CAPÍTULO CUATRO | PC

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CAPÍTULO CUATRO






ㅡ¡Ay! ㅡexclamó Tae, con los dientes apretados.

ㅡNo te muevas ㅡreplicó el médico.

ㅡEres un torpe y diminuto patán ㅡdijo Tae, en su propio idioma.

ㅡY quédate quieto. Este es un ungüento medicinal ㅡexplicó el especialista.

A Tae no le gustaban los médicos de palacio. Durante las últimas semanas de la enfermedad de su padre, el cuarto del enfermo había estado atestado de ellos. Habían gritado, murmurado pronunciamientos, arrojado huesos adivinatorios al aire, y administrado varios remedios, pero su padre solo había enfermado más. Sentía algo muy distinto respecto a los cirujanos de campo, individuos pragmáticos que habían trabajado incansablemente para el ejército en campaña. El cirujano que le había atendido en Myeon había suturado su hombro con un mínimo de esfuerzo, limitando sus objeciones a un ceño fruncido cuando Tae volvió a subirse a un caballo cinco minutos después.

Los médicos busanians no eran de esa especie. Por el contrario, eran de «advertencias de no moverse», de múltiples prescripciones y de cambiar gasas continuamente. Este médico llevaba una bata que le llegaba hasta el suelo, y un sombrero con forma de una barra de pan. El ungüento no estaba ofreciendo absolutamente ningún alivio a su espalda, que Tae pudiera percibir, aunque olía agradablemente a canela.

Pasaron tres días desde el azotamiento. Tae no recordaba claramente el ser retirado del poste de  flagelación y el retorno a su habitación. Las borrosas impresiones que tenía del traslado le confirmaron que había hecho el trayecto en vertical. En su mayor parte.

Recordaba estar apoyado sobre dos de los guardias, aquí, en esta sala, mientras DakHo miraba su espalda con horror.

ㅡEl príncipe realmente... hizo esto.

ㅡ¿Quién más? ㅡdijo Tae.

DakHo dio un paso adelante y abofeteó a Tae; fue un golpe duro, sumado a que el hombre llevaba tres anillos en cada dedo.

ㅡ¿Qué le has hecho? ㅡexigió DakHo.

Esa pregunta le causó gracia a Tae. Debió de haberse reflejado en su cara, porque una segunda bofetada más dura siguió a la primera. El estímulo despejó momentáneamente la oscuridad que invadía su visión; Tae había llevado aquello muy lejos aferrándose a su conciencia y sosteniéndola. Desmayarse no era algo que le hubiera ocurrido alguna vez, pero era un día de “primeras veces”, y no quería correr riesgos.

ㅡNo dejéis que se muera todavía ㅡFue lo último que JiMin había dicho.

La palabra del príncipe era ley. Y así, por el módico precio de la piel de su espalda, obtuvo una serie de concesiones en su encarcelamiento, incluida la dudosa gratificación de los picotazos regulares del médico.

Una cama sustituyó a los cojines en el suelo, para que pudiera descansar cómodamente sobre su estómago (con el fin de proteger su espalda). También se le dieron mantas y varias envolturas de seda de colores, aunque solamente podía usarlas para cubrir la mitad inferior de su cuerpo (con el fin de proteger su espalda). La cadena no fue quitada, pero en lugar de engancharla a su cuello, la sujetaron a un brazalete de oro en su muñeca (con el fin de proteger su espalda). Tal preocupación por su espalda le parecía divertida.

Era bañado con frecuencia, su piel era suavemente limpiada con esponja y agua extraída de una tinaja. Posteriormente, los sirvientes disponían del líquido, que el primer día se había teñido de color rojo.

Increíblemente, el mayor cambio no se dio en el mobiliario y las rutinas, sino en la actitud de los sirvientes y los soldados que lo custodiaban. Tae hubiese esperado que reaccionaran como DakHo, con rencor e indignación. En cambio, generó simpatía entre la servidumbre. Y aún más inesperadamente, entre los guardias suscitó camaradería. Si la victoria en la arena lo había catalogado como un igual en la lucha, el ser molido bajo el látigo del Príncipe, al parecer, lo convirtió en miembro de la fraternidad. Incluso el guardia más alto, WooBin, que había amenazado a Tae después de la pelea en la palestra, parecía un poco más blando con él. Después de inspeccionar la espalda de Tae, este había proclamado al Príncipe, no sin cierto orgullo, una perfecta “puta de hierro”, mientras palmeaba alegremente su hombro, volviéndolo momentáneamente pálido.

