponía rígido en su mandíbula.
El consejero GeounSoo tomó la palabra.
ㅡHa sido destinado como esclavo del placer, pero no está entrenado. BaekHyun sugirió que podría gustaros vencer su resistencia en vuestro tiempo libre.
ㅡNo estoy tan desesperado como para necesitar revolcarme en la mugre ㅡdijo JiMin.
ㅡSí, Alteza.
ㅡPonedle en la cruz. Creo que cumpliré con mi obligación hacia el rey de Daegu.
ㅡSí, Alteza.
Podía sentir el alivio en el consejero GeounSoo. Los supervisores hacían señas para que se lo llevaran rápidamente. Tae supuso que su presencia había significado algo así como un desafío a la diplomacia: el regalo de BaekHyun bordeaba la línea entre lo generoso y lo aterrador.
Los cortesanos se estaban preparando para salir. Aquella burla había acabado. Sintió al supervisor retorciendo el enganche de hierro del suelo. Iban a desanclarlo para llevarlo a la cruz. Flexionó los dedos, recomponiéndose; sus ojos fijos en el supervisor, su único oponente.
ㅡEspera ㅡ dijo JiMin.
El aludido se detuvo, enderezándose.
JiMin se adelantó unos pasos para enfrentar a Tae, mirándole con expresión inescrutable.
ㅡQuiero hablar con él. Quítale la mordaza.
ㅡEs un bocazasㅡ le advirtió el supervisor.
ㅡAlteza, si me permitís una sugerencia… ㅡempezó el consejero GeounSoo.
ㅡHazlo.
Tae se pasó la lengua por el interior de las mejillas cuando el supervisor lo liberó del trapo en su boca.
ㅡ¿Cómo te llamas, “cariño”? ㅡdijo JiMin, con tono desagradable.
Supo que no debía responder a cualquier pregunta planteada por esa voz empalagosa. Levantó los ojos hacia JiMin. Ese fue un error. Se miraron fijamente el uno al otro.
ㅡTal vez esté defectuoso ㅡsugirió GeounSoo.
Translúcidos ojos azules se posaron en los suyos. JiMin repitió la pregunta lentamente en la lengua de Daegu.
Las palabras se le escaparon antes de que pudiera detenerlas.
ㅡHablo tu idioma mejor de lo que tú hablas el mío, “cariño”.
Esas palabras, pronunciadas con solo un muy tenue acento daeg, fueron percibidas por todos, lo que le valió un fuerte golpe del supervisor. Por si fuera poco, un miembro de la escolta empujó su cara hasta el suelo.
ㅡ El rey de Daegu sugirió, si os place, que le apodemos “Tae” ㅡdijo el supervisor y Tae sintió que su estómago se contraía.
Hubo algunos murmullos sorprendidos entre los cortesanos en el recinto; la atmósfera, ya alegre, se volvió entusiasta.
ㅡPensaron que un esclavo apodado como su difunto Príncipe os divertiría. Son primitivos. Se trata de una sociedad sin cultura ㅡconcluyó el consejero GeounSoo.
Esta vez el tono de JiMin permaneció impasible.
ㅡHe oído que el rey de Daegu podría casarse con su amante, lady ChaeYoung. ¿Es eso cierto?
ㅡNo hubo anuncio oficial. Pero se habló de la posibilidad, sí.
ㅡAsí que el país será gobernado por un bastardo y su puta ㅡ comentó JiMin ㅡ. Qué apropiado.
Tae se sintió reaccionar, aunque restringido como estaba, fue frustrado solo con un fuerte tirón de las cadenas. Captó el placer en el gesto de suficiencia del rostro del Príncipe. Las palabras del heredero de Busan habían sido lo suficientemente fuertes como para llegar a cada cortesano en la habitación.
ㅡ¿Lo llevamos a la cruz, Alteza? ㅡconsultó el supervisor.
ㅡNo ㅡrespondió JiMinㅡ retenedlo aquí, en el harén. Después de enseñarle algunos modales.
Los dos hombres encargados de la tarea se pusieron a ello con metódica y natural brutalidad. Pero conservaron una reticencia instintiva a no dañar irreparablemente al esclavo, siendo como era, una posesión del Príncipe.
