CAPÍTULO TRES | PC
4:21 p.m.
CAPÍTULO TRES
Antes de que la venda estuviera fija en su sitio, Tae vio que los dos hombres que lo devolvieron a su habitación eran los mismos que, un día antes, le habían propinado la paliza. No sabía el nombre del más alto, pero sabía por las conversaciones que había oído por casualidad que el más bajo se llamaba HoSeok. Dos guardias. Era la escolta más pequeña desde su encarcelamiento, pero con los ojos vendados y fuertemente atado, sin mencionar agotado, no tenía manera de tomar ventaja de ello. Las restricciones no le fueron retiradas hasta que estuvo de vuelta en su habitación, encadenado del cuello.
Los hombres no salieron. HoSeok permaneció cerca mientras el más alto cerraba la puerta dejándolos a ambos en el interior. El primer pensamiento de Tae fue que se les había ordenado que ofrecieran una repetición de la actuación previa, pero entonces notó que iban a permanecer por su propia voluntad, no bajo órdenes. «Esto podría ser peor». Esperó.
ㅡAsí que te gusta la lucha ㅡcomentó el hombre más alto. Al percibir su tono, Tae se preparó para la posibilidad de que podría estar enfrentando otra ㅡ. ¿Cuántos hombres se necesitaron para colocarte el collar en Daegu?
ㅡMás de dos ㅡdijo Tae.
Eso no cayó bien. No al guardia de mayor altura, en todo caso. HoSeok lo agarró del brazo, reteniéndolo.
ㅡDéjalo ㅡdijo HoSeokㅡ. Ni siquiera se supone que estemos aquí.
HoSeok, aunque más bajo, también era más amplio de hombros. Hubo un breve momento de resistencia, antes de que el hombre más alto dejara la habitación. HoSeok permaneció, volcando su atención especulativa sobre Tae.
ㅡGracias ㅡdijo Tae neutral.
HoSeok le devolvió la mirada, evidentemente sopesando si hablar o no.
ㅡNo soy amigo de Seong ㅡdijo finalmente. Tae creyó, en un principio, que “Seong” era el otro guardia, pero se enteró que no era así cuando HoSeok agregó: ㅡDebes tener deseos de morir para poner fuera de combate al matón favorito del Regente.
ㅡ¿... el qué del Regente? ㅡdijo Tae, sintiendo como su estómago se hundía.
ㅡSeong. Fue expulsado de la Guardia del Rey por ser un verdadero hijo de puta. El Regente lo mantiene a su alrededor. Ni idea de cómo el Príncipe lo subió a la palestra, pero ese haría cualquier cosa para molestar a su tío. ㅡLuego, al ver la expresión del esclavo, añadió: ㅡ¿Qué, no sabías quién era?
No. No lo sabía. La opinión que Tae se había formado sobre JiMin se volvió a acomodar, a fin de que pudiera despreciarle con mayor precisión. Aparentemente, en el caso de que ocurriera un milagro y su esclavo drogado lograra ganar la lucha en la arena, JiMin se había preparado un premio consuelo. Tae se había ganado, sin saberlo, un nuevo enemigo: Seong. No solo eso, sino que el haber luchado contra Seong en la arena podría tomarse directamente como un desprecio hacia el Regente. JiMin, que había seleccionado a su oponente con minuciosa malicia, obviamente era consciente de todo eso.
«Esto es Busan», Tae se recordó. JiMin podía hablar como si se hubiera criado en el suelo de un burdel, pero tenía la mente de un cortesano busanian, acostumbrado al engaño y al juego de hipocresías. Y sus pequeñas trampas eran peligrosas para alguien como él, que estaba bajo sus garras.
A media mañana del día siguiente DakHo entró, una vez más, para supervisar que Tae fuera conducido a los baños.
ㅡTuviste éxito en la arena, e incluso el Príncipe te pagó con una reverencia respetuosa. Eso es excelente. Y veo que no has golpeado a nadie en toda la mañana, bien hecho ㅡelogió DakHo.
Tae, mientras digería ese cumplido, dijo:
ㅡ¿Cuál fue la droga con la que me rociaste antes de la pelea?
ㅡNo hubo “drogas” ㅡexplicó DakHo, sonando un poco consternado.
ㅡHubo “algo” ㅡcontradijo Tae ㅡ. Lo pusiste en los braseros.
ㅡEso es “chalis”, un divertimento refinado. No hay nada siniestro en ello. El Príncipe sugirió que podría ayudar a relajarte en los baños.
ㅡ¿Y el Príncipe también sugirió la cantidad? ㅡpreguntó Tae.
ㅡSí ㅡexplicó Radelㅡ. Más de lo usual puesto que eres bastante grande. No había pensado en ello. Tienes cabeza para los detalles.
ㅡSí, estoy aprendiendo a tenerla ㅡconfirmó Tae.
Pensó que sería lo mismo que el día anterior: que lo llevarían a los baños para prepararlo para una nueva sorpresa grotesca. Pero todo lo que sucedió fue que los tratantes lo bañaron, lo devolvieron a su habitación, y le llevaron el almuerzo en una bandeja. El baño fue más agradable de lo que había sido el día anterior. Nada de “chalis” y sin manipulación intrusiva de la intimidad; además, se le dio un masaje corporal de lujo, se comprobó su hombro por cualquier signo de tensión o lesión, y sus persistentes cardenales fueron tratados con mucho cuidado.
Cuando el día se desvaneció y no ocurrió nada en absoluto, Tae se dio cuenta de que sentía una sensación de contrariedad, casi de decepción, que era absurda. Era mejor pasar el día aburrido entre cojines de seda que pasarlo en la palestra. Quizá solo quería otra oportunidad de golpear contra algo. Preferiblemente contra un “principito” impertinente de pelo rubio.
Nada ocurrió tampoco en el segundo día, ni en el tercero, ni en el cuarto, o el quinto.
El paso del tiempo dentro de aquella exquisita prisión se convirtió en su propio calvario; lo único que interrumpía la rutina diaria eran las comidas y el baño matinal.
Utilizó el tiempo para aprender todo lo que pudo. El cambio de guardia en su puerta se realizaba de manera intencionadamente irregular. Los guardias ya no se comportaban con él como si fuera un mueble, y pudo conocer varios de sus nombres; la pelea en la arena había cambiado algo. Nadie rompía la orden de entrar en su habitación si no estaba autorizado, pero una o dos veces, uno de los hombres más tratables le habló un poco; sin embargo, los intercambios fueron breves. Unas pocas palabras aquí y allá. Era algo con que lo que tenía que tratar.
