CAPÍTULO ONCE | PC

7:32 p.m.



CAPÍTULO ONCE   









Conocía solo una forma segura de salir: a través del patio de la arena de entrenamiento del primer piso. 

Se obligó a caminar con calma como si tuviera una misión, como si fuese un sirviente enviado a hacer un recado para su amo. Su cabeza estaba llena de gargantas degolladas, de la lucha pasada y de cuchillos. Reprimió todo aquello y en su lugar se concentró solo en caminar a través del palacio. En principio, el corredor estaba vacío.

Pasar delante de su propia habitación fue extraño. Desde el primer momento le había sorprendido el haber sido trasladado allí, tan cerca  de la recámara de JiMin, dentro de sus propios apartamentos. La puerta seguía ligeramente entreabierta, como la habían dejado los tres soldados que ahora yacían muertos. Le pareció… vacío e incorrecto. Como obedeciendo a algún instinto, tal vez al impulso de ocultar los rastros de su propia fuga, Tae se detuvo para cerrarla. Cuando se volvió, alguien estaba observándolo.

HyeonU estaba de pie en medio del pasillo, interrumpido en seco en su camino hacia la habitación de JiMin.

En alguna parte de su cerebro, la urgencia por echarse a reír surgió al mismo tiempo que un tenso y ridículo pánico se adueñaba de él. Si

HyeonU lo alcanzaba, si daba el grito de alarma…

Tae se había preparado para combatir con hombres, no con pequeños muchachos que cubrían su camisa de dormir con sedosas y espumosas túnicas.

ㅡ¿Qué estás haciendo aquí? ㅡdemandó Tae, viendo que uno de ellos iba a preguntarlo.

ㅡEstaba durmiendo. Alguien vino y nos despertó. Le dijeron al Regente que se había producido un ataque ㅡrelató.

«Nos», pensó Tae, asqueado.

El muchacho dio un paso adelante. El estómago del daeg se contrajo; se movió en el pasillo, bloqueando el camino de HyeonU. Se sintió absurdo. Informó: 

ㅡEl Príncipe ordenó a todos que salieran de sus apartamentos. Yo no intentaría verlo.

ㅡ¿Por qué no? ㅡcuestionó el niño mientras observaba más allá de Tae, hacia la habitación de JiMin ㅡ¿Qué pasó? ¿Está todo bien?

El daeg pensó en el argumento más disuasorio que pudiera haber. 

ㅡEstá de mal humor ㅡconcluyó en pocas palabras. Por lo menos, era exacto.

ㅡOh ㅡdijo. Y a continuaciónㅡ, no me importa. Solo quería... ㅡ Pero luego se sumió en un silencio extraño, mientras simplemente miraba a Tae, sin tratar de pasar más allá. ¿Qué estaba haciendo allí? Cada segundo que pasaba con HyeonU era un segundo en el que JiMin podía salir de sus habitaciones, o que el guardia podía volver. Sintió el tic tac de su vida correr.

El muchacho alzó la barbilla y anunció: 

ㅡNo me importa. Voy a volver a la cama. ㅡExcepto que aún estaba allí, de pie, con todos sus rizos castaños y sus ojos azules; y la luz de las esporádicas antorchas se derramaba sobre cada ángulo perfecto de su rostro.

ㅡ¿Y bien? Vamos ㅡapremió Tae.

Más silencio. Obviamente, había algo en la mente de HyeonU y no se iría hasta que lo dijera. Finalmente:

ㅡNo le digas que vine.

ㅡNo lo haré ㅡprometió Tae con total sinceridad. Una vez fuera del palacio, no tenía intención de volver a ver a JiMin nunca más.

Otra vez silencio. La tersa frente de HyeonU se arrugó. Finalmente, se dio la vuelta y desapareció por el pasillo.

Entonces… 

ㅡTú. ㅡLlegó la orden. ㅡDetente.

Se detuvo. JiMin había ordenado que sus apartamentos se quedaran vacíos, pero Tae ya había alcanzado el perímetro y se enfrentaba a la Guardia del Regente.

Habló con toda la calma de la que fue capaz.

 ㅡEl Príncipe me envió a buscar a dos hombres de su propia Guardia para él. Supongo que han sido alertados.