Tae fue consciente del hombre con anillos emitiendo una serie de instrucciones para luego marcharse. «Mantened al esclavo encadenado aquí en el harén. Órdenes del Príncipe. Nadie puede entrar o salir de la habitación. Órdenes del Príncipe. Dos guardias en la puerta en todo momento. Órdenes del Príncipe. No le quitéis las cadenas. Órdenes del Príncipe.»
Aunque los dos hombres permanecieron con él, parecía que los golpes se habían detenido; Tae se levantó lentamente sobre sus manos y rodillas. La esforzada tenacidad sirvió de algo a la situación: su cabeza, por lo menos, estaba ahora perfectamente despejada.
Peor que la paliza había sido la inspección. Aquello lo había alterado más de lo que admitiría. Si la cadena del cuello no hubiese estado tan corta, estaba totalmente seguro de que se hubiera sublevado a pesar de su resolución de no hacerlo. Conocía la arrogancia de esta nación. Sabía lo que los verecianos pensaban de sus compatriotas. «Bárbaros». «Esclavos». Tae había hecho acopio de toda la buena voluntad que había en su interior para soportarlo.
Pero la particular mezcla de consentida arrogancia y repulsión del príncipe JiMin había sido intolerable.
ㅡNo se parece mucho a una mascota ㅡdijo el más alto de los dos hombres.
ㅡYa has oído. Es un esclavo de cama de Daegu ㅡacotó el otro.
ㅡ¿Crees que el Príncipe se lo vaya a follar? ㅡse mofó escépticamente el primero.
ㅡMás bien será al revés.
ㅡÓrdenes muy dulces para un esclavo de cama. ㅡLa mente del más alto se deleitó con el tema mientras el otro gruñía sin comprometerse en la respuesta. ㅡImagina lo que sería subir las piernas del Príncipe.
«Me imagino que sería muy parecido a acostarse con una serpiente venenosa», pensó Tae; pero se guardó la idea para sí mismo.
Tan pronto como los hombres se fueron, Tae revisó su situación: liberarse aún no era posible. Sus manos estaban sueltas otra vez y la cadena del cuello había sido alargada, pero todavía era demasiado gruesa para separarla del enganche de hierro del suelo. Tampoco podía abrir el collar. Era de oro, técnicamente un metal blando, pero igualmente era demasiado grueso para manipularlo, un peso considerable alrededor de su cuello. Pensó en lo ridículo que era poner un collar de oro a un esclavo.
Los puños de oro en las muñecas eran aún más absurdos. Serían un arma en un combate cuerpo a cuerpo y la moneda que usaría en el viaje de regreso a Daegu.
Si se quedaba alerta mientras fingía obedecer, la oportunidad surgiría. Había suficiente longitud en la cadena como para permitirle unos tres pasos de distancia en todas las direcciones. Había una jarra de madera con agua del pozo a su alcance. Sería capaz de acostarse cómodamente en los cojines e incluso podría hacer sus necesidades en la vasija de cobre dorado. No había sido drogado, o apaleado, hasta llegar a la inconsciencia, como había ocurrido en Daegu. Solo dos guardias en la puerta. Una ventana sin cerrojo.
La libertad era alcanzable. Si no ahora, pronto.
Tenía que ser pronto. El tiempo no estaba de su lado: cuanto más se mantuviera aquí, más tiempo tendría BaekHyun para consolidar su gobierno. Era insoportable no saber lo que estaba sucediendo en su país, a sus seguidores y a su pueblo.
Y había otro problema.
Nadie hasta ahora lo había reconocido, pero eso no significaba que estuviera a salvo de un descubrimiento. Daegu y Busan mantenían pocas relaciones desde la batalla decisiva de Myeon hacía seis años, pero en algún lugar de Busan, seguramente habría una persona, o dos, que conocieran su cara tras haber visitado su tierra. BaekHyun lo había enviado al único lugar donde sería tratado peor como príncipe de lo que era tratado como esclavo. Por otra parte, si alguno de sus captores conociera su identidad podría ser convencido para ayudarle, ya sea por simpatía hacia su situación, o por la promesa de una recompensa de los partidarios de Tae en Daegu. No en Busan. En Busan no podría correr ese riesgo.
