CAPÍTULO DIEZ | PC
5:47 p.m.
CAPÍTULO DIEZ
Tae había sobrevivido a las convocatorias de JiMin antes. No tenía ninguna razón para la tensión que se instaló en sus hombros y la ansiedad en su estómago, enroscada y caliente.
Su viaje se hizo en total privacidad, dando la falsa apariencia de una cita secreta. Excepto que, sea lo que sea que pareciera y a pesar de lo que le hubieran informado, se sentía como un error. Si pensaba demasiado en ello, la inquietud lo invadía: JiMin no era de la clase que pasaba de contrabando hombres a sus habitaciones para gratificaciones de medianoche.
No era de lo que trataba todo esto.
No tenía sentido, pero con JiMin era imposible adivinar. Los ojos de Tae recorrieron el pasillo y encontró otra incongruencia. ¿Dónde estaban los guardias que habían estado apostados a lo largo de esos pasillos la última vez que los había recorrido? ¿Se retiraban por la noche? ¿O habían sido retirados por alguna razón?
ㅡ¿Utilizó esas palabras… “su cama”? ¿Qué más dijo? ㅡpreguntó y no recibió respuesta.
El cuchillo en su espalda lo pinchaba hacia adelante. No había otra cosa que hacer más que avanzar por el pasillo. Con cada paso que daba, la tensión apretaba, la inquietud aumentaba. Las ventanas enrejadas a lo largo del pasaje lanzaban cuadrados de luz de luna que ascendían por los rostros de su escolta. No había ningún otro sonido salvo el de sus pasos.
Había una fina línea de luz bajo la puerta de la habitación de JiMin.
Solo había un guardia en la puerta; un hombre de cabello oscuro llevando la librea del Príncipe y en la cadera, una espada. Asintió con la cabeza a sus dos compañeros y dijo brevemente:
ㅡÉl está adentro.
Se detuvieron ante la puerta el tiempo suficiente para abrir las correas y liberar completamente a Tae. La cadena cayó formando una espiral pesada y simplemente se dejó abandonada en el suelo. Quizás fue en ese momento en el que lo supo.
Empujaron las puertas para abrirlas.
JiMin estaba en el sofá reclinable, con los pies metidos debajo de él en una postura relajada, juvenil. Un libro con páginas ornamentadas estaba abierto delante de él. Una copa descansaba en la pequeña mesa junto a su figura. En algún momento de la noche, un sirviente debió haber soportado la media hora necesaria para desatar sus austeros vestidos puesto que solo llevaba pantalones y una camisa blanca de un material tan fino que no requería bordado para declamar su coste. La habitación estaba iluminada por la lámpara. Su cuerpo se traslucía en una serie de elegantes líneas bajo los suaves pliegues de la camisa. Los ojos de Tae se alzaron hacia la pálida columna de su garganta, y más allá, al cabello de oro que se distribuía alrededor del lóbulo de una oreja sin joyas. Parecía una figura damasquinada, como de metal repujado. Estaba leyendo.
Levantó la vista cuando las puertas se abrieron.
Y parpadeó, como si enfocar sus ojos azules fuera difícil. Tae miró de nuevo la copa y recordó que ya había visto una vez a JiMin con sus sentidos nublados por el alcohol.
Podría haberse aferrado a la ilusión de que aquella convocatoria fuera real durante unos segundos más; después de todo, un JiMin borracho era, sin duda, capaz de todo tipo de locas demandas e impredecibles comportamientos. Excepto que fue manifiestamente claro, desde el primer momento en que alzó la mirada, que no esperaba compañía. Y que no reconocía a los guardias tampoco.
JiMin cerró con cuidado el libro.
Y se puso en pie.
ㅡ¿No podías dormir? ㅡpreguntó.