Era atendido por sirvientes que proporcionaban sus comidas, vaciaban la olla de cobre, encendían antorchas, apagaban antorchas, ahuecaban cojines, los cambiaban, fregaban el suelo, aireaban la habitación, pero era, hasta ahora, imposible construir una relación con ninguno de ellos. Eran más obedientes a la orden de no hablar con él que los guardias. O tenían más miedo de Tae. Una vez, había conseguido un asustado contacto visual y un rubor. Aquello había sucedido cuando Tae, sentado con una rodilla levantada y la cabeza apoyada contra la pared, se había apiadado del sirviente animándolo a que hiciera su trabajo, diciéndole mientras atravesaba la puerta:
ㅡEstá bien. La cadena es muy fuerte.
Los intentos que hizo para obtener información de DakHo fueron frustrados al encontrar solo resistencia y una serie de charlas condescendientes.
«Seong», explicó DakHo, «no era un matón autorizado por la realeza. ¿De dónde Tae había sacado esa idea? El Regente mantenía a Seong empleado por algún tipo de obligación, posiblemente, debida a la familia de Seong. ¿Por qué Tae estaba preguntando por Seong?
¿Tenía que recordarle que él estaba allí solo para hacer lo que le dijeran? No había necesidad de hacer preguntas. No había necesidad de preocuparse por lo que pasaba en el palacio. Debía sacar todo de su cabeza, excepto la idea de complacer al Príncipe, que, en diez meses, sería rey».
A esas alturas, Tae tenía el discurso memorizado.
Para el sexto día, el viaje a los baños se había vuelto una rutina, y no abrigaba ilusiones de que cambiara. Excepto que ese día la rutina varió. Le quitaron la venda de los ojos fuera de los baños y no en su interior. DakHo lo había evaluado con mirada crítica, como supervisando la mercancía:
«¿Estaba en condiciones adecuadas? Lo estaba».
Tae sintió como era liberado de sus restricciones. Aquí, afuera.
DakHo dijo, brevemente:
ㅡHoy, en los baños, tú servirás.
ㅡ¿Servir? ㅡdijo Tae. Esa palabra evocó los nichos abovedados y su propósito, y las figuras en relieve, entrelazadas.
No hubo tiempo para asimilar la idea, ni para hacer preguntas. Así como había sido lanzado a la palestra, fue empujado hacia adelante a los baños. Los guardias cerraron las puertas quedando ellos en el exterior, y se convirtieron en sombras difusas detrás de la celosía de metal.
No estaba seguro de que esperar. Tal vez una escena libertina como la que lo había recibido en el anfiteatro. Quizás mascotas esparcidas por todas las superficies, desnudas y empapadas por el vapor. Tal vez una escena en movimiento, cuerpos ya contoneándose, sonidos suaves y chapoteos en el agua.
Sin embargo, los baños estaban vacíos a excepción de una persona.
Hasta ese momento sin ser afectado por el vapor, vestido de la cabeza a los pies y parado en el lugar donde los esclavos eran lavados antes de entrar en el agua. Cuando Tae descubrió su identidad, instintivamente se llevó una mano al collar de oro, sin poder creer que no estuviera atado, ni que se hubieran quedado solos.
JiMin estaba reclinado en la pared de azulejos, apoyando los hombros contra ella. Contempló a Tae con la ya conocida expresión de aversión tras sus pestañas doradas.
ㅡAsí que mi esclavo es tímido en la arena. ¿No follan con muchachos en Daegu?
ㅡSoy bastante educado. Antes de violar a alguien primero compruebo que su voz ya haya cambiadoㅡreplicó Tae.
JiMin sonrió.
ㅡ¿Luchaste en Myeon?
Tae no se dejó llevar por esa sonrisa ya que no era auténtica. En ese momento, la conversación transcurría sobre el filo de un cuchillo.
Respondió:
ㅡSí.
ㅡ¿Cuántos mataste?
ㅡNo lo sé.
ㅡ¿Perdiste la cuenta?
Dijo jovialmente, como si estuviera preguntando por el tiempo.
JiMin continuó:
ㅡEl bárbaro no folla muchachos, prefiere esperar a que crezcan y luego usar una espada en lugar de su polla.
Tae se sonrojó.
ㅡFue una batalla. Hubo muertos en ambos lados.
ㅡOh, sí. Hemos matado a algunos de vosotros también. Me gustaría haber matado a más, pero mi tío es inexplicablemente compasivo con las alimañas. ¿Lo has notado?
JiMin parecía una más de las figuras talladas y moldeadas, excepto que él estaba esculpido en blanco y oro, no en plata. Tae le miró y recordó: «este es el lugar donde me drogaste».
ㅡ¿Habéis esperado seis días para hablar conmigo sobre vuestro tío? ㅡpreguntó Tae.
JiMin se recostó contra la pared en una postura, al parecer, aún más indolente y cómoda que la anterior.
ㅡMi tío ha viajado a Castillon. Caza jabalíes. Le gusta la persecución. Le gusta matar, también. Es un día de viaje, después del cual él y su comitiva se quedarán cinco noches en la vieja torre. Sus súbditos saben que es mejor no molestarlo con misivas del palacio. He esperado estos seis días para que tú y yo podamos estar solos.
Esos dulces ojos azules lo miraban fijamente. Había allí, tras el tono almibarado, una amenaza.
ㅡSolos, con vuestros hombres custodiando las puertas ㅡdijo Tae.
ㅡ¿Vas a quejarte de nuevo porque no estás autorizado a devolver el golpe? ㅡdijo JiMin. Su voz aún más edulcorada ㅡ. No te preocupes, no te voy a golpear a menos que tenga una buena razón.
ㅡ¿Parezco preocupado? ㅡpreguntó Tae.
ㅡParecías un poco inquieto ㅡcomentó JiMinㅡ, en la pelea. Me gustabas más cuando estabas sobre tus manos y rodillas. Canalla. ¿Crees que voy a tolerar la insolencia? De todos modos, puedes probar mi paciencia.
Tae permaneció en silencio. Podía sentir el vapor ahora, el calor encrespándose sobre su piel. También podía sentir el peligro. Podía oírse a sí mismo. Ningún soldado le hablaría así a un príncipe. Un esclavo se habría postrado de manos y rodillas al segundo que viera que JiMin estaba en la habitación.
ㅡ¿Puedo decirte la parte que te gustó? ㅡdijo JiMin.
ㅡNo hubo nada que me “gustara”.
ㅡEstás mintiendo. Te gustó derribar a ese hombre, y te gustó cuando no se levantó. Me querías hacer daño, ¿verdad? ¿Te resultó muy difícil contenerte? Tu pequeño discurso acerca del juego limpio me engañó casi tanto como tu representación de obediencia. La has perfeccionado con alguna inteligencia natural que posees, la cual tienes a tu servicio para parecer tan civilizado como respetuoso. Pero la única cosa que te enciende es la lucha.