Recordó las palabras de su padre la víspera de la batalla de Myeon, advirtiéndole que luchara, que no se confiara, porque un vereciano no respeta los compromisos. Su padre había probado tener razón aquel día en el campo de batalla.
No pensaría en su padre.
Era mejor estar bien descansado. Con eso en mente, bebió agua de la jarra, mientras veía como la última luz de la tarde lentamente se escurría de la habitación. Cuando estuvo oscuro, tendió su cuerpo con todos sus dolores, sobre los cojines y, finalmente, se durmió.
Y despertó. Gracias a una mano que, aferrada a la cadena de su cuello, tironeó hasta ponerlo de pie, mientras era flanqueado por dos de los anónimos guardias sin rostro.
La habitación resplandeció cuando un sirviente encendió las antorchas y las colocó en los soportes de la pared. El recinto no era demasiado grande, y el parpadeo de las antorchas hizo que sus diseños intrincados parecieran estar en continuo movimiento, un juego sinuoso de formas y luz.
En el centro de aquella actividad, mirándole con fríos ojos azules, estaba JiMin.
La ropa que llevaba, de un profundo azul oscuro, parecía sofocarlo, lo cubría desde los pies al cuello; y las mangas eran largas hasta las muñecas; la única abertura estaba cerrada con una serie de intrincados lazos apretados que llevaría alrededor de una hora aflojar. La cálida luz de las antorchas no hizo nada para suavizar el efecto.
Tae no vio nada que no confirmara su opinión: mimado, como la fruta demasiado tiempo en la vid. JiMin entrecerró levemente los ojos, el desdén en el gesto de la boca hablaba de una noche desperdiciada en los excesos del vino de un disoluto cortesano.
ㅡHe estado pensando qué hacer contigo ㅡ dijoㅡ. Castigarte en un poste de flagelación. O tal vez usarte de la forma que BaekHyun pretendía que fueras usado. Creo que eso me agradaría mucho.
JiMin se adelantó hasta quedar a solo cuatro pasos de distancia. Era una distancia cuidadosamente elegida: Tae juzgó que si tensaba la cadena a su límite tirando de ella, casi, pero no del todo, se tocarían.
ㅡ¿Nada que decir? No me digas ahora que tú y yo estamos solos que eres tímido. ㅡEl tono sedoso de la voz de JiMin no era ni tranquilizador, ni agradable.
ㅡCreí que no os ensuciaríais con un bárbaro ㅡdijo Tae, cuidando de mantener su voz neutral. Era consciente de los latidos de su corazón.
ㅡNo lo haría ㅡaceptó el otroㅡ. Pero si te diera a uno de los guardias, podría rebajarme a mirar.
Tae se sintió retroceder, no pudo evitar un gesto en su cara.
ㅡ¿No te gusta esa idea? ㅡconsultó JiMinㅡ. A lo mejor se me ocurre una mejor. Ven aquí.
La desconfianza y aversión hacia el busanian se agitaron dentro de él, pero recordó su situación. En Daegu, había luchado contra sus ataduras y como resultado, estas se habían vuelto cada vez más apretadas. Aquí no era más que un esclavo, y una oportunidad de escapar habría de aparecer si no lo arruinaba con su exaltado orgullo. Podía soportar el sádico picotazo del juvenil JiMin. Tae debía volver a Daegu y eso significaba que, por ahora, tenía que hacer lo que le decían.
Dio un paso cauteloso hacia adelante.
ㅡNoㅡdijo JiMin, con satisfacciónㅡ. Arrástrate.
«Arrastrarse».
Era como si todo se le paralizara en la cara con esa simple orden. La parte de la mente de Tae que le aconsejaba que fingiera obediencia fue ahogada por su orgullo.
Pero la reacción de escepticismo desdeñoso de Tae solo tuvo tiempo para manifestársele en la cara durante una fracción de segundo antes de ser enviado a arrastrarse sobre sus manos y rodillas por los guardias, según una indicación silenciosa de JiMin. A continuación, de nuevo en respuesta a una señal del joven, uno de los guardianes llevó su puño a la mandíbula de Tae. Una vez, y luego otra. Y otra vez.