A su vez, Tae tuvo cuidado de no hacer ninguna pregunta que provocara sospechas hacia su persona. En lugar de eso, se embarcó en un animoso intercambio cultural.

«¿Era cierto que en Daegu cegaban a los que veían el harén del Rey?, “No, no lo era”. ¿Era cierto que las daegs iban con el pecho desnudo en verano?, “Sí, lo era”. ¿Y los combates de lucha libre, se libraban desnudos?, “Sí”. ¿Y los esclavos, también estaban desnudos?, “Sí”. Daegu podía tener un rey bastardo y una reina puta, pero sonaba como el paraíso para WooBin. Risas».

Un rey bastardo y una reina puta; la cruel sentencia de JiMin se había, como Tae descubrió, popularizado.

Había abierto la mandíbula, pero lo dejó pasar. La seguridad se fue relajando gradualmente y ahora conocía una manera de salir del palacio. Intentó, con imparcialidad, considerar aquello como un intercambio equitativo por la flagelación (dos flagelaciones, su espalda le recordó con ternura).

Ignoró a su espalda. Se concentraba en cualquier otra cosa.

Los hombres que lo custodiaban eran de la Guardia del Príncipe, y no tenían ninguna afiliación con el Regente en absoluto. Fue una sorpresa para Tae la lealtad que profesaban a su Príncipe, y cuán diligentes eran en servirlo, sin manifestar los rencores o quejas que podría haber esperado teniendo en cuenta la personalidad perversa de JiMin. La enemistad de este con su tío la admitían sin reservas; existía la misma profunda división y rivalidad entre la Guardia del Príncipe y la Guardia del Regente, aparentemente. 

Tenía que ser la fisonomía de JiMin la que inspiraba esa lealtad por parte de sus hombres, y no el propio JiMin. Lo más cerca que los hombres estuvieron de faltarle el respeto fue hacer una serie de comentarios obscenos sobre su apariencia. Su devoción, al parecer, no impedía que las fantasías de follar al Príncipe adquirieran proporciones épicas.

“¿Era cierto”, preguntó HoSeok, “que en Daegu la nobleza masculina mantenía esclavas, y las damas follaban a los hombres?”

ㅡ¿No lo hacen en Busan? ㅡTae recordó que, en el anfiteatro y fuera de él, había visto solo parejas del mismo sexo. Lo que conocía de la cultura busanian no se extendía a las prácticas de la intimidad.ㅡ ¿Por qué no?

ㅡNadie de alta cuna  sembraría la abominación de la bastardía ㅡ dijo HoSeok de manera casual. Las mascotas hembras eran mantenidas por las señoras, las mascotas masculinas eran mantenidas por los señores.

ㅡ¿Significa que hombres y mujeres… nunca…?

Nunca. No entre la nobleza. Bueno, a veces sí había perversos. Era un tabú. Los bastardos eran una desgracia, comentó HoSeok. Incluso entre la guardia; si te involucrabas con mujeres, debías guardar silencio al respecto. Si embarazabas a una y no te casabas con ella, tu carrera estaba terminada. Mejor evitar el problema, seguir el ejemplo de la nobleza y joder a los hombres. HoSeok prefería a los hombres. ¿No lo hacía Tae? Caminabas sobre terreno conocido con los hombres. Y podías avanzar sin miedo.

Tae se quedó sabiamente en silencio. Su preferencia era para las mujeres; parecía poco aconsejable admitir eso. En las raras ocasiones en que Tae se satisfizo con hombres, lo hizo porque se sintió atraído por ellos como hombres, no porque tuviera alguna razón para evitar a las mujeres, o para sustituirlas por ellos. Los busanians, pensó Tae, hacían las cosas innecesariamente complicadas para ellos mismos.   

Aquí y allá, surgía información útil. Las mascotas no estaban vigiladas, lo que explicaba la falta de hombres en el perímetro del harén. Las mascotas iban y venían a su antojo. Tae era una excepción. Eso significaba que, más allá de estos guardias, era poco probable que se encontrara con otros.

Una y otra vez, el tema de JiMin surgía.