ㅡ¿Habéis venido a incentivar una? ㅡpreguntó Tae, en una tono de voz que parecía surgir de lo más profundo de su interior.
JiMin se apartó de la pared.
ㅡNo me revuelco en la pocilga con los cerdos ㅡdijo con frialdad ㅡ. Estoy aquí para un baño. ¿Acaso te sorprende? Ven aquí.
Hubo un momento antes de que Tae descubriera que podía obedecer. Fue en el mismo instante en que había entrado en la habitación: había sopesado la posibilidad de dominar físicamente a JiMin, pero la descartó. No lograría salir con vida del palacio si hería o mataba al Príncipe Heredero de Busan. A esa conclusión no había llegado sin cierto pesar.
Avanzó pero se detuvo a dos pasos de distancia. Además de antipatía, se sorprendió al ver que había algo asesino en la expresión de JiMin, así como algo de satisfacción. Había esperado bravuconería. Por supuesto, había guardias fuera en la puerta y con un sonido de su Príncipe probablemente entrarían empuñando espadas, pero si Tae perdiera los estribos, no había nada que evitara que matase a JiMin antes de que lo detuvieran. Otro podría haberlo hecho. Otro hombre podría juzgar que el inevitable castigo, algún tipo de ejecución pública que concluyera con su cabeza en una pica, valía la pena por el placer de retorcer el cuello de JiMin.
ㅡDesnúdate ㅡdijo JiMin.
Su propia desnudez nunca lo había incomodado. Ya sabía que era algo proscrito entre la nobleza busanian. Pero incluso si las costumbres de Busan le hubieran preocupado, todo lo que había para ver ya había sido expuesto muy públicamente. Se desprendió de sus vestiduras y las dejó caer. Le inquietaba no entender el porqué de aquello. A menos que esa emoción fuera el motivo.
ㅡDesnúdame ㅡordenó JiMin.
La emoción se intensificó. Hizo caso omiso de ella y dio un paso adelante.
La extraña vestimenta lo hizo titubear. JiMin extendió la mano con frialdad imperativa, palma hacia arriba, indicando el punto de partida. Los pequeños cordones apretados en la parte interna de la muñeca del príncipe se prolongaban hasta la mitad de su manga, y eran del mismo color azul oscuro que la prenda. Desatarlos le llevó varios minutos, los cordones eran pequeños, complicados y apretados; y debió tirar de cada uno individualmente a través de su agujero, sintiendo la resistencia del material contra el ojal.
JiMin bajó un brazo, arrastrando los cordones, y extendió el otro.
En Daegu, la ropa era sencilla y minimalista, enfocada en la estética del cuerpo. Por el contrario, la vestimenta busanian ocultaba, y parecía destinada a obstaculizar y esconder, su complejidad no parecía tener otro propósito más que el de poner impedimentos para desnudarse. El metódico ritual de desenlazar provocó que Tae se preguntara, burlón, si los amantes busanians reprimían su pasión durante media hora para desvestirse. Tal vez todo lo que sucedía en este país era premeditado e impasible30, incluso hacer el amor. Sin embargo, no era así; recordó la lascivia en el anfiteatro. Los esclavos se habían vestido de manera diferente, brindando facilidad de acceso, y la mascota pelirroja había desatado solo aquella parte de la ropa de su amo que requería para su propósito.
Cuando todos los cordones estuvieron desatados, quitó la prenda; descubrió que era solo una capa exterior. Debajo había una simple camisa blanca (también atada), que previamente no era visible. Camisa, pantalones, botas. Tae vaciló.
Las cejas doradas se arquearon.
ㅡ¿Estoy aquí para sufrir el recato de un siervo?
Así que se arrodilló. Las botas debían ser retiradas; los pantalones fueron lo siguiente. Tae retrocedió un paso cuando hubo terminado. La camisa (ahora suelta) se había deslizado un poco, exponiendo un hombro. JiMin llegó tras de sí y se la quitó. No llevaba nada más.
La antipatía inexorable hacia JiMin impidió su reacción habitual ante un cuerpo tan bien formado. Si no fuera por eso, podría haberse visto en apuros.
En cuanto a lo demás, JiMin estaba hecho de una sola pieza: su cuerpo tenía la misma gracia imposible que su rostro. Era de constitución más ligera que Tae, pero su cuerpo no era el de un niño. Todo lo contrario, poseía la bella musculatura proporcionada de un hombre joven en la cúspide de la edad adulta, hecho para el atletismo, o para ser esculpido. Y era hermoso. Muy hermoso, de piel tan bonita como la de una joven muchacha, suave y sin marcas, con un destello de oro que se deslizaba por debajo de su ombligo.
En aquella sociedad excesivamente vestida, Tae podría haber esperado que JiMin se mostrara un poco cohibido, pero este parecía tan indolente y poco recatado sobre su desnudez como mostraba serlo para todo lo demás. Se alzó al igual que un joven Dios ante el cual el sacerdote estaba a punto de hacer una ofrenda.
ㅡLávame.
Tae nunca había realizado una tarea servil, pero imaginó que esta no podría aplastar ni su orgullo ni su inteligencia. Para ese entonces ya conocía las costumbres de los baños. Sin embargo, percibía un sentimiento de sutil satisfacción procedente de JiMin y notaba su propia resistencia interna correspondiéndole. Era una forma incómoda e íntima de asistencia; un hombre sirviendo a otro; no tenía restricciones, y estaban solos.
Todos los accesorios estaban cuidadosamente colocados: una jarra de plata barrigona, suaves paños, botellas de aceite y de jabón líquido espumoso hechas de vidrio claro retorcido, coronadas con tapones de plata. La que Tae escogió tenía pintada una pesada vid ascendente con uvas. Sintió los contornos bajo sus dedos cuando destapó la pequeña botella tirando en contra de la resistente succión. Llenó la jarra de plata. JiMin mostró su espalda.
La delicada piel de JiMin, cuando Tae vertió agua sobre ella, se asemejaba a una perla blanca. Su cuerpo bajo el jabón resbaladizo no era en ningún sitio suave o blando, sino tenso como un arco elegantemente extendido. Tae supuso que JiMin participaba en esos deportes refinados con que los nobles a veces se complacían, y que el resto de los participantes le permitirían, al ser su príncipe, ganar.
Continuó desde los hombros hasta la baja espalda. El derrame del agua le mojó su propio pecho y muslos, resbalando en riachuelos, dejando gotitas suspendidas que brillaban y amenazaban con deslizarse hacia abajo en cualquier momento. El agua estaba caliente cuando la levantó del suelo, y caliente cuando la derramó desde la jarra de plata. Hasta el aire estaba caliente.