Mientras hablaba, se movió y se detuvo ante el arco abierto del pórtico. Tae no estaba seguro de que una caída directa desde la segunda planta hasta los jardines sin iluminar pudiera ser considerada como una vía de escape. Sin embargo, teniendo en cuenta el desnivel de tres escalones para subir a la altura donde él se encontraba, y la pequeña mesa finamente tallada entre otros objetos decorativos que proporcionaban toda una serie de obstáculos, esa era, tácticamente, la mejor posición de la habitación.
JiMin sabía de qué se trataba aquello. Tae, que había observado el largo corredor vacío, oscuro, silencioso y sin guardias, lo sabía también. El guardián de la puerta había entrado tras ellos; allí estaban los tres hombres, todos armados.
ㅡNo creo que el Príncipe se encuentre de humor para asuntos amorosos ㅡsoltó Tae, imperturbable.
ㅡMe toma un tiempo entrar en calor ㅡdijo JiMin.
Y entonces estaba ocurriendo. Como si fuera una señal, el sonido de una espada siendo desenvainada a su izquierda.
Más tarde, él tuvo que preguntarse qué lo hizo reaccionar de esa manera. No sentía aprecio por el príncipe busanian. Si se hubiera tomado tiempo para pensar, seguramente él se habría dicho, con voz endurecida, que la política interna de Busan no era asunto suyo, y que cualquier acto de violencia que cayera sobre JiMin era totalmente merecido.
Tal vez era una extraña empatía, pues había vivido algo como aquello: la traición, la violencia en el lugar en el que creyó estar a salvo. Tal vez era la manera de revivir esos momentos, de reparar su fracaso, porque no había reaccionado tan rápido como debería en aquel entonces.
Debió de ser eso. Debió haber sido el eco de aquella noche, el caos y la emoción de lo que había encerrado en sí mismo con candado.
Los agresores dividieron su interés: dos de ellos se dirigieron hacia
JiMin mientras que el tercero se mantuvo, cuchillo en mano, vigilando a Tae. Obviamente no esperaba ningún problema. Su control sobre el cuchillo era flojo y casual.
Después de días, semanas, en las que se pasó esperando una oportunidad, se sentía bien al fin tener una, y tomarla. Sentir el pesado, satisfactorio impacto de carne contra carne en el golpe que entumeció el brazo del otro y le hizo soltar el cuchillo.
El hombre llevaba librea y no armadura, un desacierto. Todo su cuerpo se curvó alrededor del puño con que Tae desbarató su abdomen, e hizo un sonido gutural que era mitad ahogo, mitad respuesta al dolor.
El segundo de los tres hombres, jurando, se volvió hacia él, probablemente decidiendo que un solo hombre sería suficiente para despachar al Príncipe y que su diligencia tendría un mejor uso si la aplicaba para someter al inesperadamente problemático bárbaro.
Desafortunadamente para él, pensó que bastaba con tener una espada. Arremetió velozmente, en lugar de acercarse con cautela. Su espada de doble filo, con gran empuñadura, podía clavarse en el costado de un hombre y continuar su camino hasta cortarlo por la mitad, pero Tae ya estaba en guardia y forcejeando a distancia.
Hubo un estrépito en el lado opuesto de la habitación, pero Tae solo fue vagamente consciente de ello, toda su atención estaba en intentar inmovilizar al segundo de sus asaltantes; no tenía pensamientos para malgastar en el tercer soldado y JiMin.
Uno de sus compañeros jadeó:
ㅡEs la perra del Príncipe. Mátalo. ㅡEsa fue toda la advertencia que Tae necesitó para avanzar. Arremetió con todo su peso contra el espadachín, invirtiendo sus posiciones.
Y eso significó que el filo alcanzó el esternón no blindado del espadachín.
El hombre del cuchillo se había alzado y recuperado su arma; era ágil, con una cicatriz que descendía por su mejilla bajo la barba, un superviviente. No era alguien que Tae quisiera a su alrededor con un cuchillo. El daeg no dejó que sacara la hoja de su espantosa vaina, sino que empujó hacia adelante, de modo que el hombre se tambaleara retrocediendo y soltara su agarre. Luego, simplemente alzó su cuerpo tomándolo de la cadera y el hombro, y lo lanzó contra el muro.