Tantas cosas podían salir mal. Incluso si no le impedían avanzar, podrían enviar una escolta con él. Una mínima  sospecha era todo lo que se necesitaba.

El guardia informó: 

ㅡNuestras órdenes son que nadie entre o salga.

ㅡPuedes decirle eso al Príncipe ㅡdijo Taeㅡ, después le explicas por qué dejaste pasar a la mascota del Regente.

Eso obtuvo una pequeña reacción. La invocación al mal humor de JiMin era como una llave mágica que abría las puertas más inhóspitas.

ㅡSigue con lo tuyo ㅡclaudicó el guardia.

Tae asintió y se marchó con paso casual, sintiendo sus ojos en la espalda. No pudo relajarse, incluso cuando estuvo fuera de su vista. Estaba continuamente consciente de la actividad palaciega a su alrededor mientras avanzaba. Pasó a dos criados, que lo ignoraron. Rezó para que la sala de entrenamiento estuviera como la recordaba: apartada, sin guardias y vacía.

Lo estaba. Sintió una oleada de alivio cuando la vio, con sus antiguos accesorios y el serrín esparcido por el suelo. En el centro estaba la cruz, una oscura y sólida mole. Tae sintió aversión de acercarse a ella, su instinto le hizo bordear el recinto en lugar de atravesarlo abiertamente.

Su propia reacción le desagradó tanto que, deliberadamente, tomó unos preciosos minutos para caminar hacia la cruz y colocar una mano sobre la sólida viga central. Sintió la madera inamovible bajo su mano. Por alguna razón, había esperado ver la cubierta acolchada oscurecida de sudor o de sangre, vestigios de lo que había sucedido, pero no había nada. Levantó la vista hacia el sitio desde donde JiMin se había ubicado y lo había observado.

No había ninguna razón para añadir aquella droga en particular a la bebida del Heredero si la intención hubiera sido solo la de incapacitar. La violación, por lo tanto, habría precedido al asesinato. Tae no tenía idea de si él había sido concebido como un participante o solo como un mero observador. Ambas ideas le asqueaban. Su propia muerte como el supuesto agresor, probablemente hubiera sido incluso más lenta que la de  JiMin, una larga y persistente ejecución pública ante las multitudes.

Drogas y un trío de atacantes. Un chivo expiatorio, acarreado para el sacrificio. Un sirviente corriendo a informar a la Guardia del Regente en el momento justo. Era un plan perfecto, llevado a cabo deficientemente por la incapacidad de predecir la reacción de Tae. Y por subestimar la voluntad inquebrantable de JiMin para resistir la droga.

Y por ser demasiado “complejo”; ese era un frecuente error de la mente busanian.

Se dijo que al aprieto actual en que se encontraba JiMin no era tan terrible. En una Corte de este tipo, el Príncipe podría simplemente convocar a una mascota que le ayudara a aliviar sus dificultades. Era por pura terquedad si no lo hacía.

No tenía tiempo para aquello.

Se alejó de la cruz. Al margen de la zona de entrenamiento, cerca de uno de los bancos, había unas cuantas piezas disparejas de armadura y algunas ropas viejas desechadas. Se alegró de que aún estuvieran allí tal como recordaba, porque fuera del palacio no pasaría desapercibido con la  exigua vestimenta de un esclavo. Gracias a su “instrucción” en los baños, estaba familiarizado con la tonta particularidad de la ropa busanian, por lo que pudo vestirse rápidamente. Los pantalones eran muy viejos, y la tela color beige estaba raída en algunos lugares, pero le entraban. Los lazos eran dos tiras largas y delgadas de cuero suavizado. Miró hacia abajo, mientras las apretaba y ataba a toda prisa, ambos sirvieron tanto para cerrar la abertura en “V” como para crear una cruz externa de ornamentación.