Era consciente de ello. Era consciente de la subida y bajada de su pecho, de su respiración, y de mucho más. Recordó que en Daegu había sido lavado por una esclava con cabello rubio. Su color era casi igual al de JiMin, tanto que podrían haber sido gemelos. Ella había sido mucho menos desagradable. Había desandado las pulgadas que los separaban y apretado su cuerpo contra el suyo. Recordó sus dedos cerrándose en torno a su cuerpo, sus pezones suaves como fruta magullada presionándose contra su pecho. El pulso golpeó en su cuello.
Era un mal momento para perder el control de sus pensamientos. Ya había progresado lo suficiente en su tarea como para encontrar curvas. Eran firmes bajo su toque y el jabón volvía todo resbaladizo. Miró hacia abajo y el paso del paño enjabonado se hizo más perezoso. La atmósfera de invernadero de los baños solo incrementaba la sensación de sensualidad, y a pesar de sí mismo, Tae sintió el primer endurecimiento entre las piernas.
Hubo un cambio en la calidad del aire, su deseo de repente se hizo tangible en la espesa humedad de la habitación.
ㅡNo seas presuntuoso ㅡdijo JiMin, con frialdad.
ㅡDemasiado tarde, cariño ㅡreplicó Tae.
JiMin se volvió, y con calmada precisión le lanzó un golpe que llevaba con comodidad la fuerza necesaria para ensangrentar su boca, con el revés de la mano, pero Tae había tenido más que suficiente de ser golpeado y cogió la muñeca de JiMin antes de que el bofetón conectara.
Estuvieron así, inmóviles, por un momento. Tae miró el rostro de JiMin, la piel blanca un poco ruborizada, el cabello rubio mojado en las puntas, y bajo aquellas pestañas doradas, los ojos azul ártico; y cuando JiMin hizo un pequeño movimiento espasmódico para liberarse, recordó su apretado agarre sobre la muñeca de JiMin.
Tae dejó vagar su mirada hacia abajo, desde el pecho húmedo hasta el abdomen tenso y más lejos. Tenía realmente un muy, muy agradable cuerpo, pero la fría indignación era genuina. Tae notó que JiMin no era ni siquiera un poco cariñoso; esa parte de él, hasta cierto punto tan dulce como el resto, estaba inactiva.
Percibió la tensión habitual retornar al cuerpo de JiMin; sin embargo, la entonación de su voz no se diferenció demasiado de su usual tono.
ㅡAl menos mi voz ha cambiado. Ese era el único requisito, ¿no es así?
Tae lo soltó, como si quemara. Un momento después, el golpe que había frustrado aterrizó con más fuerza de lo que podría haber imaginado, estrellándose contra su boca.
ㅡSacadlo de aquí ㅡordenó JiMin. Su tono de voz no fue más alto que el habitual, pero las puertas se abrieron. No estaban fuera del alcance del oído. Tae sintió unas manos sobre él cuando fue retirado rudamente hacia atrás.
ㅡPonedlo en la cruz. Esperad a que yo llegue.
ㅡAlteza, con respecto al esclavo, el Regente ordenó…
ㅡPuedes hacer lo que te digo, o puedes ir en su lugar. Elige. Ahora.
Con el Regente en Castillon, esa no era una elección, en absoluto.
«He esperado estos seis días para que tú y yo pudiéramos estar solos».
No hubo más intervenciones.
ㅡSí, Alteza.
En un momento de descuido, se olvidaron de la venda.
El palacio se reveló como un laberinto en el que los pasillos desfilaban uno tras otro y cada umbral abovedado enmarcaba una ambientación diferente: salones de formas heterogéneas, escaleras de mármol ornamentadas, patios embaldosados, o cubiertos de follaje cultivado. Algunos umbrales, protegidos por puertas enrejadas, no ofrecían ninguna vista, solo indicios y sugerencias. Tae fue conducido por corredores, cámaras y pasadizos. En una ocasión se desplazaron a través de un patio con dos fuentes y oyó el gorjeo de los pájaros.
Recordó, con cuidado, la ruta. Los guardias que lo acompañaban fueron los únicos que vio.
Había supuesto que habría seguridad en el perímetro del harén, pero cuando se detuvieron en una de las habitaciones más grandes, se dio cuenta de que ya habían sobrepasado el perímetro y no tenía ni idea de dónde estaba.
Observó, con el corazón saltándose un latido, que el pasaje al final de ese cuarto enmarcaba otro patio, y que este no estaba tan bien cuidado como los anteriores, que contenía detritos y una serie de objetos desordenados, incluyendo unas losas de piedra en bruto y una carretilla. En una esquina, un pilar roto se apoyaba contra la pared, formando una especie de escalera. Aquello llevaba a la azotea. Un techo enrevesado, con oscurecidos arcos, salientes, nichos y esculturas. Era, claro como la luz del día, un camino hacia la libertad.
Para no parecer un idiota disperso, Tae volvió su atención al cuarto. Había serrín en el suelo. Era una especie de zona de entrenamiento. La ornamentación se mantenía extravagante. A pesar de que los accesorios eran más antiguos y de una calidad ligeramente más hosca, todavía se parecía en parte al harén. Probablemente, todo Busan parecía parte de un harén.
«La cruz», JiMin había dicho. Se encontraba en el otro extremo de la habitación. La viga central era un simple tronco recto de un árbol muy grande. La transversal era menos gruesa pero igual de resistente. Alrededor de la viga central había atado un paquete de acolchar, relleno. Un siervo estaba apretando los lazos que unían el relleno a la viga y el cordón le recordó a la ropa de JiMin.
El sirviente comenzó a probar la fuerza de la cruz, lanzando su peso contra ella. Esta no se movía.
La cruz, como JiMin la había llamado. Era un puesto de flagelación.
Tae había dado su primera orden a los diecisiete años, y la flagelación era parte de la disciplina del ejército. Como príncipe y comandante, no era algo que hubiera experimentado personalmente, pero tampoco era algo que temiera excesivamente. Pero lo reconocía como un duro castigo que los hombres soportaban con dificultad.
Al mismo tiempo, supo de tipos fuertes que se quebraron bajo el látigo. Hombres morían bajo el látigo. Sin embargo, aun a los diecisiete años, la muerte por azote no era algo que hubiera permitido que ocurriera bajo su mando. Si un hombre no respondía a un buen liderazgo y a los rigores de la disciplina normal (y la culpa no era de sus superiores), era expulsado. Un hombre así no debería haber sido aceptado en primer lugar.