Esto fue suficiente para dejarlo aturdido, sus facciones se aflojaron, incapaz de reunir alguna resistencia instintiva cuando Tae lo retuvo, aferrándolo.
Hecho esto, el esclavo daeg examinó el resto, medio esperando ver a JiMin resistiendo, o vencido. Se sorprendió al ver, en cambio, que este estaba vivo e intacto tras haber despachado a su oponente, y que se levantaba desde una posición inclinada sobre el cuerpo inmóvil del tercer hombre, mientras alejaba un cuchillo de sus dedos sin vida.
Supuso que JiMin había tenido, al menos, el ingenio para aprovechar el familiar entorno.
Los ojos de Tae quedaron cautivados por el cuchillo.
Desvió la vista hacia el espadachín muerto. Allí también, un arma. Una cuchilla de punta dentada terminada en una empuñadura con el inquietante diseño característico de Sicyon, una de las provincias del Norte de Daegu.
El cuchillo que JiMin sostenía tenía las mismas características. Observó que estaba ensangrentado hasta la empuñadura mientras el Príncipe descendía los escalones poco empinados. Parecía incongruente en su mano, ya que la camisa blanca y fina había sobrevivido a la lucha en perfecto estado y la luz de la lámpara era tan favorecedora para él como lo había sido antes.
Tae reconoció la fría y apretada expresión de JiMin. No envidiaba al hombre que sufriera el interrogatorio que se avecinaba.
ㅡ¿Qué queréis que haga con él?
ㅡMantenlo quieto ㅡdijo el busanian.
Se acercó. Tae siguió sus órdenes. Sintió que el hombre hacía un nuevo intento de liberarse por lo que aumentó la presión, abortando aquel impulso de lucha.
JiMin levantó el cuchillo aserrado y, con la calma de un carnicero, abrió la garganta del hombre bajo la barbilla.
Tae oyó un sonido ahogado, y sintió los primeros espasmos del cuerpo dentro de su agarre. Lo soltó, en parte por la sorpresa, y las manos del moribundo se acercaron a su garganta en un desesperado gesto instintivo demasiado tardío. La fina media luna roja que atravesaba su garganta se amplió. Se desplomó.
Tae ni siquiera pensó antes de reaccionar; cuando JiMin dirigió la mirada hacia él, cambiando su agarre sobre el cuchillo, se impulsó instintivamente para neutralizar la amenaza.
Un cuerpo chocó con fuerza contra el otro. El puño del esclavo se cerró sobre los finos huesos de la muñeca del Príncipe, pero en lugar de controlar rápidamente la situación, se sorprendió al encontrarse con una musculosa resistencia. Aplicó mayor presión. Sintió la potencia en el cuerpo de JiMin empujando su límite, aunque aún estaba muy lejos del propio.
ㅡSuelta mi brazo ㅡordenó JiMin, con voz controlada.
ㅡSoltad el cuchillo ㅡreplicó Tae.
ㅡSi no sueltas mi brazo ㅡdijo el otroㅡ no va a ser fácil para ti.
El daeg aumentó ligeramente la presión hasta sentir que el estremecimiento de su resistencia cedía y el cuchillo caía al suelo. Tan pronto como eso sucedió, liberó a JiMin. Como parte del mismo movimiento, se alejó de su alcance. En lugar de seguirlo, el busanian también dio dos pasos hacia atrás, ampliando la distancia entre ambos.
Se miraron el uno al otro sobre los restos de la habitación.
El cuchillo se encontraba entre ellos. El hombre con la garganta cortada estaba muerto o muriéndose, su cuerpo apagado con la cabeza girada hacia un lado. La sangre había empapado la librea que llevaba, cubriendo el emblema de explosión de estrellas doradas sobre azul.