ㅡ¿Tú has...? ㅡle preguntó HoSeok, con una sonrisa extendiéndose poco a poco.

ㅡ¿Entre la lucha en la arena y la flagelación? ㅡironizó Tae con amarguraㅡ No.

ㅡDicen que es frígido.

Tae lo miró fijamente. 

ㅡ¿Qué? ¿Por qué? 

ㅡBueno ㅡ indicó Jordㅡ, porque él no… 

ㅡLo que quise decir es por qué es tan… ㅡ explicó  Tae, cortando con firmeza la simplona aclaración de HoSeok.

ㅡ¿Por qué es frío como la nieve? ㅡpreguntó HoSeok, encogiéndose de hombros.

Tae frunció el ceño y cambió de tema. No estaba interesado en las preferencias de JiMin. Desde la cruz, sus sentimientos hacia él habían madurado desde una malhumorada antipatía hacia algo profundo e implacable.

Fue WooBin, finalmente, quien hizo la pregunta obvia.

ㅡ¿Cómo terminaste aquí?

ㅡNo fui cuidadoso ㅡdijo Taeㅡ y me hice enemigo del Rey.

ㅡ¿BaekHyun? Alguien debe clavársela a ese hijo de puta. Solo un país de escoria bárbara pondría a un bastardo en el trono ㅡopinó Orlantㅡ. Sin ánimo de ofender.

ㅡNinguna ofensaㅡdijo Tae.





Al séptimo día, el Regente volvió de Castillon.

Lo primero que Tae notó fue que en la habitación entraban guardias que no reconocía. No llevaban la librea del Príncipe. Tenían capas rojas, líneas disciplinadas y rostros desconocidos. Esta llegada provocó una acalorada discusión entre el médico del Príncipe y un hombre nuevo, uno que Tae nunca había visto antes.

ㅡYo no creo que deba moverse ㅡdijo el médico del Príncipe. Con el ceño fruncido bajo la barra de panㅡ. Las heridas podrían abrirse.

ㅡA mí me parecen cerradas ㅡreplicó el otroㅡ. Puede ponerse de pie.

ㅡPuedo soportarlo ㅡasintió Tae. Demostró una notable suficiencia. Creía saber lo que estaba pasando. Sólo un hombre, además de JiMin, tenía la autoridad para despedir a la Guardia del Príncipe.

El Regente entró en la habitación con gran pompa, flanqueado por sus guardias de capa roja y acompañado de sirvientes de librea más dos hombres de alto rango. Despidió a ambos médicos, quienes le hicieron reverencias y desaparecieron. Luego despidió a los criados y a todos los demás, excepto los dos hombres que habían entrado con él. Su consiguiente falta de séquito no le restó poder. Aunque técnicamente solo ocupaba el trono para administrar, se dirigían a él con el título honorífico de "Alteza Real", el mismo de JiMin; se trataba de un hombre de la estatura y la presencia de un rey.

Tae se arrodilló. No cometería con el Regente el mismo error que había cometido con JiMin. Recordó que había menospreciado recientemente al Regente al superar a Seong en la lucha que JiMin había arreglado. La agitación que sentía hacia el Príncipe emergió brevemente; sobre el suelo, a su lado, se amontonaba la cadena que tenía en la muñeca. Si alguien le hubiera dicho seis meses antes que iba a arrodillarse de buen grado ante la nobleza busanian, se habría reído en su cara.

Tae reconoció a los dos hombres que acompañaban al Regente; eran el consejero GeounSoo y el consejero BonHwa. Cada uno de ellos llevaba el mismo macizo medallón colgando de una cadena de gruesos eslabones: era el símbolo de su cargo. 

ㅡTestifica con tus propios ojos ㅡdijo el Regente.

ㅡEste es el regalo de BaekHyun al Príncipe. El esclavo daeg ㅡdijo BonHwa, con sorpresa. Un momento después, sacó un cuadrado de seda y se lo llevó a la nariz, como para defender su sensibilidad de una afrentaㅡ. ¿Qué le pasó a tu espalda? Eso es bárbaro.

«Lo era», pensó Tae; esa fue la primera vez que oyó utilizar la palabra “bárbaro” para describir cualquier otra cosa que no fuera a él mismo o a su país.