Probablemente él no fuera a morir; allí solo iba a haber un montón de dolor. La mayor parte de la ira que sentía por esa situación iba dirigida a sí mismo. Se había resistido a las provocaciones violentas precisamente porque sabía que acabaría sufriendo las consecuencias. Y ahora, aquí estaba, por ninguna razón mejor que ese JiMin, quien con su figura atractiva, se había quedado en silencio el tiempo suficiente para que el cuerpo de Tae olvidara sus planes.
Fue atado de cara al poste de madera con los brazos extendidos y esposados a la sección transversal. Sus piernas quedaron desatadas. Esto era suficiente concesión para retorcerse; no lo haría. Los guardias tiraron de sus brazos y de las restricciones, poniéndolas a prueba, colocando su cuerpo, incluso dando patadas a sus piernas para separarlas. Tuvo que esforzarse para no luchar contra ello. No fue fácil.
No podría haber dicho cuánto tiempo había pasado hasta que JiMin finalmente entró en la habitación. Tiempo suficiente para que este se secara y se vistiera, y para atar esos cientos de cordones.
Cuando el Príncipe entró, uno de los hombres comenzó a probar el látigo en la mano, tranquilamente, como había probado el resto del equipo. El rostro del Heredero tenía la dura mirada de un hombre decidido a seguir un curso de acción. Ocupó una posición contra la pared frente a Tae. Desde ese punto de observación, no sería capaz de ver el impacto de los azotes, pero sí el rostro de Tae. El estómago de este se revolvió.
Sintió un adormecimiento en sus muñecas y notó que había empezado inconscientemente a tirar de las restricciones. Se obligó a detenerse.
Había un hombre a su lado con algo retorcido entre sus dedos. Lo alzó hasta su cara.
ㅡAbre la boca.
Tae aceptó el objeto extraño entre sus labios un momento antes de darse cuenta de lo que era. Era un trozo de madera cubierto de suave cuero marrón. No era como las mordazas o los bocados a los que había sido sometido a lo largo de su cautiverio, sino que era del tipo que le dan a un hombre para morder cuando necesita ayuda para soportar el dolor. El guardia la ató detrás de la cabeza de Tae.
Mientras el hombre con el látigo se colocaba detrás de él, intentó prepararse.
ㅡ¿Cuántas franjas? ㅡpreguntó el azotador.
ㅡTodavía no lo he decidido ㅡdijo JiMinㅡ. Estoy seguro que lo resolveré tarde o temprano. Puedes comenzar.
El sonido llegó primero: el suave silbido en el aire; luego, el golpe, el látigo contra la carne una fracción de segundo antes de que el dolor lo desgarrara. Tae se sacudió contra las restricciones cuando el látigo golpeó sus hombros, borrando en ese instante cualquier otro pensamiento. El estallido brillante del dolor apenas le dio un segundo de alivio antes de que el segundo latigazo lo golpeara con fuerza brutal.
El ritmo era despiadadamente eficiente. Una y otra vez el látigo cayó sobre la espalda de Tae, variando solamente el lugar donde aterrizaba. Sin embargo, esa pequeña diferencia llegó a tener una importancia crítica, su mente se aferraba a la esperanza de un poco menos de dolor, mientras sus músculos se tensaban y su respiración se volvía irregular.
Tae se encontró reaccionando no solo al dolor sino al ritmo de ello, a la morbosa anticipación del golpe, al intento de armarse contra él, mientras el látigo caía una y otra vez en los mismos verdugones y marcas hasta alcanzar un punto preciso donde ya no hubo más voluntad posible.
Presionó su frente contra la madera del poste y… solo lo recibió. Su cuerpo se estremeció contra la cruz. Todos los nervios y tendones tensos, el dolor estaba extendiéndose por su espalda y consumiendo todo su cuerpo e invadiendo su mente, hasta que quedó sin impedimentos o tabiques donde guarecerse contra él. Se olvidó de dónde estaba, y quién lo estaba mirando. Era incapaz de pensar o sentir cualquier cosa que no fuera su propio dolor.
Finalmente, los golpes cesaron.
A Tae le tomó un tiempo darse cuenta de ello. Alguien estaba desatando la mordaza y liberando su boca. Después de eso, fue recuperando la conciencia de sí mismo gradualmente; notó que su pecho subía y bajaba, y que su cabello estaba empapado. Desbloqueó sus músculos y probó su espalda. La oleada de dolor que lo invadió lo convenció de que era mucho mejor permanecer quieto.
Supuso que si sus muñecas fueran liberadas de las restricciones, no podría evitar derrumbarse sobre sus manos y rodillas delante de JiMin. Luchó contra la debilidad que lo llevó a tener esa idea. «JiMin». Su retornada conciencia de la existencia de JiMin llegó en el mismo momento en que percibió su presencia delante de él; en ese momento estaba de pie a un solo paso de distancia respecto a la cruz, con la cara despejada de cualquier expresión.
Tae recordó a ChaeYoung presionando sus dedos fríos contra su magullada mejilla.
ㅡDebería haber hecho esto el día que llegaste ㅡcomentó JiMinㅡ. Es exactamente lo que te mereces.
ㅡ¿Por qué no lo hicisteis? ㅡpreguntó Tae. Un poco bruscamente, las palabras simplemente le salieron. No quedaba nada que las mantuviera bajo control. Se sintió tosco, como si una capa exterior de protección hubiera sido quitada; el problema era que lo que se había expuesto no era debilidad, sino un núcleo de hierroㅡ. Sois de sangre fría y sin honor. ¿Qué detendría a alguien como Vos? ㅡEra lo más equivocado que pudo decir.
ㅡNo estoy seguro ㅡdijo JiMin, con voz indolenteㅡ. Tenía curiosidad por saber qué clase de hombre eras. Veo que nos hemos detenido demasiado pronto. Uno más.
Tae trató de prepararse a sí mismo para otro golpe, y algo en su mente se rompió cuando no vino inmediatamente.
ㅡAlteza, no estoy seguro de que vaya a sobrevivir a otra ronda.
ㅡCreo que lo hará. ¿Por qué no hacemos una apuesta? ㅡJiMin volvió a hablar con voz fría y plana. ㅡUna moneda de oro dice que vive. Si quieres ganarla, tendrás que esforzarte.
Perdido en el dolor, Tae no habría podido decir por cuánto tiempo el hombre se esforzó, solo que lo hizo. Cuando todo terminó, estaba más allá de la impertinencia. La oscuridad amenazaba con ganar su visión y le tomó todo lo que tenía mantenerse. Pasó un tiempo antes de que se diera cuenta de que JiMin había hablado y aun así, por mucho tiempo, la voz sin emoción no se conectó a nada.