La camisa no le ajustaba. Pero debido a que estaba más deteriorada, incluso, que los pantalones; con la costura del hombro abierta; era fácil arrancar rápidamente las mangas, luego rasgar una parte en el cuello, hasta darle forma. Por lo demás, era lo suficientemente floja y cubriría las cicatrices delatoras de su espalda. Descartó sus ropas de esclavo, ocultándolas detrás del banco. Las piezas de armadura eran todas inútiles. Consistían en un casco, una coraza oxidada, una sola hombrera y algunas correas y hebillas. Un avambrazo de cuero habría ayudado a ocultar sus puños de oro. Era una pena que no hubiera ninguno. Era una pena que no hubiera armas.

No podía permitirse el lujo de buscar armamentos: demasiado tiempo había pasado ya. Se dirigió hacia el tejado.





El palacio no hacía las cosas fáciles para él.

No había una ruta amigable hacia la parte superior que lo guiara a un descenso indoloro desde el primer piso. El patio estaba rodeado de edificios altos que debían ser escalados.

Aun así, tuvo la suerte de que no era el palacio de Ios, o algún otro bastión daeg. Ios era una fortificación, construida sobre acantilados, diseñada para ahuyentar a los intrusos. No había camino hacia abajo sin vigilancia, excepto una pared vertical de blanca y suave piedra.

El palacio busanian, cargado de adornos, era defensivo solo en apariencia. Los parapetos eran inútiles chapiteles decorativos curvos. Las cúpulas resbaladizas que lo bordeaban serían una pesadilla en un ataque, ya que ocultaban una parte del tejado de la otra. En una ocasión, Tae utilizó un matacán para asirse, pero este no parecía tener ninguna otra función más que la de adornar. Aquel era un lugar de residencia, no una fortaleza o un castillo construido para resistir a un ejército. Busan había tenido  su parte en guerras, sus fronteras se trazaron y se volvieron a trazar, pero durante doscientos años ningún ejército extranjero había llegado hasta la capital. El antiguo bastión de Chastillon fue sustituido; la Corte se mudó al Norte, a aquella nueva guarida de lujo.

Al primer rumor de voces, se aplastó contra un parapeto y pensó « solo son dos», juzgando por el sonido de sus pies y la entonación. “Solamente dos” significaba que aún podría tener éxito, si pudiera hacerlo en silencio, si no sonaba una alarma. Su pulso se aceleró. Sus expresiones parecían casuales, como si estuvieran allí por algún tipo de rutina y no como parte de un grupo de búsqueda a la caza de un prisionero perdido.

Tae esperó, en tensión, hasta que las voces se volvieron distantes.

La luna estaba alta. A la derecha, el río Sena le orientó: «Oeste». La ciudad era una serie de formas oscuras con bordes iluminados por la luz de la luna, tejados inclinados y fachadas, balcones y canalones, todos tocándose entre sí en un revoltijo caótico de sombras. Detrás de aquel, la lejana oscuridad de lo que tendría que ser los grandes bosques del Norte. Y hacia el Sur... hacia el Sur, más allá de las formas tenebrosas de la ciudad, pasando las colinas levemente boscosas y las ricas provincias centrales de Busan, estaba la frontera, salpicada con verdaderos castillos:

Revenel, Fortela, Myeon... y allende Dalseo, el hogar.

«HOGAR».

«Hogar», aunque el Daegu que había dejado tras de sí no era el Daegu al que volvería. El reinado de su padre había terminado y era BaekHyun quien ahora dormía en los aposentos del rey, con ChaeYoung a su lado, si es que aún no había comenzado la reclusión debido a su estado. ChaeYoung; su cintura engrosándose con el hijo de BaekHyun.

Tomó aire. Su suerte se mantuvo. No se emitía ningún sonido de alarma desde el palacio; ningún equipo de búsqueda en el tejado o en las calles. Su fuga no había sido advertida. Y había un camino debajo, si se animaba a descender.   

Se sentiría bien probar su físico, enfrentarse a un reto difícil. Cuando llegó por primera vez a Busan, estaba en las mejores condiciones, y en estar preparado para la lucha fue algo en lo que trabajó durante las largas horas de encierro en las que había poco más para hacer. Sin embargo, las semanas de lenta recuperación de los latigazos habían hecho mella. Enfrentarse con dos hombres de formación mediocre era una cosa, escalar una pared era algo completamente distinto, una hazaña de resistencia que dependería totalmente de la fuerza de sus miembros superiores y de los músculos de la espalda.