ㅡEsto es lo que JiMin piensa de nuestras cuidadosas negociaciones con Daegu ㅡdijo el Regenteㅡ. Le ordené tratar el regalo de BaekHyun con respeto. En cambio, ha azotado al esclavo casi hasta la muerte.

ㅡSabía que el Príncipe era caprichoso. Nunca pensé que fuera tan destructivo, tan salvaje ㅡexpresó BonHwa con voz sorprendida, ahogada detrás de la seda.

ㅡNo hay nada salvaje en ello. Esto es un ejemplo de provocación intencional dirigida a Daegu y a mí mismo. A JiMin nada le gustaría más que nuestro tratado con BaekHyun fracasara. Lo vocifera en público y en privado.

ㅡYa ves, BonHwa ㅡ dijo GeounSooㅡ. Es como el Regente nos advirtió.

ㅡTal defecto de carácter está profundo en la naturaleza de JiMin. Pensé que lo superaría. En cambio, se vuelve cada vez peor. Algo debe hacerse para disciplinarlo.

ㅡEstas acciones no se pueden apoyar ㅡasintió Audinㅡ. ¿Pero qué se puede hacer? No se puede reescribir la naturaleza de un hombre en diez meses.

ㅡJiMin desobedeció mi orden. Nadie lo sabe mejor que el esclavo. Tal vez le deberíamos preguntar a él qué se debería hacer con mi sobrino.

Tae no imaginó que estuvieran hablando en serio, pero el Regente se adelantó colocándose justo frente a él. 

ㅡMira hacia arriba, esclavo ㅡordenó.

Tae miró. Observó nuevamente el pelo oscuro y el aspecto imponente, así como el ligero gesto de desagrado que habitualmente JiMin parecía provocar en su tío. Tae recordó que había ponderado la ausencia de parecido familiar entre JiMin y el Regente, pero ahora veía que no era del todo así. Aunque este tenía el pelo oscuro, plateado en las sienes, también tenía ojos azules.

ㅡHe oído que fuiste un soldado ㅡle dijo el Regente ㅡ. Si un hombre desobedece una orden en el ejército daeg, ¿cómo sería castigado?

ㅡSería azotado públicamente y expulsado ㅡrespondió Tae.

ㅡUna flagelación pública ㅡseñaló el Regente, volviéndose hacia los hombres que lo acompañaban ㅡ. Eso no es posible. Sin embargo, JiMin ha crecido de manera tan ingobernable en los últimos años que me pregunto qué le ayudaría… Qué pena que los soldados y los príncipes rindan cuentas de manera diferente.

ㅡDiez meses antes de su ascensión... ¿es realmente un momento prudente para castigar a vuestro sobrino? ㅡpronunció BonHwa detrás de la seda.

ㅡ¿Debo dejarle crecer en estado salvaje, haciendo naufragar tratados, destruyendo vidas? ¿Incitando guerras? Esto es mi culpa. He sido demasiado indulgente. 

ㅡTenéis mi apoyo ㅡdijo GeounSoo.

BonHwa asentía lentamente. 

ㅡEl Consejo estará con Vos cuando se enteren de esto. Pero ¿tal vez deberíamos hablar de estos asuntos en otro lugar?

Tae observó como los hombres salían. La paz duradera con Daegu obviamente era algo en lo que el Regente estaba trabajando duro para lograr. La parte de Tae que no quería arrasar con la cruz, el anfiteatro y el palacio junto con el territorio que los contenía, reconoció a regañadientes que la meta era admirable. 

El médico regresó haciendo un alboroto innecesario mientras los siervos acudían para ponerlo cómodo, y luego salieron. Finalmente, Tae se quedó solo en su habitación para reflexionar sobre el pasado.

La batalla de Myeon de hacía seis años había terminado empatada, fue un éxito muy costoso para Daegu. Una flecha daeg, una afortunada flecha extraviada en el viento, había alcanzado al rey busanian en la garganta. Y Tae mató al príncipe heredero, JeonGguk, en combate singular en el frente septentrional. 

La batalla dio un vuelco tras la muerte de JeonGguk. Las fuerzas busanians cayeron rápidamente en el caos, la muerte de su Príncipe fue un golpe desalentador increíble. JeonGguk había sido un líder apreciado,  un luchador indomable y emblema del orgullo busanian: fue quien reunió y reanimó a los hombres después de la muerte del Rey; Tae fue quien tuvo a su cargo el liderazgo en el diezmado flanco septentrional daeg; ese era el punto que había sido desbaratado después de una oleada tras otra de guerreros. 