ㅡYo estaba en el campo en Myeon ㅡdijo JiMin.
Cuando las palabras penetraron, Tae sintió como el mundo se reorganizaba en torno a él.
ㅡNo me dejaron acercarme al frente. Nunca tuve la oportunidad de enfrentarme a él. Solía imaginar lo que le diría si lo hacía. Lo que haría. ¿Cómo se atreve alguno de vosotros a hablar de honor? Conozco a tu gente. Un busanian que trata honorablemente a un daeg será destruido con su propia espada. Es tu compatriota quien me enseñó eso. Puedes agradecerle la lección.
ㅡ¿Agradecerle a quién? ㅡTae empujó las palabras fuera, de alguna manera, más allá del dolor; sin embargo, conocía la respuesta. Él ya la conocía.
ㅡTaeHyung, el príncipe muerto de Daegu ㅡdijo JiMinㅡ. El hombre que mató a mi hermano.
ㅡDesnúdame ㅡordenó JiMin.
La emoción se intensificó. Hizo caso omiso de ella y dio un paso adelante.
La extraña vestimenta lo hizo titubear. JiMin extendió la mano con frialdad imperativa, palma hacia arriba, indicando el punto de partida. Los pequeños cordones apretados en la parte interna de la muñeca del príncipe se prolongaban hasta la mitad de su manga, y eran del mismo color azul oscuro que la prenda. Desatarlos le llevó varios minutos, los cordones eran pequeños, complicados y apretados; y debió tirar de cada uno individualmente a través de su agujero, sintiendo la resistencia del material contra el ojal.
JiMin bajó un brazo, arrastrando los cordones, y extendió el otro.
En Daegu, la ropa era sencilla y minimalista, enfocada en la estética del cuerpo. Por el contrario, la vestimenta busanian ocultaba, y parecía destinada a obstaculizar y esconder, su complejidad no parecía tener otro propósito más que el de poner impedimentos para desnudarse. El metódico ritual de desenlazar provocó que Tae se preguntara, burlón, si los amantes busanians reprimían su pasión durante media hora para desvestirse. Tal vez todo lo que sucedía en este país era premeditado e impasible30, incluso hacer el amor. Sin embargo, no era así; recordó la lascivia en el anfiteatro. Los esclavos se habían vestido de manera diferente, brindando facilidad de acceso, y la mascota pelirroja había desatado solo aquella parte de la ropa de su amo que requería para su propósito.
Cuando todos los cordones estuvieron desatados, quitó la prenda; descubrió que era solo una capa exterior. Debajo había una simple camisa blanca (también atada), que previamente no era visible. Camisa, pantalones, botas. Tae vaciló.
Las cejas doradas se arquearon.
ㅡ¿Estoy aquí para sufrir el recato de un siervo?
Así que se arrodilló. Las botas debían ser retiradas; los pantalones fueron lo siguiente. Tae retrocedió un paso cuando hubo terminado. La camisa (ahora suelta) se había deslizado un poco, exponiendo un hombro. JiMin llegó tras de sí y se la quitó. No llevaba nada más.
La antipatía inexorable hacia JiMin impidió su reacción habitual ante un cuerpo tan bien formado. Si no fuera por eso, podría haberse visto en apuros.
En cuanto a lo demás, JiMin estaba hecho de una sola pieza: su cuerpo tenía la misma gracia imposible que su rostro. Era de constitución más ligera que Tae, pero su cuerpo no era el de un niño. Todo lo contrario, poseía la bella musculatura proporcionada de un hombre joven en la cúspide de la edad adulta, hecho para el atletismo, o para ser esculpido. Y era hermoso. Muy hermoso, de piel tan bonita como la de una joven muchacha, suave y sin marcas, con un destello de oro que se deslizaba por debajo de su ombligo.
En aquella sociedad excesivamente vestida, Tae podría haber esperado que JiMin se mostrara un poco cohibido, pero este parecía tan indolente y poco recatado sobre su desnudez como mostraba serlo para todo lo demás. Se alzó al igual que un joven Dios ante el cual el sacerdote estaba a punto de hacer una ofrenda.
ㅡLávame.
Tae nunca había realizado una tarea servil, pero imaginó que esta no podría aplastar ni su orgullo ni su inteligencia. Para ese entonces ya conocía las costumbres de los baños. Sin embargo, percibía un sentimiento de sutil satisfacción procedente de JiMin y notaba su propia resistencia interna correspondiéndole. Era una forma incómoda e íntima de asistencia; un hombre sirviendo a otro; no tenía restricciones, y estaban solos.
Todos los accesorios estaban cuidadosamente colocados: una jarra de plata barrigona, suaves paños, botellas de aceite y de jabón líquido espumoso hechas de vidrio claro retorcido, coronadas con tapones de plata. La que Tae escogió tenía pintada una pesada vid ascendente con uvas. Sintió los contornos bajo sus dedos cuando destapó la pequeña botella tirando en contra de la resistente succión. Llenó la jarra de plata. JiMin mostró su espalda.
La delicada piel de JiMin, cuando Tae vertió agua sobre ella, se asemejaba a una perla blanca. Su cuerpo bajo el jabón resbaladizo no era en ningún sitio suave o blando, sino tenso como un arco elegantemente extendido. Tae supuso que JiMin participaba en esos deportes refinados con que los nobles a veces se complacían, y que el resto de los participantes le permitirían, al ser su príncipe, ganar.
Continuó desde los hombros hasta la baja espalda. El derrame del agua le mojó su propio pecho y muslos, resbalando en riachuelos, dejando gotitas suspendidas que brillaban y amenazaban con deslizarse hacia abajo en cualquier momento. El agua estaba caliente cuando la levantó del suelo, y caliente cuando la derramó desde la jarra de plata. Hasta el aire estaba caliente.
Era consciente de ello. Era consciente de la subida y bajada de su pecho, de su respiración, y de mucho más. Recordó que en Daegu había sido lavado por una esclava con cabello rubio. Su color era casi igual al de JiMin, tanto que podrían haber sido gemelos. Ella había sido mucho menos desagradable. Había desandado las pulgadas que los separaban y apretado su cuerpo contra el suyo. Recordó sus dedos cerrándose en torno a su cuerpo, sus pezones suaves como fruta magullada presionándose contra su pecho. El pulso golpeó en su cuello.
Era un mal momento para perder el control de sus pensamientos. Ya había progresado lo suficiente en su tarea como para encontrar curvas. Eran firmes bajo su toque y el jabón volvía todo resbaladizo. Miró hacia abajo y el paso del paño enjabonado se hizo más perezoso. La atmósfera de invernadero de los baños solo incrementaba la sensación de sensualidad, y a pesar de sí mismo, Tae sintió el primer endurecimiento entre las piernas.