La espalda era su debilidad, recién sanada y sin probar. No estaba seguro de cuánto esfuerzo continuado podría soportar antes de que los músculos dejaran de funcionar. Solo había una forma de averiguarlo.

La noche proporcionaría una cubierta para el descenso, pero después de eso… la noche no era un buen momento para moverse a través de las calles de una ciudad. Tal vez había toque de queda, o quizás simplemente era la costumbre de allí, pero las calles de Geumjeong parecían vacías y silenciosas. Un hombre, arrastrándose sigiloso por ellas, se destacaría. Por el contrario, la luz sombría del amanecer, junto al consiguiente alboroto de las ocupaciones matinales, sería el momento perfecto para encontrar su salida de la ciudad. Tal vez, pudiera moverse incluso antes. Una hora antes del alba ya comenzaba la actividad en cualquier ciudad.

Pero tenía que bajar primero. Después de eso, un rincón oscuro de la ciudad… un callejón o (si su espalda lo permitía) una azotea, serían lugares ideales para esperar la llegada del bullicio matinal. Estaba agradecido de que los hombres del tejado del palacio se hubieran ido, y de que las patrullas no hubieran salido.




Las patrullas estaban fuera.

La Guardia del Regente salió del palacio montando y llevando antorchas pocos minutos después de que los pies de Tae tocaran el suelo por primera vez. Dos docenas de hombres a caballo divididos en dos grupos: la cantidad exacta para despertar a un pueblo. Los cascos golpeaban los adoquines, las lámparas se encendieron, las persianas se abrieron de golpe. Se podían escuchar quejosos gritos. Rostros aparecieron en las ventanas hasta que, refunfuñando adormilados, desaparecieron de nuevo.

Tae se preguntó si por fin habían dado la voz de alarma. ¿HyeonU había sumado dos y dos? ¿Había JiMin, saliendo de su drogado estupor, decidido que quería a su mascota de regreso? ¿Había sido la Guardia del Regente?

No importaba. Las patrullas estaban fuera, pero eran ruidosas y fáciles de evitar. No pasó mucho tiempo antes de que estuviera acomodado perfectamente sobre una azotea, escondido entre las baldosas inclinadas y la chimenea.

Miró al cielo y pensó que faltaba otra hora, tal vez.



La hora pasó. Una de las patrullas estaba fuera de la vista y del oído; la otra estaba a pocas calles de distancia, pero en retirada.

El alba empezó a amenazar tras bastidores; el cielo ya no era perfectamente negro. Tae no podía quedarse donde estaba, agazapado como una gárgola, esperando, mientras la luz lo iba exponiendo lentamente como un telón que se levanta para revelar una escena inesperada. A su alrededor, la ciudad estaba despertando. Ya era hora de bajar.

El callejón estaba más oscuro que la azotea. Pudo distinguir varias puertas de diferentes formas, viejos maderos, molduras de piedra derruidas. Aparte de eso, solo se veía un callejón sin salida, lleno de desperdicios. Prefirió salir de él.

Una de las puertas estaba abierta. Percibió un vaho de perfume y cerveza añeja. Había una mujer en el umbral. Tenía pelo castaño rizado y un hermoso rostro, por lo que se distinguía en la oscuridad, y un amplio pecho parcialmente expuesto.

Tae parpadeó. Detrás de ella, se veía la forma oscura de un hombre, y más allá de la cálida luz de las lámparas recubiertas de rojo, había una atmósfera característica y tenues sonidos que eran inconfundibles.

Un burdel. Ningún indicio de él en el exterior, ni siquiera luces procedentes de las ventanas cerradas; sin embargo, si hacerlo entre hombres y mujeres no casadas era un tabú social, era comprensible que un burdel fuera discreto, escondido de la vista.

El hombre no parecía tener vergüenza de lo que había estado haciendo, se movía con el pesado lenguaje corporal de quien fue recientemente saciado, mientras subía sus pantalones. Cuando vio a Tae, se detuvo y le lanzó una mirada de impersonal territorialismo. Entonces se detuvo de verdad, y su mirada cambió.

Y la suerte de Tae, que lo había acompañado hasta ese momento, lo abandonó con rapidez.

