CAPÍTULO DOCE | PC
7:45 p.m.
CAPÍTULO DOCE
El extraño momento de afecto paternal terminó la reunión; el Regente y el Consejo salieron de la cámara. JiMin permaneció, se alzó de donde estaba arrodillado, viendo a su tío y a los consejeros salir en fila. WooBin, haciendo una reverencia después de liberar al esclavo de sus ataduras, se retiró también. Estaban solos.
Tae se levantó sin pensar. Recordó después de un segundo o dos que se suponía que debía esperar algún tipo de permiso por parte de JiMin, pero para entonces ya era demasiado tarde: se había puesto en pie y las palabras salieron de su boca.
ㅡHabéis mentido a vuestro tío para protegerme.
Seis pies cubiertos de alfombra se extendían entre ellos. No quiso decirlo de la forma que sonó. O tal vez sí. Los ojos de JiMin se estrecharon.
ㅡ¿He ofendido una vez más tus elevados principios morales? Tal vez puedas proponer una solución más adecuada. Creo recordar que te dije que no te alejaras.
Tae oyó, distanciándose, la conmoción en su propia voz.
ㅡNo entiendo por qué habéis hecho eso para ayudarme, cuando decir la verdad os hubiera sido de mayor utilidad.
Si no te importa, creo que ya he oído bastante sobre mi carácter por esta noche, o ¿tengo que ir a doce asaltos contigo también? Lo haría.
ㅡNo, yo… no quise decir… ㅡ¿Qué quiso decir? Sabía lo que tenía que decir: gratitud de esclavo rescatado. No era lo que sentía. Había estado tan cerca. La única razón por la que había sido descubierto era a causa de Seong, quien no habría sido su enemigo si no fuera por JiMin. “Gracias” significaba agradecerle por ser arrastrado de nuevo para ser esposado y atado dentro de aquella jaula palaciega. Otra vez.
Sin embargo, de manera inequívoca, el busanian le había salvado la vida. JiMin y su tío estaban cerca de ser iguales a la hora de la brutalidad verbal sin derramamiento de sangre. Tae se sentía exhausto solo de escucharlos. Se preguntó cuánto tiempo exactamente el Príncipe se habría mantenido firme antes de que él mismo hubiera sido arrastrado allí.
“No puedo protegerte como estoy ahora”, le había dicho. Tae no había pensado en lo que pudiera implicar dicha protección, pero nunca hubiera imaginado que JiMin subiría a la palestra en su nombre. Y resistiría en ella.
ㅡQuise decir… que estoy agrad…
JiMin le cortó.
ㅡNo habrá nada más entre nosotros, ciertamente ningún agradecimiento. No esperes en el futuro sutilezas de mí. Nuestra deuda está saldada.
Pero el ceño ligeramente fruncido con el que JiMin evaluaba a Tae no era del todo hostil; lo acompañaba una larga mirada escrutadora. Después de un momento:
ㅡFue en serio cuando dije que no me gustaba sentirme en deuda contigo. ㅡY entonces: ㅡTenías muchas menos razones para ayudarme que yo para ayudarte a ti.
ㅡEso es cierto.
ㅡNo embelleces lo que piensas, ¿verdad?ㅡ dijo JiMin, todavía con el ceño fruncidoㅡ Un hombre más astuto lo haría. Un hombre astuto se hubiera quedado donde estaba, y hubiera aprovechado para fomentar el sentido de la obligación y la culpa de su Señor.
ㅡNo me di cuenta que teníais sentimiento de culpa ㅡdijo Tae, sin rodeos.
Un signo de acusación apareció en la esquina de los labios de JiMin. Se alejó unos pasos de Tae, tocando el reposabrazos labrado del trono con los dedos. Y entonces, en una despatarrada postura relajada, se sentó en él.
ㅡBueno, no te desanimes. Voy a cabalgar a Doryou y nos libraremos el uno del otro.
ㅡ¿Por qué la idea de cumplir con vuestro deber en la frontera os incomoda tanto?
Soy un cobarde, ¿recuerdas?
Tae pensó en eso.
ㅡ¿Lo sois? No creo que jamás os haya visto rehuir una pelea. Más bien todo lo contrario.
El signo acusatorio se profundizó.