ㅡPadre, puedo ganarle ㅡaseguró Tae por lo que, tras la bendición de su padre, se dirigió por detrás de las líneas hacia la pelea de su vida.

Desconocía que el hermano menor estaba en el campo. Seis años antes, Tae había tenido diecinueve. Por lo que JiMin habría tenido… ¿trece, catorce? Había sido joven para luchar en una batalla como Myeon.

Había sido demasiado joven para heredar. Y con el Rey Busanian y el Príncipe Heredero muertos, el hermano del Rey había sido ascendido a Regente; su primer acto de administración había sido llamar a parlamentar, aceptando los términos de la rendición, y cediendo a Daegu las tierras en disputa de Dalseo, aquellas que los busanians llamaban Doryou.

Fue un acto razonable de un hombre  razonable; en persona, el Regente parecía igualmente sensato y discreto, aun afligido por un sobrino insufrible.

Tae no sabía por qué su mente giraba en torno a la circunstancia de la presencia de JiMin en el campo ese día. No temía ser descubierto. Había sucedido hacía seis años, y JiMin había sido un niño que, según su propia confesión, estaba lejos del frente. Incluso si no hubiera sido así, Myeon había sido un caos. Cualquier atisbo de Tae habría ocurrido a principios de la batalla, y entonces llevaba la armadura completa, incluyendo casco; y si por casualidad hubiera sido visto más tarde, después de perder el escudo y el yelmo, Tae habría estado cubierto de barro y sangre mientras luchaba por su vida al igual que todos los demás.

Pero sí lo reconocía: cada hombre y mujer en Busan conocía el nombre de TaeHyung, el príncipe-asesino. Tae entendía lo peligroso que era  que se descubriese su identidad; no había tenido idea de lo cerca que había estado de ser descubierto, y por aquella persona que tenía más razones para quererlo muerto. Con mayor razón tenía que escapar de aquel lugar.

«Tienes una cicatriz», JiMin había dicho.



ㅡ¿Qué le dijiste al Regente? ㅡexigió DakHo. La última vez que DakHo lo había mirado de esa manera, había alzado la mano y golpeado duro a Taeㅡ Ya me has oído. ¿Qué le has dicho sobre la flagelación?

ㅡ¿Qué debería haberle dicho? ㅡTae le devolvió la mirada con calma.

ㅡLo que deberías haber hecho ㅡdijo DakHoㅡ, es mostrar lealtad a tu Príncipe. En diez meses…

ㅡ…será el rey ㅡconcluyó Taeㅡ. Hasta entonces, ¿no estamos sujetos a las reglas de su tío?

Hubo una larga y fría pausa. 

ㅡVeo que no te has tomado tiempo para aprender a labrar tu camino aquí ㅡdijo DakHo.

ㅡ¿Qué ha sucedido?

ㅡHas sido convocado a la Corte ㅡle informóㅡ. Espero que puedas caminar.

Dicho eso, un desfile de criados entró en la habitación. Los preparativos que comenzaron eclipsaron a cualesquiera otros que Tae hubiera experimentado, incluyendo aquellos que habían sido realizados antes de la pelea.

Fue lavado, mimado, acicalado y perfumado. Evitaron cuidadosamente la curación de su espalda pero aceitaron todo lo demás, y el ungüento que utilizaron contenía pigmentos dorados, por lo que sus miembros brillaban a la luz de las antorchas como los de una estatua de oro.

Un criado se aproximó con tres pequeños cuencos y un delicado pincel; se acercó a la cara de Tae, y contempló los rasgos de su semblante con expresión concentrada y el pincel en suspenso. Los cuencos contenían polvos para el rostro. No había tenido que sufrir la humillación del maquillaje desde Daegu. El sirviente tocó su piel con la punta húmeda del pincel, un tono dorado para la línea de los ojos; Tae sintió el frío espesor en sus pestañas, mejillas y labios.