La lucha de JiMin no había sido tan reducida como la de Tae; la mesa estaba derribada, pedazos rotos de fina cerámica estaban esparcidos por el suelo y una copa rodaba por las baldosas. Parte de los cortinados se habían desgarrado parcialmente hacia abajo. Y había gran cantidad de sangre. El final de la primera víctima de JiMin había sido, incluso, más desordenado que el de la segunda.
La respiración del Heredero era un poco superficial debido al esfuerzo. Así como también la de Tae. En medio del cauteloso y tenso momento, el Príncipe dijo, de manera firme:
ㅡPareces vacilar entre la asistencia y el asalto. ¿Qué pasa?
ㅡNo me sorprende que haya tres hombres que quisieran mataros, solo estoy sorprendido de que no hubiera más ㅡdijo Tae, sin rodeos.
ㅡHubo ㅡprecisó JiMin ㅡmás.
Comprendiendo su significado, el esclavo se sonrojó.
ㅡYo no me ofrecí. Me trajeron aquí. No sé por qué.
ㅡPara cooperar ㅡaclaró JiMin.
ㅡ¿Cooperar? ㅡpreguntó con total repugnanciaㅡ Estabas desarmado. ㅡTae recordó la forma indolente con que su agresor había sostenido el cuchillo sobre él; ellos habían esperado que cooperara o, por lo menos, que esperara y viera. Observó con el ceño fruncido al más cercano de los rostros inanimados. No le gustó la idea de que cualquier persona lo creyera capaz de atacar a un hombre desarmado con una ventaja de cuatro a uno. Incluso si ese hombre era JiMin.
Este se lo quedó mirando.
ㅡAl igual que el hombre que acabas de asesinar ㅡañadió Tae devolviéndole la mirada.
ㅡEn mi lado de la lucha los hombres no estaban “amablemente” matándose entre ellos ㅡdijo JiMin.
Tae abrió la boca. Antes de que pudiera hablar, se oyó un ruido en el pasillo. Ambos, instintivamente, se giraron para enfrentar las puertas de bronce. El sonido se convirtió en estrépito de armaduras ligeras y armas cuando soldados portando libreas del Regente entraron en la habitación: dos, cinco, siete; las probabilidades comenzaron a ser desalentadoras. Pero…
ㅡAlteza, ¿estáis herido?
ㅡNo ㅡinformó JiMin.
El soldado a cargo hizo un gesto a sus hombres para que aseguraran la habitación y verificaran los tres cuerpos sin vida.
ㅡUn sirviente encontró a dos de vuestros hombres muertos en el perímetro de sus apartamentos. Se lo comunicó de inmediato a la Guardia del Regente. Vuestra Guardia aún no ha sido informada.
ㅡMe he dado cuenta ㅡdijo JiMin.
Fueron más rudos con Tae, zarandeándolo con un implacable agarrón como los que había sufrido en los primeros días tras su captura. Se rindió a él, porque ¿qué otra cosa podía hacer? Sintió que sus brazos eran sujetados a su espalda. Una carnosa mano se estrechó en la parte posterior de su cuello.
ㅡLleváoslo de aquí ㅡordenó el soldado.
JiMin habló con mucha calma.
ㅡ¿Puedo preguntar por qué estás arrestando a mi sirviente?
El guardia a cargo lo miró sin comprender.
ㅡAlteza, se produjo un ataque…
ㅡNo de su parte.
ㅡLas armas son daegs ㅡinformó otro de los hombres.
ㅡAlteza, si ha habido un ataque por parte de Daegu contra vos, podéis apostar a que él participó.
Era demasiado conveniente. Tae cayó en la cuenta; esa era exactamente la razón por la que los tres agresores lo habían llevado hasta allí: para culparlo. Por supuesto, esperaban sobrevivir al ataque, pero su propósito se cumplió a pesar de todo. Le habían entregado al Príncipe, quien dedicaba cada momento de vigilia a buscar nuevas formas de humillar, herir o matar a Tae, la excusa que necesitaba en una bandeja.