Seong dijo: 

ㅡDéjame adivinar, jodí a uno de los tuyos, por lo que has venido aquí a joder a una de las mías.

El lejano retumbar de los cascos sobre los adoquines fue seguido por el alboroto de las voces procedentes de la misma dirección y los gritos que despertaban quejas en el pueblo  una hora antes de lo previsto.

 ㅡO ㅡprosiguió con la voz lenta de quien, a pesar de todo,  llega a una conclusión finalㅡ, eres tú el motivo de que la Guardia esté fuera.

Tae evitó la primera acometida, y la segunda. Mantuvo una distancia entre sus cuerpos, recordando el agarre de oso de Seong. La noche se estaba convirtiendo en una carrera de obstáculos con retos extravagantes. Detener un asesinato. Escalar una pared. Luchar con Seong. ¿Qué más?

La mujer, con su impresionante medio desnuda capacidad pulmonar, abrió la boca y gritó.

Después de eso, las cosas se sucedieron muy rápidamente.

A tres calles de distancia, el alboroto y el retumbar de los cascos de la patrulla más cercana  se dirigieron hacia el grito a toda velocidad. Por lo tanto, su única oportunidad era que pasaran por alto la estrecha abertura del callejón. La mujer se dio cuenta de esto también, y gritó otra vez, metiéndose luego en el interior. La puerta del burdel se cerró, con estrépito y cerrojo.

El callejón era estrecho, y no entraban cómodamente tres caballos de frente, pero con dos fue suficiente. Además de caballos y antorchas, los soldados tenían ballestas. No podía oponer resistencia, a menos que quisiera suicidarse.

Junto a él, Seong lo miraba con aire satisfecho. Tal vez no se había dado cuenta de que si el guardia disparaba contra Tae, él sería un daño colateral.

En algún lugar detrás de los dos caballos, un hombre se apeó y se acercó. Era el mismo soldado que había estado a cargo de la Guardia del Regente en los apartamentos de JiMin. Más  jactancia. Por la expresión de su rostro, probar que había tenido razón sobre Tae lo tenía muy complacido.

ㅡDe rodillas ㅡdijo el soldado a cargo.

¿Iban a matarlo allí? Si fuera así, lucharía; aunque supiera cómo terminaría la pelea contra aquella cantidad de hombres con ballestas. Detrás del oficial al mando, la boca del callejón se erizó como un pino con flechas de ballestas. Ya sea que lo planearan o no, sin duda lo matarían allí sin necesidad de una excusa razonable.

Tae se puso, poco a poco, de rodillas.

Era el amanecer. El aire tenía eso aún, la calidad traslúcida que venía con la salida del sol, incluso en un pueblo. Miró a su alrededor. No era un callejón muy agradable. Los caballos no le gustaron, más fastidiosos que las personas que vivían allí. Soltó una exhalación.

ㅡQuedas detenido por alta traición ㅡrecitó el soldadoㅡ. Por tu parte en el complot para asesinar al Príncipe Heredero. Tu vida no vale nada para la Corona. El Consejo ha hablado.

Había aprovechado su oportunidad, y le había conducido hasta allí. No sintió miedo, sino una dura y angustiosa sensación en sus costillas por la libertad que había estado tan cerca de conseguir y que le fue arrebatada de sus manos. Lo que más le irritó fue que JiMin había tenido razón.

ㅡÁtale las manos ㅡdijo el oficial a cargo, arrojando un trozo de cuerda delgada a Seong. Luego se movió a un lado, dejando la espada en el cuello de Tae, dando a los hombres un ángulo perfecto de tiro con las ballestas.

ㅡMuévete y mueres ㅡadvirtió. Lo que era un resumen apropiado.

Seong cogió la cuerda. Si Tae iba a pelear, tendría que hacerlo en ese momento, antes de que sus manos estuviesen atadas. Sabía que, aunque su mente de guerrero entrenado no encontrara una táctica para enfrentar la línea abierta de ballestas y a los doce hombres a caballo, podría hacer algo más que un alboroto y una abolladura. Tal vez, algunas abolladuras.

ㅡEl castigo por la traición es la muerte ㅡinformó el guardia. 