Esta vez DakHo no dijo “sin joyería”, por lo que cuatro plateados cofres esmaltados fueron traídos a la habitación y abiertos. De entre el reluciente contenido, el supervisor seleccionó varias piezas. Primero, una serie de finas cuerdas, casi invisibles, de las cuales colgaban pequeños rubíes espaciados a intervalos, que fueron entretejidas en el cabello de Tae. Luego, oro para su frente y su cintura. Más tarde, una correa para el cuello. La correa, hecha del mismo material, tenía una fina cadena la cual terminaba en una varilla de oro para el supervisor; la vara tenía tallada en un extremo un gato que sostenía una piedra  granate en su boca. Muchas más cosas como aquellas e iba a tintinear cuando caminara.

Pero hubo algo más. Una pieza final; otra cadena de fino oro ensamblada entre dos dispositivos del mismo material. Tae no reconoció lo que era hasta que un sirviente se adelantó y colocó las pinzas para pezones en su lugar.

Se apartó demasiado tarde; además, solo hizo falta un golpe en su espalda para enviarle de rodillas. A medida que su pecho subía y bajaba, la pequeña cadena se balanceaba. 

ㅡLa pintura se corrió ㅡdijo DakHo a uno de los criados después de examinar el cuerpo y el rostro de Taeㅡ. Ahí. Y allí. Vuelve a aplicarla.

ㅡPensé que al Príncipe no le gustaba la pintura ㅡdijo Tae.

ㅡY no le gusta. ㅡrespondió DakHo.







Era costumbre de la nobleza busanian vestir con discreta pompa, diferenciándose del brillo chillón de las mascotas, a las que colmaban de las mayores exhibiciones de riqueza. Significaba que Tae, fundido en oro y escoltado con una correa a través de las puertas dobles, no podría ser confundido con otra cosa que no fuera lo que era. Resaltaba en el recinto repleto de gente.

Lo mismo ocurría con JiMin. Su brillante cabeza era instantáneamente reconocible. La mirada de Tae se fijó en él. A izquierda y derecha, los cortesanos  se hundían en el silencio y daban un paso atrás, despejando el camino hacia el trono.

Una alfombra roja bordada con escenas de caza, manzanos y un borde de acanto, se extendía desde las puertas dobles hasta la tarima. Las paredes estaban cubiertas de tapices, donde predominaba el mismo rojo intenso. El trono estaba envuelto en el mismo color.

Rojo, rojo, rojo. JiMin desentonaba.

Tae sintió que sus pensamientos se dispersaban. La concentración era lo que lo mantenía erguido. Su espalda latía y dolía.

Se obligó a desviar la mirada de JiMin, y la volvió al maestro de ceremonias de cualquiera que fuera el espectáculo público que estaba a punto de desarrollarse. Al final de la larga alfombra, el Regente estaba sentado en el trono. Bajo su mano izquierda, descansando sobre su rodilla, estaba el cetro de oro del cargo. A sus espaldas, vestido con gran pompa, estaba el Consejo Busanian.

El Consejo era la base del poder en Busan. En los días del rey JiHyun, su papel había sido solo el de asesorar en asuntos de Estado. Pero ahora, el Regente y el Consejo conservaban la administración de la Nación hasta la ascensión de JiMin. Compuesto por cinco hombres y ninguna mujer, el Consejo conformaba un formidable telón de fondo en el estrado. Tae reconoció a BonHwa y a GeounSoo. Por su avanzada edad, dedujo que un tercer hombre debía ser el consejero Shin. En consecuencia, los otros dos debían ser KangDae y Yong, aunque no sabía cuál era cuál. Los cinco llevaban medallones colgando de sus cuellos, señal de su cargo.

En el estrado, de pie ligeramente detrás del trono, distinguió también al muchacho mascota del consejero BonHwa decorado aún más llamativamente que Tae. La única razón por la que el daeg lo superaba en cantidad de oro era porque, al ser varias veces el tamaño del pequeño, tenía mucha más piel disponible para usar como lienzo.

Un heraldo declamó el nombre de JiMin, y todos sus títulos.

Caminando hacia adelante, JiMin se unió a Tae y su supervisor al acercarse. El esclavo bajó la vista hacia la alfombra poniendo a prueba  su resistencia. No era solo la presencia del Heredero. La deferente serie de postraciones ante el trono parecía especialmente diseñada para arruinar el resultado de una semana de curación. Finalmente, les tocó.

Tae se arrodilló y JiMin dobló la rodilla en la proporción adecuada.