ㅡCierto. ㅡEntonces…
JiMin dijo:
ㅡNo es asunto tuyo.
Otra pausa. La postura relajada de JiMin en el trono lo hacía parecer sin huesos, y Tae se preguntó, mientras el busanian lo seguía mirando fijamente, si la droga aún persistía en sus venas. Cuando el Príncipe habló, el tono era casual.
ㅡ¿Hasta dónde llegaste?
ㅡNo muy lejos. Un burdel en alguna parte al Sur de la ciudad.
ㅡ¿Realmente pasó tanto tiempo desde lo de Sook?
Su mirada había adquirido una calidad perezosa. Tae se sonrojó.
ㅡNo estaba allí por placer. Tenía otras cosas en mi cabeza.
ㅡLástima ㅡdijo JiMin con tono indulgenteㅡ. Deberías haber aprovechado el placer mientras tuviste la oportunidad. Voy a encerrarte tan severamente que no serás capaz de respirar, y mucho menos de molestarme así de nuevo.
ㅡPor supuesto ㅡdijo Tae con una voz diferente.
ㅡTe dije que no me debías agradecer ㅡreplicó JiMin.
Y así, fue llevado de vuelta a la familiar pequeña habitación recargada.
Había sido una larga noche sin dormir, y tenía un jergón, y cojines en los que apoyarse, pero había un sentimiento en su pecho que le impedía conciliar el sueño. Al mirar alrededor de la recámara, la sensación se intensificó. Había dos ventanas arqueadas a lo largo de la pared a su izquierda, con bajos y anchos alféizares, ambas cubiertas con rejas. Parecían dar a los mismos jardines del pórtico de JiMin, según dedujo por lo que conocía de la posición de su habitación con respecto a los apartamentos del Príncipe, no de la observación personal. Su cadena no se estiraba lo suficiente como para echar un vistazo. Podía imaginarse debajo de la caída del agua y el fresco verdor que caracterizaba a los patios interiores de la corte busanian. Pero no podía verlos.
Lo que podía ver, ya lo conocía. Estaba al tanto de cada centímetro de aquella estancia, de cada recodo del techo, de cada curvatura de las rejillas de las ventanas. Conocía la pared de enfrente. Conocía el enganche inamovible de hierro en el suelo, y el arrastre de la cadena, y su peso.
Conocía la duodécima baldosa que marcaba el límite de sus movimientos cuando la cadena se tensaba. Había sido exactamente igual todos los días desde su llegada, con un único cambio en el color de los cojines del jergón, que eran puestos y quitados frecuentemente, como si existiera un suministro inagotable.
Alrededor de media mañana, entró un sirviente, llevando la comida matinal, le dejó con ella, y se apresuró lejos. Las puertas se cerraron.
Estaba solo. El delicado plato contenía quesos, caliente pan hojaldrado, un puñado de cerezas salvajes en su propio plato llano plateado, pastelería moldeada artísticamente. Cada artículo era estudiado, diseñado para la exhibición de los alimentos; como todo lo demás, era hermoso.
Lo arrojó al otro lado de la habitación en un ataque de absoluta, violenta e impotente rabia.
Lo lamentó casi tan pronto como lo hubo hecho. Cuando el sirviente volvió a entrar más tarde pálido y nervioso, y empezó a arrastrarse por los márgenes de la habitación recogiendo el queso, se sintió ridículo.
Luego, por supuesto, DakHo tuvo que entrar y ver el desorden, observando a Tae con esa mirada familiar.
ㅡTira tanta comida como quieras. Nada va a cambiar. Mientras dure la estancia del Príncipe en la frontera, no saldrás de esta habitación. Órdenes del Príncipe. Te lavaras aquí, te vestirás aquí, y permanecerás aquí. Las excursiones que has disfrutado a banquetes, a la cacería y a los baños, han terminado. No se te separará de la cadena.
“Durante la estancia del Príncipe en la frontera”. Tae cerró los ojos un instante.
ㅡ¿Cuándo parte?
ㅡDos días a partir de ahora.
ㅡ¿Por cuánto tiempo se irá?
ㅡVarios meses.
Era una información incidental para DakHo, quien pronunció las palabras ajeno al efecto que causarían en Tae. El supervisor dejó caer una pequeña pila de ropa en el suelo.
ㅡCámbiate.