Pudo sentir que JiMin advirtió aquello. Pudo también percibir cómo el Príncipe deseaba terriblemente aprovecharse de ello; anhelaba ver como se lo llevaban, quería triunfar sobre el esclavo daeg y sobre su tío. Tae lamentó amargamente el impulso que le había llevado a salvarle la vida.
ㅡEstás mal informado ㅡdijo JiMin. Sonó como si estuviera saboreando algo desagradableㅡ. No ha habido ningún ataque contra mí.
Estos tres hombres atacaron al esclavo, sostenían algún tipo de controversia bárbara.
Tae parpadeó.
ㅡ¿Ellos atacaron… al esclavo? ㅡpreguntó el soldado, que al parecer estaba teniendo casi tanta dificultad para digerir aquella información como el daeg.
ㅡSuéltale, soldado ㅡordenó JiMin.
Pero las manos sobre él no desaparecieron. Los hombres del Regente no recibían órdenes del Príncipe Heredero. El oficial al mando, de hecho, sacudió ligeramente la cabeza al hombre que sostenía a Tae, negando la orden de JiMin.
ㅡPerdonadme, Alteza, pero hasta que no pueda garantizar vuestra seguridad, sería negligente si no lo…
ㅡTú ya has sido negligente ㅡconfirmó JiMin.
Aquella declaración, expuesta con calma, provocó un silencio que el soldado a cargo soportó estremeciéndose solo un poco. Probablemente era por eso que estaba al mando. El agarrón sobre Tae se aflojó notablemente.
JiMin continuó:
ㅡHas llegado tarde y has maltratado lo que es de mi propiedad. Desde luego, a tus faltas se le debe sumar el arresto del regalo de buena voluntad del Rey de Daegu. Contra mis órdenes.
Las manos que apresaban a Tae desparecieron. El Príncipe no esperó un reconocimiento del guardia al mando.
ㅡNecesito un momento de intimidad. Podéis utilizar el tiempo hasta el amanecer para despejar mis apartamentos e informar a mis propios hombres sobre el ataque. Enviaré por uno de ellos cuando esté listo.
ㅡSí, Alteza ㅡacató el soldado a cargoㅡ. Como deseéis. Os dejaremos en vuestras habitaciones.
Mientras los soldados hacían los primeros movimientos hacia la salida, JiMin preguntó:
ㅡ¿Tengo que arrastrar yo mismo a estos tres vagabundos?
El que estaba al mando enrojeció.
ㅡLos retiraremos. Por supuesto. ¿Hay algo más que necesitéis de nosotros?
ㅡPrisa ㅡdijo JiMin.
Los hombres obedecieron. No pasó mucho tiempo antes de que se enderezara la mesa, la copa volviera a su lugar y las piezas de fina cerámica fueran barridas en un montón ordenado. Los cuerpos fueron retirados y la sangre fregada, en su mayor parte, ineficazmente.
Tae nunca antes había visto a media docena de soldados rebajados a tareas de limpieza por la pura fuerza de la arrogancia personal de un hombre. Era casi educativo.
A mitad del proceso, JiMin dio un paso hacia atrás para reclinar los hombros contra la pared.
Finalmente, los hombres se fueron.
La habitación había sido puesta en condiciones superficialmente, pero no había regresado a su antigua tranquila belleza. Tenía el aspecto de un santuario perturbado. No había solamente un quiebre de la atmósfera, había manchas tangibles sobre el paisaje también. Los hombres eran soldados, no sirvientes domésticos. Habían pasado por alto más de un detalle.
Tae podía sentir cada latido de su pulso, pero no podía darle sentido a sus propios sentimientos y, mucho menos, a lo que había sucedido. La violencia, los asesinatos y las extrañas mentiras se habían sucedido de manera demasiado brusca. Sus ojos se desplazaron por la habitación, inspeccionando los daños.
Su mirada se enganchó en la de JiMin, que lo observaba a su vez con bastante recelo.
Pedir que lo dejaran solo por el resto de la noche, ciertamente, no tenía mucho sentido.