Tae oyó varios comentarios murmurados sobre su espalda  por parte de los cortesanos que llenaban el recinto. Supuso que el contraste con la pintura dorada la hacía ver más horrible. Esa, comprendió de repente, era la intención.

El Regente quería disciplinar a su sobrino y, con el Consejo tras él, había decidido hacerlo en público.

«Una flagelación pública», Tae había dicho.

ㅡTío ㅡdijo JiMin.

Al enderezarse, la apariencia de JiMin era relajada y su expresión, tranquila, pero había algo sutil en la disposición de sus hombros que Tae reconoció. Era la actitud de un hombre preparándose para una batalla.

ㅡSobrino ㅡdijo el Regenteㅡ. Creo que puedes adivinar por qué estamos aquí.

ㅡUn esclavo puso sus manos sobre mí y le he azotado por ello ㅡ explicó con calma.

ㅡDos veces ㅡdijo el Regenteㅡ. En contra de mis órdenes. La segunda de ellas, a pesar de la advertencia de que podría matarlo. Casi lo hizo.

ㅡÉl está vivo. La advertencia era infundada ㅡUna vez más, con calma.

ㅡEstabas también en conocimiento de mi orden: en mi ausencia, el esclavo no debía ser tocado ㅡle recordó el Regenteㅡ. Busca en tu memoria. Encontrarás que la advertencia era adecuada. Sin embargo, la ignoraste.

ㅡNo creo que tenga importancia. Sé que no sois tan servil hacia Daegu como para dejar que las acciones del esclavo queden impunes solo por ser un regalo de BaekHyun.

La compostura de sus ojos azules era impecable. El Príncipe, pensó Tae con desprecio, era bueno en la oratoria. Se preguntó si el Regente se estaba arrepintiendo de hacer esto en público. Pero este no se veía perturbado, ni siquiera sorprendido. Bueno, él estaría acostumbrado a tratar con JiMin.

ㅡSe me ocurren varias razones por las cuales no deberías golpear el regalo de un Rey casi hasta la muerte inmediatamente después de la firma de un tratado. Al menos, no deberías haberlo hecho porque yo lo prohibí.

Afirmas haber administrado un castigo justo. Pero la verdad es diferente.

El  Regente señaló y un hombre dio un paso al frente.

ㅡEl Príncipe me ofreció una moneda de oro si podía azotar al esclavo hasta la muerte.

En ese momento, la manifiesta simpatía se apartó de JiMin. Este, al darse cuenta, abrió la boca para hablar, pero el Regente lo interrumpió.

ㅡNo. Has tenido la oportunidad de pedir disculpas, o de dar una explicación razonable. En cambio, elegiste mostrar impenitente arrogancia. Todavía no tienes el derecho de escupir en la cara a los reyes. A tu edad, tu hermano estaba conduciendo ejércitos y trayendo gloria a su país. ¿Qué has logrado tú en el mismo tiempo? Cuando eludiste tus  responsabilidades en la Corte, miré hacia otro lado. Cuando te negaste a cumplir con tu deber en la frontera de Doryou, te permití hacerlo a tu manera. Pero esta vez tu desobediencia ha amenazado un acuerdo entre naciones. El Consejo y yo nos hemos reunido y hemos acordado cómo debemos actuar.

El Regente habló con voz poderosa, incuestionable, audible en todos los rincones de la sala.

ㅡTus tierras de Veranne y Myrce son confiscadas, junto con todas las tropas y el dinero que las acompañan. Conservarás solo Haeundae. Durante los próximos diez meses, percibirás tus ingresos reducidos y tu séquito disminuido. Tendrás que pedirme a mí directamente para tus gastos. Agradece que conserves Haeundae, y que no hayamos llevado este decreto más lejos.

La dureza de las sanciones hizo que la conmoción se propagara por toda la asamblea. Había indignación en algunos rostros. Pero en muchos otros residía un poco de satisfacción silenciosa, y la turbación era menor. En ese momento fue obvio qué cortesanos componían la facción del Regente, y cuáles la de JiMin. Y que la de este último era más pequeña.

ㅡ¿Estar agradecido porque conservo Haeundae ㅡpreguntó JiMinㅡque por ley no os podéis llevar y que además no tiene tropas que la acompañen y ninguna importancia estratégica?