Justo antes de que su espada se alzara, antes de que Tae se moviera, antes de que el último acto desesperado se desarrollara en el sucio callejón, hubo otra explosión de cascos, y el daeg tuvo que obligarse a resoplar una incrédula risa al recordar a la otra mitad de la patrulla. Llegar en ese momento, un innecesario detalle decorativo. En realidad, ni siquiera BaekHyun había enviado tantos hombres en su contra.

ㅡ¡Espera! ㅡgritó una voz.

Y, a la luz del amanecer, vio que los hombres que detenían sus caballos no llevaban las capas rojas de la Guardia del Regente, sino azul y oro.

ㅡEs el cachorro de la perra ㅡdijo el oficial a cargo, con un desprecio total.

Tres hombres de la Guardia del Príncipe forzaron sus caballos más allá del bloqueo improvisado, hacia el reducido espacio del callejón. Tae incluso reconoció a dos de ellos: HoSeok, al frente en un bayo castrado, y detrás de él, la figura más grande de WooBin.

ㅡTienes algo nuestro ㅡinformó HoSeok.

ㅡ¿El traidor? ㅡpreguntó el otroㅡ. No tienes ningún derecho aquí.

Vete ahora y os dejaré marcharos pacíficamente.

ㅡNo somos del tipo pacífico ㅡdijo HoSeok. Su espada desenvainadaㅡ. No nos iremos sin el esclavo.

ㅡ¿Desafías las órdenes del Consejo? ㅡpreguntó el de la Guardia del Regente.

El oficial estaba en la poco envidiable posición de enfrentar a tres jinetes de a pie. Era un callejón pequeño. Y HoSeok tenía su espada desenvainada. Detrás de él, rojos y azules eran aproximadamente iguales en número. Pero él no pareció inmutarse.

Continuó: 

ㅡDesafiar a la Guardia del Regente es un acto de traición a la patria.

En respuesta, con desdén casual, WooBin sacó su espada.

Instantáneamente, el metal brilló a lo largo de las filas detrás de él. Las ballestas se erizaron en ambos lados. Nadie respiró.

HoSeok habló.

 ㅡEl Príncipe está antes que el Consejo. Sus órdenes son de hace una hora. Mata al esclavo y tú serás el siguiente en perder la cabeza.

ㅡEso es mentira ㅡdijo el soldado de capa roja.

HoSeok sacó algo de entre los pliegues de su uniforme y lo balanceó. Era el medallón de un consejero. Este giró colgando de la cadena a la luz de las antorchas; el oro brillaba como una estrella. En el silencio, HoSeok presumió: 

ㅡ¿Quieres apostar?




ㅡDebes de haberle dado la follada de su vida ㅡdijo WooBin justo antes de empujar a Tae a la sala de audiencias, donde JiMin estaba solo frente al Regente y al Consejo.

Era la misma representación de la última vez; el Regente entronizado y el Consejo vestido de gala, formidablemente dispuesto junto a él; excepto que no había cortesanos que abarrotaran la sala, solo estaba JiMin; solo, frente a ellos. Tae inmediatamente buscó a cual de los consejeros le faltaba su medallón. Era a Shin.

Otro empujón. Las rodillas de Tae golpearon la alfombra, que era roja, como las capas de la Guardia del Regente. Cayó sobre la tapicería, cerca de donde un jabalí era arponeado debajo de un árbol cargado de granadas.

Miró hacia arriba.

ㅡMi sobrino ha abogado por ti muy convincentemente ㅡinformó el Regente. Y continuó, curiosamente haciéndose eco de las palabras de WooBin ㅡ. Debes tener un encanto oculto. Tal vez sea tu físico lo que encuentra tan atractivo. ¿O tienes otros talentos?

La fría y calmada voz de JiMin:

 ㅡ¿Insinuáis que tomo al esclavo en mi cama? ¡Qué repugnante sugerencia! Es un soldado bárbaro del ejército de BaekHyun. 

JiMin había asumido, una vez más, su intolerable serenidad, y se había vestido para una audiencia formal. No tenía, como la última vez que lo había visto, los ojos lánguidos y soñolientos, y la cabeza echada hacia atrás contra la pared. El puñado de horas que habían pasado desde su fuga había sido suficiente para que la droga desapareciera de su sistema. Quizás. Aunque, por supuesto, no tenía forma de saber cuánto tiempo JiMin había estado en aquella sala, discutiendo con el Consejo.