Nada de lo que había sucedido esa noche tenía sentido, pero hubo algo que, mientras los soldados realizaban el trabajo, Tae llego a percibir gradualmente. La postura un tanto despreocupada del Príncipe era, tal vez, un poco más exagerada que la habitual. El daeg inclinó su cabeza a un lado para darle una larga y escrutadora mirada de arriba hacia abajo, y de vuelta arriba otra vez.
ㅡEstáis herido.
ㅡNo
Tae no apartó sus ojos. Cualquier otro hombre, excepto aquel, se hubiera sonrojado y apartado la vista, o hubiera dado alguna pista de que estaba mintiendo. Tae medio se lo esperaba, incluso de JiMin.
Pero este le devolvió la mirada, y algo más.
ㅡSupongo que excluyes tu intento de romperme el brazo.
ㅡQuise decir, excluyendo mi intento de romper vuestro brazo ㅡ confirmó Tae.
JiMin no estaba, como había pensado sospechado en un primer momento, borracho. Pero si uno miraba de cerca, notaba que estaba controlando su respiración, y que tenía una tenue y ligeramente febril mirada en los ojos.
Tae dio un paso adelante. Se detuvo al encontrarse con unos ojos azules fijos en él, como con una pared.
ㅡPreferiría que te mantuvieras alejado ㅡsubrayó JiMin; cada palabra finamente cincelada, como en mármol.
El esclavo dirigió sus ojos hacia la copa que había sido derribada y su contenido derramado durante la lucha, la cual los hombres del Regente, sin pensarlo, habían levantado. Cuando volvió a mirarlo, supo por la expresión de su rostro que lo había descubierto.
ㅡNo herido. Envenenado ㅡdijo Tae.
ㅡPuedes reducir tu deleite. No voy a morir por ello ㅡaseguró.
ㅡ¿Cómo sabéis eso?
Pero JiMin, lanzándole una mirada asesina, se negó a dar detalles.
Se dijo, sintiéndose extrañamente distante, que no era más que justicia: Tae recordaba perfectamente la experiencia de ser rociado con una droga y luego arrojado a una pelea. Se preguntó si la sustancia en cuestión sería también chalis, ¿podría ser tanto bebida como inhalada? Eso explicaría por qué los tres hombres habían estado tan despreocupadamente seguros de su propio éxito al luchar contra él.
También ponía la culpa más firmemente sobre sus propios pies. Tae se dio cuenta de que era sórdidamente verosímil que él intentara vengarse de JiMin usando los mismos métodos que JiMin había usado contra él.
Aquel lugar lo asqueaba. En cualquier otro sitio, simplemente matabas a tu enemigo con una espada. O le envenenabas, si se tenían los instintos deshonrosos de un asesino. Pero aquí, eran capas y capas de doble juego maquinado, enigmático, minucioso y desagradable. Podría haber asumido que lo de aquella noche había sido planeado por la propia mente de JiMin, si este no hubiera sido, sin duda, el blanco.
¿Qué estaba pasando en realidad?
El esclavo se acercó a la copa y la levantó. Hubo un deslizamiento superficial del líquido remanente en el fondo. Sorprendentemente era agua, no vino. Debido a ello, el fino borde de color rosado en el interior del recipiente fue visible. Era la marca distintiva de una droga que Tae conocía muy bien.
ㅡEs una droga daeg ㅡindicó Taeㅡ. Es dada a los esclavos de placer durante el entrenamiento. Les provoca…
ㅡSoy consciente de los efectos de la droga ㅡcortó JiMin con voz de cristal siendo tallado.
Tae lo examinó con otros ojos. La sustancia, en su propio país, era infame. La había probado él mismo una vez por curiosidad a los dieciséis años. Había tomado solo una fracción de la dosis normal; sin embargo, le había provocado un exceso de virilidad durante varias horas, debido al cual extenuó a tres parejas hasta que, alegremente, se desplomaron. No había vuelto a probarla desde entonces. Una dosis más fuerte conduciría de la virilidad al abandono. Para dejar residuos en la copa la cantidad debía haber sido generosa, aunque se hubiera tomado solo un trago.