ㅡ¿Crees que me agrada disciplinar a mi propio sobrino? Ningún tío actúa con un corazón tan agobiado. Asume tus responsabilidades, cabalga a Doryou, demuéstrame que tienes por lo menos una gota de la sangre de tu hermano y con alegría restauraré todo.

ㅡCreo que hay un viejo guardián en Haeundae. ¿Debo viajar a la frontera con él? Podríamos compartir armadura. 

ㅡNo seas sarcástico. Si accedes a cumplir con tu deber no te faltarán hombres.

ㅡ¿Por qué iba yo a perder mi tiempo en la frontera cuando os meneáis al capricho de BaekHyun?

Por primera vez, el Regente pareció enojado. 

ㅡDices que esto es una cuestión de orgullo nacional, pero no estás dispuesto a mover un dedo para servir a tu país. La verdad es que actúas con malicia, y ahora estás dolido por el castigo. Esto está en tu propia cabeza. Abraza al esclavo a modo de disculpa, y todo termina.

«¿Abrazar al esclavo?»

La anticipación entre los cortesanos reunidos se dejaba sentir.

Tae fue urgido a alzarse sobre sus pies por su supervisor. Como esperaba que JiMin se resistiera a la orden de su tío, se sorprendió cuando, después de una larga mirada a su tío, se acercó, con suave gracia obediente. Metió un dedo en la cadena que se extendía por el pecho de Tae y lo atrajo frente a él. Tae, sintiendo el tirón sostenido en los dos puntos, se acercó como se le pidió. Con fría indiferencia, los dedos de JiMin juntaron los rubíes, inclinándole la cabeza hacia abajo lo suficiente para darle un beso en la mejilla. El beso fue insustancial: ni una sola mota de pintura de oro se adhirió a los labios de JiMin en el proceso.

ㅡPareces una puta. ㅡLas suaves palabras, inaudibles para los demás, apenas agitaron el aire junto al oído de Tae. JiMin murmuró:

ㅡSucia puta pintada. ¿Te abriste para mi tío como lo hiciste para BaekHyun?

Tae retrocedió violentamente y la pintura de oro se corrió. Miraba a JiMin a dos pasos de distancia, con asco.

El Príncipe alzó el dorso de su mano a la mejilla, ahora manchada de oro, luego se volvió hacia el Regente con una mirada de inocencia ofendida. 

ㅡSed testigo Vos mismo de la conducta del esclavo. Tío, me habéis juzgado cruelmente. El castigo del esclavo en la cruz fue merecido: podéis ver por Vos mismo lo arrogante y rebelde que es. ¿Por qué sancionáis a vuestra propia sangre, cuando la culpa descansa en el de Daegu?

Jugada y contra-jugada. Ese era el riesgo de hacer algo como esto públicamente. Y, en efecto, hubo otro despreciable cambio en la simpatía dentro de la asamblea.

ㅡDices que el esclavo era culpable y mereció el castigo. Muy bien. Lo ha recibido. Ahora recibe el tuyo. Aún estás sujeto a la regla del Regente y al Consejo. Acéptalo con gracia.

JiMin bajó sus ojos azules, martirizándose. 

ㅡSí, tío.

Era diabólico. Tal vez esa era la explicación sobre cómo ganó la lealtad de la Guardia del Príncipe; simplemente los tenía comiendo de la palma de su mano. En el estrado, el anciano consejero Shin frunció el ceño un poco, mirando a JiMin por primera vez con preocupada simpatía.

El Regente dio por terminado el procedimiento, se levantó y se retiró; tal vez algún entretenimiento lo esperaba. Los consejeros se fueron con él. La simetría de la cámara se rompió cuando los cortesanos abandonaron sus puestos a ambos lados de la alfombra y se mezclaron más libremente.

ㅡPuedes entregarme la correa ㅡdijo una voz agradable, muy cerca.

Tae vio un par de diáfanos ojos azules. A su lado, el supervisor dudó.

ㅡ¿Por qué te detienes? ㅡJiMin le tendió la mano y sonrió. ㅡEl esclavo y yo nos hemos abrazado y estamos jubilosamente  reconciliados.

El supervisor le pasó la correa. JiMin inmediatamente la tensó.

ㅡVen conmigo ㅡordenó JiMin.




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