Tae debió haber mostrado algún tipo de reacción en su expresión, porque DakHo continuó:
ㅡAl Príncipe le disgustas en ropa de busanian. Ordenó remediar la ofensa. Son las prendas de un hombre civilizado.
Se cambió. Cogió la ropa que DakHo había dejado plegada en una pequeña pila, no es que hubiera mucha tela para plegar. Eran nuevamente prendas de esclavo. La ropa busanian con la que había escapado fue retirada por los sirvientes como si nunca hubiera existido.
Tiempo, penosamente, pasado.
Aquel breve vislumbre de libertad en el mundo fuera de aquel palacio, le dolió. Fue consciente, también, de una frustración ilógica: había pensado que el escape daría por resultado su libertad o su muerte, pero fuera cual fuera la conclusión, algo cambiaría. Excepto que ahora estaba «de vuelta aquí».
¿Cómo era posible que todos los eventos fantásticos de la noche anterior no hubieran producido ningún cambio en su situación en absoluto?
La idea de estar atrapado dentro de aquella habitación durante varios meses…
Tal vez era normal que, atrapado como una mosca en esa red de filigranas, su mente terminara fijándose en JiMin, con su cerebro de araña bajo esa melena rubia. La pasada noche, Tae no había pensado mucho en su persona o en la trama que se centraba en él. Su mente había estado tan llena de planes de escape, que no había tenido ni el tiempo ni la inclinación para meditar sobre la intriga busanian.
Pero ahora estaba solo, sin nada en que pensar excepto en el extraño, sangriento ataque.
Por lo que, mientras el sol hacía su camino desde la mañana hasta la tarde, se encontró recordando a los tres agresores, sus acentos busanians y sus cuchillos daegs. «Estos tres hombres atacaron al esclavo», había dicho JiMin. El Príncipe no necesitaba ninguna razón para mentir, pero ¿por qué insistiría en que él no había sido el atacado en absoluto? Eso ayudaba al perpetrador.
Recordó la calculada incisión de JiMin con el cuchillo y la lucha posterior, el firme cuerpo de JiMin resistiendo, la respiración en su pecho acelerada por la droga. Había formas más sencillas de matar a un Príncipe.
Tres hombres, armados con cuchillos de Silla. El esclavo, regalo de Daegu, siendo llevado para ser culpado. La droga, la violación planificada.
Y zarandear a JiMin para hablar. Y la mentira. Y el asesinato.
Entendió.
Sintió, por un momento, como si el suelo se deslizara por debajo de él; su mundo reorganizándose.
Era simple y obvio. Era algo que debía haber notado enseguida, lo habría visto si no hubiera estado tan cegado por la necesidad de escapar. Se encontraba delante de él, en sombras y consumado en el diseño y la intención.
No había manera de salir de aquella habitación, por lo que tenía que esperar, y esperar, y esperar, hasta el próximo magnífico platillo.
Agradeció que el silencioso sirviente entrara acompañado por DakHo.
Dijo: ㅡTengo que hablar con el Príncipe.
La última vez que había hecho una petición como aquella, JiMin apareció en seguida, con ropa de la Corte, con el cabello cepillado. Tae no esperaba menos ahora, en aquellas urgentes circunstancias, y se alzó desde el jergón cuando la puerta se abrió no más de una hora después.
En su habitación, solo, despidiendo a los guardias, entró el Regente.
Ingresó con el lento paso a pie de un Señor recorriendo sus tierras. Esta vez no hubo ni séquito, ni ceremonia. La impresión abrumadora seguía siendo una de autoridad, el Regente tenía una presencia física imponente, y sus hombros llevaban bien el manto. La plata se disparaba a través de su cabello oscuro y la barba hablaba de experiencia. No era JiMin, descansando ociosamente sobre el trono. Era a su sobrino, como un caballo de guerra era a un poni de exhibición.
Tae hizo su reverencia.
ㅡAlteza ㅡdijo.
ㅡEres un hombre. Levántate ㅡdijo el Regente.
Así lo hizo, poco a poco.
ㅡDebes estar aliviado de que mi sobrino se vaya ㅡcontinuó. No era una buena pregunta para responder.
ㅡEstoy seguro de que hará honor a su país ㅡrecitó Tae.
El Regente lo miró.