ㅡ¿Solo un soldado? Y, sin embargo, habéis descrito la extraña circunstancia en la que tres hombres irrumpieron en vuestras habitaciones con el fin de atacarle ㅡdijo el Regente. Observó brevemente a Taeㅡ. Si él no yace con vos, ¿qué estaba haciendo en vuestro espacio privado tan tarde en la noche?

La temperatura, ya bastante fría, se redujo drásticamente. 

ㅡYo no me acuesto con el empalagoso sudor de los hombres de Daegu ㅡ replicó el Príncipe.

ㅡJiMin, si por alguna razón estás ocultando que un ataque daeg se ha producido contra ti, debemos saber de él. La cuestión es seria.

ㅡY así fue mi respuesta. No sé cómo este interrogatorio se encaminó hasta mi cama. ¿Puedo preguntar hacia dónde debo esperar que se dirija ahora?

Los pesados pliegues de un manto suntuoso envolvían el trono en el que el Regente se sentaba. Con el nudillo de un dedo, acarició la línea de su mandíbula barbuda. Miró de nuevo a Tae, antes de retornar la atención a su sobrino.

ㅡNo seríais el primer joven en encontraros a merced de un nuevo enamoramiento. La inexperiencia a menudo confunde la cama con el amor. El esclavo podría haberos convencido de que nos mintierais, después de haberse aprovechado de vuestra inocencia.

ㅡAprovecharse de mi inocencia ㅡrepitió JiMin.

ㅡTodos hemos visto que lo favorecéis. Sentado a vuestro lado en la mesa. Alimentado por vuestra propia mano. De hecho, apenas os han visto sin él en los últimos días.

ㅡAyer lo torturaba. Hoy caigo desmayado en sus brazos. Preferiría que los cargos en mi contra fueran consistentes. Elegid uno.

ㅡYo no necesito elegir uno, sobrino, tenéis una amplia gama de vicios, y la incoherencia es el mayor de todos.

ㅡSí, por lo visto he follado con mi enemigo, he conspirado contra mis intereses  futuros y he confabulado para mi propio asesinato. No puedo esperar a ver qué hazañas realizaré a continuación.

Solo con mirar a los consejeros se podía ver que aquella entrevista ya había durado demasiado tiempo. Todos los hombres mayores, sacados de sus camas, estaban mostrando síntomas de cansancio.

ㅡY, sin embargo, el esclavo huyó ㅡconcluyó el Regente. 

ㅡ¿Volvemos a eso? ㅡdijo JiMinㅡ. No hubo asalto contra mí. Si hubiera sido atacado por cuatro hombres armados, ¿de verdad creéis que habría sobrevivido matando a tres? El esclavo huyó sin ninguna otra razón más siniestra que su indisciplina y rebeldía. Creo haberos mencionado,  a todos vosotros, su carácter arisco antes. En ese entonces también escogisteis no creerme.

ㅡNo es cuestión de creer. Vuestra defensa del esclavo me preocupa. No es propia de Vos. Eso habla de un apego inusual. Si os ha manipulado para que simpaticéis con otras fuerzas que no sean las de vuestra propia Nación…

ㅡ“¿Simpatizar con Daegu?”

La fría repugnancia con la que JiMin expresó esas palabras fue más convincente que cualquier caluroso estallido de indignación. Uno o dos consejeros se removieron en su lugar.

Shin dijo, torpemente: 

ㅡNo creo que pudiera ser acusado de eso, no cuando su padre…  y su hermano…

ㅡNadie ㅡafirmó JiMinㅡ tiene más razones para oponerse a Daegu que yo. Si el esclavo regalado por BaekHyun me hubiera atacado, podría declarar la guerra. Rebosaría de alegría. Estoy aquí por una única razón: la verdad. Ya la habéis oído. No voy a argumentar más. El esclavo es inocente o es culpable. Decidid.