JiMin difícilmente parecía desenfrenado. Aunque no hablaba con su habitual facilidad y respiraba superficialmente, aquellas eran las únicas señales.
Tae comprendió, de pronto, que lo que estaba presenciando era un ejercicio de puro autocontrol, una voluntad de hierro.
ㅡSe desvanece ㅡinformó Tae. Luego, sintiéndose muy capaz de disfrutar de la verdad como una forma de sadismo menor, agregó: ㅡ. Después de un par de horas.
Pudo leer, en los ojos del otro enfocados hacia él, que JiMin habría cortado su propio brazo antes de que cualquiera conociera su condición; más aún, justamente él era la última persona que el busanian hubiera deseado que se enterase o con quien hubiera querido estar a solas. Tae era muy capaz de disfrutar de ese hecho también.
ㅡ¿Creéis que voy a tomar ventaja de la situación? ㅡpreguntó.
Porque lo único bueno que había salido del enredado complot busanian que se había desarrollado aquella tarde, era el hecho de que ahora estaba libre de restricciones, libre de obligaciones y sin vigilancia por primera vez desde su llegada a ese país.
ㅡLo haré. Estuvo bien que despejarais la recámara ㅡdijo Taeㅡ. Creí que nunca tendría la oportunidad de salir de aquí.
Se dio la vuelta. Detrás de él, JiMin juró. Tae ya estaba a medio camino de la puerta antes de que la voz del busanian le hiciera volverse.
ㅡEspera ㅡexclamó, como si odiara decirlo y forzara la voz para hacerloㅡ. Es demasiado peligroso. Irte ahora sería tomado como una admisión de culpa. La Guardia del Regente no dudaría en matarte. No puedo... protegerte, tal como estoy ahora.
ㅡ“Protegerme” ㅡcitó el esclavo con categórica incredulidad en su voz.
ㅡSoy consciente de que me salvaste la vida.
Tae se limitó a mirarlo.
El otro se explayó:
ㅡNo me gusta sentirme en deuda contigo. Cree eso si no confías en mí.
ㅡ¿Confiar en vos? ㅡironizó el daegㅡ. Habéis desollado la piel de mi espalda. No os he visto hacer otra cosa más que engañar y mentir a toda persona con la que os habéis cruzado. Utilizáis cualquier cosa y a cualquier persona para promover vuestros propios fines. Sois la última persona en quien podría confiar.
La cabeza de JiMin se inclinó hacia atrás contra la pared. Sus párpados habían caído a medias, por lo que lo miró a través de dos rendijas entre doradas pestañas. Tae estaba medio esperando una negación o una discusión. Pero la única respuesta fue un soplo de risa que, curiosamente, mostró más que nada qué tan cerca del límite estaba.
ㅡVe, entonces.
Tae miró de nuevo hacia la puerta.
Con los hombres del Regente en alerta máxima, el peligro era real, pero escapar siempre significaría arriesgarlo todo. Si vacilaba ahora y esperaba otra oportunidad... si se las arreglaba para encontrar la manera de liberarse de las continuas restricciones… si mataba a sus guardias o los superara de alguna manera...
En ese momento, los apartamentos de JiMin estaban vacíos. Era un buen comienzo. Conocía una forma de salir del palacio. Una oportunidad como esa podría no volver a presentarse en semanas, meses o nunca más.
El Príncipe se quedaría solo y vulnerable como consecuencia del atentado contra su vida.
Pero el peligro inmediato había pasado, y JiMin había sobrevivido a él. Los agresores, no. Tae había matado aquella noche; también fue testigo de un asesinato. Así que apretó la mandíbula. Cualquiera que fuera la deuda que había entre ellos ya había sido saldada. «No le debo nada», concluyó.
La puerta se abrió bajo su mano ante un pasillo vacío.
Salió.


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