ㅡEres bastante diplomático. Para ser un soldado.
Tae tomó aliento. A esa altura, el aire era delgado.
ㅡAlteza ㅡdijo sumisamente.
ㅡEspero una respuesta objetiva ㅡinsistió el Regente.
Tae hizo el intento.
ㅡEstoy… contento de que cumpla con su deber. Un príncipe debe aprender a conducir a sus hombres antes de convertirse en rey.
El Regente consideró sus palabras.
ㅡMi sobrino es un caso difícil. La mayoría de los hombres creen que el liderazgo es una cualidad que corre de forma natural por la sangre del Heredero a un reino, no algo que deba ser forzado en él en contra de su propia naturaleza imperfecta. Pero desde luego, JiMin nació como segundo hijo.
«Así como lo hiciste tú», surgió el pensamiento, espontáneamente. El Regente hacía que JiMin se sintiera como un ejercicio de precalentamiento. No estaba allí para un intercambio de puntos de vista, aunque pareciera que así era. Para un hombre de su estatus, visitar a un esclavo era del todo improbable y extraño.
ㅡ¿Por qué no me cuentas lo que pasó anoche? ㅡincitó el Regente.
ㅡAlteza. Ya tiene la historia de vuestro sobrino.
ㅡTal vez, en la confusión, hubo algo que mi sobrino malentendió o dejó de lado ㅡsugirió el hombre mayorㅡ. No está acostumbrado a luchar, no como tú.
Tae se quedó en silencio, a pesar de que la tentación de hablar le arrastraba como una correntada traicionera.
ㅡSé que tu primer instinto es la honestidad ㅡdijo el Regenteㅡ. No serás penalizado por ella.
ㅡYo… ㅡ dijo Tae.
Hubo un movimiento en la puerta. Tae desvió la mirada, casi con un sobresalto culpable.
ㅡTío ㅡdijo JiMin.
ㅡJiMin ㅡdijo el Regente.
ㅡ¿Tenéis algún asunto con mi esclavo?
ㅡNingún asunto ㅡexplicó el Regenteㅡ. Curiosidad.
JiMin se adelantó con la misma deliberación y desapego que un gato. Era imposible saber cuánto había oído.
ㅡÉl no es mi amante ㅡdijo JiMin.
ㅡNo tengo curiosidad acerca de lo que haces en la cama ㅡdijo el Regenteㅡ. Tengo curiosidad por saber lo que ocurrió en tu habitación la noche anterior.
ㅡ¿No habíamos establecido eso?
ㅡ“Medio” establecido. Nunca oímos la versión del esclavo.
ㅡSeguramente ㅡdijo JiMinㅡ, no valorareis más la palabra de un esclavo sobre la mía.
ㅡ¿No? ㅡpreguntó el Regenteㅡ Incluso tu tono de sorpresa es fingido. Tu hermano era de fiar. Tu palabra es un jirón deslucido. Pero puedes estar tranquilo. La versión del esclavo coincide con la tuya, hasta cierto punto.
ㅡ¿Crees que hubo una conspiración más profunda aquí? ㅡdijo JiMin.
Se miraron el uno al otro. El Regente habló.
ㅡSolo espero que vuestro tiempo en la frontera os mejore y os oriente. Espero que aprendáis lo que se necesita para liderar a los demás hombres. No sé qué más puedo enseñaros.
ㅡSeguís ofreciéndome todas las oportunidades para mejorar ㅡdijo JiMin ㅡ. Enseñadme cómo daros las gracias.
Tae esperaba que el Regente respondiera, pero se quedó en silencio, los ojos sobre su sobrino.
JiMin continuó:
ㅡ¿Vendréis a verme el día de mañana, tío?
ㅡJiMin. Sabes que lo haréㅡdijo el Regente.
ㅡ¿Y bien? ㅡapuró JiMin una vez que su tío se fue. La mirada azul estaba fija sobre él. ㅡSi me pides que rescate un gatito de un árbol voy a rehusarme.
ㅡNo tengo ninguna petición. Solo quería hablar con Vos.
ㅡ¿Una cariñosa despedida?
ㅡSé lo que pasó anoche ㅡdijo Tae.
ㅡ¿Lo sabes?
Era el tono que utilizaba con su tío. El daeg tomó aliento.