Su cabeza resonaba. La sangre de su boca goteaba sobre las baldosas. Él la miró, conteniéndose, con fuerza de voluntad, sin reaccionar. «Tómalo. La oportunidad vendrá después».
Comprobó su mandíbula. Nada roto.
ㅡEsta tarde también fuiste insolente. Es un hábito que se puede curar. Con un látigo. ―La mirada de JiMin continuó sobre el cuerpo del esclavo. Las prendas de Tae fueron aflojadas por las ásperas manos de los guardias, dejando al descubierto su torso. ㅡTienes una cicatriz.
Tenía dos, pero la que era visible estaba justo debajo de la clavícula izquierda. Tae sintió por primera vez la inquietud del peligro real, el parpadeo de su propio pulso acelerándose.
ㅡYo… serví en el ejército. ㅡNo era una mentira.
ㅡAsí que BaekHyun envía un soldado común para tentar a un príncipe. ¿Es eso?
Tae eligió cuidadosamente sus palabras, deseando tener la misma facilidad que tenía su medio-hermano para mentir.
ㅡBaekHyun quería humillarme. Supongo que lo… enojé. Si tenía otro propósito al enviarme aquí, no sé cuál es.
ㅡEl rey bastardo se desprende de su basura arrojándola a mis pies. ¿Se supone que eso me apacigüe?ㅡpreguntó JiMin.
ㅡ¿Hay algo que lo haga?ㅡ dijo una voz detrás de él.
JiMin se volvió.
ㅡEncuentras muchos fallos últimamente.
ㅡTío ㅡdijo el jovenㅡ. No os oí entrar.
¿Tío? Tae experimentó su segunda sorpresa de la noche. Si JiMin se dirigía a él como “tío”, este hombre, cuya imponente figura rellenaba la puerta, era el Regente.
No había ningún parecido físico entre el Regente y su sobrino. El Regente era un prominente hombre de unos cuarenta años, voluminoso, de anchos hombros. Su cabello y su barba eran de un tono castaño oscuro, sin ninguna traza visible que sugiriera que la tonalidad rubio claro de JiMin podría haber surgido de la misma rama del árbol genealógico.
El Regente miró a Tae brevemente de arriba hacia abajo.
ㅡEl esclavo parece tener contusiones auto infligidas.
ㅡEs mío. Puedo hacer con él lo que quiera.
ㅡNo si intentas golpearlo hasta la muerte. Ese no es un uso apropiado para el regalo del rey BaekHyun. Tenemos un tratado con Daegu, y no voy a verlo amenazado por insignificantes ofuscaciones.
ㅡInsignificantes ofuscaciones ㅡrepitió JiMin.
ㅡEspero que respetes a nuestros aliados y al tratado, al igual que todos nosotros.
ㅡ¿Debo suponer que el tratado dice que tengo que convertir en mi preferido a la escoria del ejército daeg?
ㅡNo seas infantil. Duerme con quien te guste. Pero valora el regalo del rey BaekHyun. Ya has eludido tu deber en la frontera. No vas a evitar tus responsabilidades en la Corte. Encuentra algún uso apropiado para el esclavo. Esa es mi orden, y espero que la obedezcas.
Pareció por un momento como si JiMin se rebelara, pero contuvo la reacción y se limitó a decir:
ㅡSí, tío.
ㅡAhora, ven. Dejemos atrás este asunto. Por suerte se me informó de tus actividades antes de que prosperaran lo suficiente como para causar graves inconvenientes.
ㅡSí. ¡Qué suerte que fuerais informado! No me gustaría ocasionaros problemas, tío.
Esto lo dijo suavemente, pero había algo más detrás de las palabras.
El Regente respondió en un tono similar.
ㅡMe alegro de que estemos de acuerdo.
Su partida debería haber sido un alivio. Eso es lo que debería haberle provocado la intervención del Regente hacia su sobrino. Pero Tae recordó la mirada en los ojos azules de JiMin y, aunque se quedó solo, con el resto de la noche para descansar en paz, no fue capaz de concluir si la misericordia del Regente había mejorado su situación o la había empeorado.