Hubo un cambio en la calidad del aire, su deseo de repente se hizo tangible en la espesa humedad de la habitación.
ㅡNo seas presuntuoso ㅡdijo JiMin, con frialdad.
ㅡDemasiado tarde, cariño ㅡreplicó Tae.
JiMin se volvió, y con calmada precisión le lanzó un golpe que llevaba con comodidad la fuerza necesaria para ensangrentar su boca, con el revés de la mano, pero Tae había tenido más que suficiente de ser golpeado y cogió la muñeca de JiMin antes de que el bofetón conectara.
Estuvieron así, inmóviles, por un momento. Tae miró el rostro de JiMin, la piel blanca un poco ruborizada, el cabello rubio mojado en las puntas, y bajo aquellas pestañas doradas, los ojos azul ártico; y cuando JiMin hizo un pequeño movimiento espasmódico para liberarse, recordó su apretado agarre sobre la muñeca de JiMin.
Tae dejó vagar su mirada hacia abajo, desde el pecho húmedo hasta el abdomen tenso y más lejos. Tenía realmente un muy, muy agradable cuerpo, pero la fría indignación era genuina. Tae notó que JiMin no era ni siquiera un poco cariñoso; esa parte de él, hasta cierto punto tan dulce como el resto, estaba inactiva.
Percibió la tensión habitual retornar al cuerpo de JiMin; sin embargo, la entonación de su voz no se diferenció demasiado de su usual tono.
ㅡAl menos mi voz ha cambiado. Ese era el único requisito, ¿no es así?
Tae lo soltó, como si quemara. Un momento después, el golpe que había frustrado aterrizó con más fuerza de lo que podría haber imaginado, estrellándose contra su boca.
ㅡSacadlo de aquí ㅡordenó JiMin. Su tono de voz no fue más alto que el habitual, pero las puertas se abrieron. No estaban fuera del alcance del oído. Tae sintió unas manos sobre él cuando fue retirado rudamente hacia atrás.
ㅡPonedlo en la cruz. Esperad a que yo llegue.
ㅡAlteza, con respecto al esclavo, el Regente ordenó…
ㅡPuedes hacer lo que te digo, o puedes ir en su lugar. Elige. Ahora.
Con el Regente en Castillon, esa no era una elección, en absoluto.
«He esperado estos seis días para que tú y yo pudiéramos estar solos».
No hubo más intervenciones.
ㅡSí, Alteza.
En un momento de descuido, se olvidaron de la venda.
El palacio se reveló como un laberinto en el que los pasillos desfilaban uno tras otro y cada umbral abovedado enmarcaba una ambientación diferente: salones de formas heterogéneas, escaleras de mármol ornamentadas, patios embaldosados, o cubiertos de follaje cultivado. Algunos umbrales, protegidos por puertas enrejadas, no ofrecían ninguna vista, solo indicios y sugerencias. Tae fue conducido por corredores, cámaras y pasadizos. En una ocasión se desplazaron a través de un patio con dos fuentes y oyó el gorjeo de los pájaros.
Recordó, con cuidado, la ruta. Los guardias que lo acompañaban fueron los únicos que vio.
Había supuesto que habría seguridad en el perímetro del harén, pero cuando se detuvieron en una de las habitaciones más grandes, se dio cuenta de que ya habían sobrepasado el perímetro y no tenía ni idea de dónde estaba.
Observó, con el corazón saltándose un latido, que el pasaje al final de ese cuarto enmarcaba otro patio, y que este no estaba tan bien cuidado como los anteriores, que contenía detritos y una serie de objetos desordenados, incluyendo unas losas de piedra en bruto y una carretilla. En una esquina, un pilar roto se apoyaba contra la pared, formando una especie de escalera. Aquello llevaba a la azotea. Un techo enrevesado, con oscurecidos arcos, salientes, nichos y esculturas. Era, claro como la luz del día, un camino hacia la libertad.
Para no parecer un idiota disperso, Tae volvió su atención al cuarto. Había serrín en el suelo. Era una especie de zona de entrenamiento. La ornamentación se mantenía extravagante. A pesar de que los accesorios eran más antiguos y de una calidad ligeramente más hosca, todavía se parecía en parte al harén. Probablemente, todo Busan parecía parte de un harén.
«La cruz», JiMin había dicho. Se encontraba en el otro extremo de la habitación. La viga central era un simple tronco recto de un árbol muy grande. La transversal era menos gruesa pero igual de resistente. Alrededor de la viga central había atado un paquete de acolchar, relleno. Un siervo estaba apretando los lazos que unían el relleno a la viga y el cordón le recordó a la ropa de JiMin.
El sirviente comenzó a probar la fuerza de la cruz, lanzando su peso contra ella. Esta no se movía.
La cruz, como JiMin la había llamado. Era un puesto de flagelación.
Tae había dado su primera orden a los diecisiete años, y la flagelación era parte de la disciplina del ejército. Como príncipe y comandante, no era algo que hubiera experimentado personalmente, pero tampoco era algo que temiera excesivamente. Pero lo reconocía como un duro castigo que los hombres soportaban con dificultad.
Al mismo tiempo, supo de tipos fuertes que se quebraron bajo el látigo. Hombres morían bajo el látigo. Sin embargo, aun a los diecisiete años, la muerte por azote no era algo que hubiera permitido que ocurriera bajo su mando. Si un hombre no respondía a un buen liderazgo y a los rigores de la disciplina normal (y la culpa no era de sus superiores), era expulsado. Un hombre así no debería haber sido aceptado en primer lugar.
Probablemente él no fuera a morir; allí solo iba a haber un montón de dolor. La mayor parte de la ira que sentía por esa situación iba dirigida a sí mismo. Se había resistido a las provocaciones violentas precisamente porque sabía que acabaría sufriendo las consecuencias. Y ahora, aquí estaba, por ninguna razón mejor que ese JiMin, quien con su figura atractiva, se había quedado en silencio el tiempo suficiente para que el cuerpo de Tae olvidara sus planes.
Fue atado de cara al poste de madera con los brazos extendidos y esposados a la sección transversal. Sus piernas quedaron desatadas. Esto era suficiente concesión para retorcerse; no lo haría. Los guardias tiraron de sus brazos y de las restricciones, poniéndolas a prueba, colocando su cuerpo, incluso dando patadas a sus piernas para separarlas. Tuvo que esforzarse para no luchar contra ello. No fue fácil.