ㅡVos también. Habéis matado al superviviente antes de que pudiera ser interrogado ㅡdijo Tae.
JiMin se acercó a la ventana y se sentó, acomodándose en el alféizar. Su postura era la de una amazona. Los dedos de una de sus manos se deslizaron distraídamente en la adornada rejilla que cubría la ventana. Lo último de la luz del sol diurna caía sobre su cabello y rostro como monedas relucientes, moldeadas por las aberturas recamadas. Miró a Tae.
ㅡSí ㅡdijo JiMin.
ㅡLo habéis matado porque no queríais que lo interrogaran. Sabíais lo que iba a decir. No queríais que lo dijera.
Después de un momento.
ㅡSí.
ㅡAsumí que diríais que fue enviado por BaekHyun.
El chivo expiatorio era daeg y las armas también: cada detalle había sido cuidadosamente dispuesto para desviar la culpa hacia el Sur. Para que resultara verosímil, a los asesinos también se les había dicho que eran agentes de Daegu.
ㅡMejor para BaekHyun tener al tío “amigo” en el trono que al sobrino Príncipe que odia Daegu ㅡdijo JiMin.
ㅡExcepto que BaekHyun no puede afrontar una guerra ahora, no con la disidencia entre los señores. Si os quisiera muerto, lo haría en secreto. Nunca enviaría asesinos así: crudamente armados con armas daegs, anunciando su procedencia. BaekHyun no contrató a esos hombres.
ㅡNoㅡ convino JiMin.
Lo sabía, pero escucharlo era otra cosa, y la confirmación le envió un golpe bajo. En el calor de la tarde, se sintió frío.
ㅡEntonces... la guerra era el objetivo ㅡconcluyó ㅡ. Una confesión como esa, si vuestro tío la oyera, no tendría más remedio que tomar represalias. Si os hubieran encontrado… ㅡ«Violado por un esclavo daeg. Asesinado por cuchillos daegs.» ㅡAlguien está tratando de provocar una guerra entre Daegu y Busan.
ㅡHay que admirarlo ㅡdijo JiMin con voz impersonalㅡ. Es el momento perfecto para atacar Daegu. BaekHyun se ocupa de los problemas con las facciones de los señores. TaeHyung, que cambió el curso de Myeon, está muerto. Y el conjunto de Busan se levantaría contra un bastardo, especialmente uno que habría ultimado a un príncipe busanian. Si mi muerte no fuera el catalizador, es un esquema que apoyaría de todo corazón.
Tae lo miró fijamente, su estómago agitándose con disgusto ante las despreocupadas palabras. Las ignoró; ignoró el último tono meloso de lamento.
Porque JiMin tenía razón: era el momento perfecto. Si se enfrentaba una Busan galvanizada contra un fracturado y trastornado Daegu, su país caería. Peor aún, eran las provincias del Norte las que eran inestables; Dalsea, Silla; las mismas provincias que se extendían vecinas a la frontera busanian. Daegu era una poderosa fuerza militar cuando los señores se unían bajo un solo rey, pero si ese vínculo se disolviera, no sería más que una colección de ciudades-Estado con ejércitos provinciales, ninguno de los cuales podría enfrentar un ataque busanian.
En su imaginación vio el futuro: la larga hilera de tropas busanians marchando hacia el Sur, las provincias de Daegu cayendo una a una. Vio a los soldados de Busan corriendo a través del palacio de Ios, voces busanians resonando en la sala de su padre.
Miró a JiMin.
ㅡVuestro bienestar depende de ese complot. Aunque solo sea por vuestro propio bien, ¿no queréis detenerlo?
ㅡHa sido detenido ㅡdijo JiMin. La severa mirada azul descansaba sobre él.
ㅡMe refiero ㅡcontinuó Taeㅡ, ¿no podéis dejar de lado cualquier disputa familiar que tengáis y hablar honestamente con vuestro tío?
Sintió la sorpresa de JiMin transmitiéndose a través del aire. En el exterior, la luz comenzaba a tornarse anaranjada. El bello rostro no cambió.
ㅡNo creo que sea sabio ㅡdijo JiMin.
ㅡ¿Por qué no?
ㅡPorque ㅡdijo JiMinㅡ, mi tío es el asesino.


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