ㅡAntes de decidir ㅡdijo el Regenteㅡ responderéis lo siguiente: si vuestra oposición a Daegu es genuina, como sostenéis, si no hay alguna connivencia, ¿por qué continuamente os negáis a cumplir vuestra obligación en la frontera de Doryou? Creo que, si fuerais tan leal como decís, tomaríais vuestra espada, reuniríais lo poco que queda de vuestro honor y cumpliríais con vuestro deber.

ㅡYo… ㅡ dijo JiMin.

El Regente se apoyó en el trono, extendió las palmas de las manos hacia abajo sobre la oscura madera tallada de los reposabrazos curvados, y esperó.

ㅡYo…  no veo por qué eso debería ser… 

Fue BonHwa quien interrumpió.

 ㅡ“Es” una contradicción.

ㅡPero una que se resuelve fácilmente ㅡañadió GeounSoo. Detrás de él, hubo uno o dos murmullos de aprobación.  El consejero Shin asintió lentamente.

JiMin paseó la mirada por todos los miembros del Consejo.

Cualquiera que valorara la situación en ese momento habría visto cuán precaria era. Los consejeros estaban hastiados de aquella discusión, y dispuestos a aceptar cualquier solución que el Regente ofreciera, por más ladina que pudiera parecer.

JiMin sólo tenía dos opciones: Ganarse su censura al continuar una inoportuna disputa empantanada de acusaciones y fracasar, o acceder a cumplir con el deber y conseguir lo que quería.

Más que eso, era demasiado tarde, y siendo la naturaleza humana cómo es, si JiMin no aceptaba el ofrecimiento actual de su tío, los consejeros podrían encontrarle la vuelta y simplemente volver a sacar esto más adelante. Y encima, ya con la lealtad del Príncipe puesta en duda.

JiMin dijo: ㅡTenéis razón, tío. Evitar mis responsabilidades os ha llevado comprensiblemente a dudar de mi palabra. Viajaré a Doryou y cumpliré con mi deber en la frontera. Me desagrada pensar que hay dudas acerca de mi lealtad.

El Regente extendió las manos en gesto complacido.

ㅡCreo que esa respuesta satisface a todos ㅡconcluyó. Recibió el beneplácito del Consejo, cinco confirmaciones verbales dadas una tras otra, después de las cuales miró a Tae y dijo: ㅡCreo que podemos absolver al esclavo, sin más cuestionamientos sobre lealtades. 

ㅡMe someto humildemente a vuestro juicio, tío ㅡdijo JiMinㅡ, y al juicio del Consejo.

ㅡLiberad al esclavo ㅡordenó el Regente.

Tae sintió unas manos sobre sus muñecas, desatando la cuerda. Fue WooBin, que había estado de pie detrás de él todo el tiempo. Los movimientos fueron cortas sacudidas.

ㅡListo. Está hecho. Venid ㅡdijo el Regente a JiMin, extendiendo su mano derecha. En el dedo más pequeño tenía el anillo oficial, de oro, coronado con una piedra roja: rubí o granate.

JiMin se adelantó y se postró ante él con gracia, con una sola rodilla en el suelo.

ㅡBesadlo ㅡordenó el Regente, y el Príncipe bajó la cabeza en obediencia para besar el anillo del sello de su tío.

Su lenguaje corporal era tranquilo y  la caída del dorado cabello ocultó su expresión. Sus labios tocaron el rojo núcleo duro de la gema sin prisa, a continuación, se separó de él. No se levantó. El Regente bajó la mirada hacia él.

Después de un momento, Tae vio la mano del Regente alzarse de nuevo para descansar sobre el cabello de JiMin y acariciarlo con lento afecto familiar. El joven permaneció inmóvil, con la cabeza inclinada, hasta que las hebras de fino oro fueron apartadas de su rostro por los fuertes dedos enjoyados del Regente.

ㅡJiMin, ¿por qué siempre tienes que desafiarme? Odio cuando estamos en desacuerdo. Sin embargo, me obligas a castigarte. Pareces decidido a destruir todo a tu paso. Bendecido con regalos, los desperdicias. Dadas las oportunidades, las pierdes. Odio ver que hayas crecido así ㅡdijo el Regenteㅡ cuando eras un niño tan encantador. 



 

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