No podría haber dicho cuánto tiempo había pasado hasta que JiMin finalmente entró en la habitación. Tiempo suficiente para que este se secara y se vistiera, y para atar esos cientos de cordones.
Cuando el Príncipe entró, uno de los hombres comenzó a probar el látigo en la mano, tranquilamente, como había probado el resto del equipo. El rostro del Heredero tenía la dura mirada de un hombre decidido a seguir un curso de acción. Ocupó una posición contra la pared frente a Tae. Desde ese punto de observación, no sería capaz de ver el impacto de los azotes, pero sí el rostro de Tae. El estómago de este se revolvió.
Sintió un adormecimiento en sus muñecas y notó que había empezado inconscientemente a tirar de las restricciones. Se obligó a detenerse.
Había un hombre a su lado con algo retorcido entre sus dedos. Lo alzó hasta su cara.
ㅡAbre la boca.
Tae aceptó el objeto extraño entre sus labios un momento antes de darse cuenta de lo que era. Era un trozo de madera cubierto de suave cuero marrón. No era como las mordazas o los bocados a los que había sido sometido a lo largo de su cautiverio, sino que era del tipo que le dan a un hombre para morder cuando necesita ayuda para soportar el dolor. El guardia la ató detrás de la cabeza de Tae.
Mientras el hombre con el látigo se colocaba detrás de él, intentó prepararse.
ㅡ¿Cuántas franjas? ㅡpreguntó el azotador.
ㅡTodavía no lo he decidido ㅡdijo JiMinㅡ. Estoy seguro que lo resolveré tarde o temprano. Puedes comenzar.
El sonido llegó primero: el suave silbido en el aire; luego, el golpe, el látigo contra la carne una fracción de segundo antes de que el dolor lo desgarrara. Tae se sacudió contra las restricciones cuando el látigo golpeó sus hombros, borrando en ese instante cualquier otro pensamiento. El estallido brillante del dolor apenas le dio un segundo de alivio antes de que el segundo latigazo lo golpeara con fuerza brutal.
El ritmo era despiadadamente eficiente. Una y otra vez el látigo cayó sobre la espalda de Tae, variando solamente el lugar donde aterrizaba. Sin embargo, esa pequeña diferencia llegó a tener una importancia crítica, su mente se aferraba a la esperanza de un poco menos de dolor, mientras sus músculos se tensaban y su respiración se volvía irregular.
Tae se encontró reaccionando no solo al dolor sino al ritmo de ello, a la morbosa anticipación del golpe, al intento de armarse contra él, mientras el látigo caía una y otra vez en los mismos verdugones y marcas hasta alcanzar un punto preciso donde ya no hubo más voluntad posible.
Presionó su frente contra la madera del poste y… solo lo recibió. Su cuerpo se estremeció contra la cruz. Todos los nervios y tendones tensos, el dolor estaba extendiéndose por su espalda y consumiendo todo su cuerpo e invadiendo su mente, hasta que quedó sin impedimentos o tabiques donde guarecerse contra él. Se olvidó de dónde estaba, y quién lo estaba mirando. Era incapaz de pensar o sentir cualquier cosa que no fuera su propio dolor.
Finalmente, los golpes cesaron.
A Tae le tomó un tiempo darse cuenta de ello. Alguien estaba desatando la mordaza y liberando su boca. Después de eso, fue recuperando la conciencia de sí mismo gradualmente; notó que su pecho subía y bajaba, y que su cabello estaba empapado. Desbloqueó sus músculos y probó su espalda. La oleada de dolor que lo invadió lo convenció de que era mucho mejor permanecer quieto.
Supuso que si sus muñecas fueran liberadas de las restricciones, no podría evitar derrumbarse sobre sus manos y rodillas delante de JiMin. Luchó contra la debilidad que lo llevó a tener esa idea. «JiMin». Su retornada conciencia de la existencia de JiMin llegó en el mismo momento en que percibió su presencia delante de él; en ese momento estaba de pie a un solo paso de distancia respecto a la cruz, con la cara despejada de cualquier expresión.
Tae recordó a ChaeYoung presionando sus dedos fríos contra su magullada mejilla.
ㅡDebería haber hecho esto el día que llegaste ㅡcomentó JiMinㅡ. Es exactamente lo que te mereces.
ㅡ¿Por qué no lo hicisteis? ㅡpreguntó Tae. Un poco bruscamente, las palabras simplemente le salieron. No quedaba nada que las mantuviera bajo control. Se sintió tosco, como si una capa exterior de protección hubiera sido quitada; el problema era que lo que se había expuesto no era debilidad, sino un núcleo de hierroㅡ. Sois de sangre fría y sin honor. ¿Qué detendría a alguien como Vos? ㅡEra lo más equivocado que pudo decir.
ㅡNo estoy seguro ㅡdijo JiMin, con voz indolenteㅡ. Tenía curiosidad por saber qué clase de hombre eras. Veo que nos hemos detenido demasiado pronto. Uno más.
Tae trató de prepararse a sí mismo para otro golpe, y algo en su mente se rompió cuando no vino inmediatamente.
ㅡAlteza, no estoy seguro de que vaya a sobrevivir a otra ronda.
ㅡCreo que lo hará. ¿Por qué no hacemos una apuesta? ㅡJiMin volvió a hablar con voz fría y plana. ㅡUna moneda de oro dice que vive. Si quieres ganarla, tendrás que esforzarte.
Perdido en el dolor, Tae no habría podido decir por cuánto tiempo el hombre se esforzó, solo que lo hizo. Cuando todo terminó, estaba más allá de la impertinencia. La oscuridad amenazaba con ganar su visión y le tomó todo lo que tenía mantenerse. Pasó un tiempo antes de que se diera cuenta de que JiMin había hablado y aun así, por mucho tiempo, la voz sin emoción no se conectó a nada.
ㅡYo estaba en el campo en Myeon ㅡdijo JiMin.
Cuando las palabras penetraron, Tae sintió como el mundo se reorganizaba en torno a él.
ㅡNo me dejaron acercarme al frente. Nunca tuve la oportunidad de enfrentarme a él. Solía imaginar lo que le diría si lo hacía. Lo que haría. ¿Cómo se atreve alguno de vosotros a hablar de honor? Conozco a tu gente. Un busanian que trata honorablemente a un daeg será destruido con su propia espada. Es tu compatriota quien me enseñó eso. Puedes agradecerle la lección.
ㅡ¿Agradecerle a quién? ㅡTae empujó las palabras fuera, de alguna manera, más allá del dolor; sin embargo, conocía la respuesta. Él ya la conocía.
ㅡTaeHyung, el príncipe muerto de Daegu ㅡdijo JiMinㅡ. El hombre que mató a mi hermano.



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