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Adaptaciones VMin-MinV

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    CAPÍTULO TRECE 








    ㅡPero… si eso es verdad… ㅡ comenzó Tae.

    Era verdad; en cierto modo, ni siquiera fue una sorpresa, sino una verdad que había crecido durante algún tiempo en el borde de su conciencia y que en ese instante se ponía de relieve. Pensó: «dos tronos por el precio de unas pocas espadas contratadas y una dosis de droga del placer». Recordó a HyeonU, apareciendo en el pasillo con sus grandes ojos azules, vestido con ropa de cama.

    ㅡNo podéis ir a Delfeur ㅡadvirtió Tae ㅡ. Es una trampa mortal.

    En el momento en que lo dijo, comprendió que JiMin siempre lo había sabido. Lo recordó intentando eludir sus obligaciones en la frontera una y otra, y otra, y otra vez.

    ㅡDiscúlpame si no escucho consejos tácticos de un esclavo que acaba de ser  traído de regreso tras un fallido intento de fuga.

    ㅡNo podéis ir. No es solo cuestión de seguir con vida. Renunciaríais al trono tan pronto pongáis un pie fuera de la ciudad. Vuestro tío conservará la capital. Él ya ha… ㅡSu mente desanduvo otra vez las acciones del Regente, entonces vio la serie de movimientos que habían conducido a la situación actual, cada uno jugado con precisión, y con mucha antelación. ㅡYa os ha cortado las líneas de suministro a través de Verenne y Myrce. No tenéis finanzas ni tropas.

    Las palabras describían su comprensión desplegada. Estaba claro ahora por qué JiMin se había esforzado en exonerar a su esclavo y ocultar el ataque. Si se declaraba la guerra, la esperanza de vida del Heredero sería aún más corta de lo que podría ser en Doryou. Tal como estaba la situación, cabalgar a la frontera en compañía de los hombres de su tío sería una locura.

    ㅡ¿Por qué haces esto? ¿Es un movimiento forzado? ¿No se te ocurre  una manera de evitarlo? ㅡTae buscó el rostro de JiMin.ㅡ ¿Está tu reputación tan tremendamente enlodada que crees que el Consejo elegirá a tu tío para el trono de todos modos, a menos que te pruebes a ti mismo?

    ㅡEstás justo en el límite de lo que voy a permitirte ㅡadvirtió JiMin.

    ㅡLlevadme con vos a Dalseoㅡ demandó Tae.

    ㅡNo.

    ㅡDaegu es mi país. ¿Creéis que quiero que sea invadido por las tropas de vuestro tío? Haré todo lo que esté en mi poder para evitar la guerra. Llevadme con vos. Necesitaréis a alguien de confianza.

    Al pronunciar esas últimas palabras casi flaquea, e inmediatamente se arrepintió de ellas. JiMin había pedido que le diera su confianza la pasada noche, y él le había arrojado las palabras a la cara. Podría recibir el mismo tratamiento.

    JiMin simplemente lo observó fijamente con curiosidad. 

    ㅡ¿Por qué necesitaría eso?

    Tae lo miró insistentemente, súbitamente consciente de que si preguntaba: «¿Creéis que podréis con el mando militar, atentados contra vuestra vida,  trucos y trampas de vuestro  tío, vos solo?» la respuesta sería: «Sí». 

    ㅡHubiera creído ㅡcontinuó JiMinㅡ que un soldado como tú estaría muy feliz de ver a BaekHyun destronado, después de todo lo que te ha hecho. ¿Por qué no estar del lado de la Regencia, en su contra, y en la mía? Estoy seguro de que mi tío se ha acercado a ti para proponerte que espíes para él, en los términos más generosos.

    ㅡLo ha hecho. ㅡRecordó el banquete: ㅡMe pidió que os llevara a la cama, y luego le informara. ㅡTae fue franco. ㅡNo con esas palabras.

    ㅡ¿Y tu respuesta?

    Aquello, irrazonablemente, le molestó. 

    ㅡSi os  hubiera llevado a la cama, lo recordaríais.

    Hubo una peligrosa, y de ojos entornados, pausa. Finalmente: 

    ㅡSí. Tu manera de asir y patear las piernas de tu pareja para abrirlas permanece en la memoria.

    ㅡEso no es…ㅡTae apretó la mandíbula, no estaba de humor para entrar en uno de esos intercambios irritantes con JiMin. ㅡPuedo ser muy útil. Conozco la región. Haré lo que sea para detener a vuestro tío. ㅡSe fijó en la impersonal mirada azul. ㅡYa os he ayudado antes. Puedo hacerlo de nuevo. Usadme como queráis. Solo … llévame contigo.

    ㅡ¿Estás emocionado por ayudarme? ¿El hecho de que vayamos de camino hacia Daegu no influye para nada en tu solicitud?

    Tae se sonrojó. 

    ㅡTendríais una persona más interponiéndose entre vos y vuestro tío. ¿No es eso lo que deseáis?

    ㅡMi querido bruto ㅡdijo JiMinㅡ. Deseo que te pudras aquí.

    Tae oyó el sonido metálico de los eslabones de la cadena antes de darse cuenta de que se había sacudido contra sus ataduras. Fueron las palabras de despedida del busanian pronunciadas con placer. JiMin se había girado hacia la puerta.

    ㅡNo puedes dejarme aquí mientras cabalgas a la trampa de tu tío. Hay más que tu vida en juego. ㅡLas palabras eran ásperas debido a la frustración.

    No tuvieron efecto; no pudo evitar que JiMin se fuera. Tae juró.

    ㅡ¿Estás tan seguro de ti mismo? ㅡTae gritó a sus espaldas. ㅡ Creo que si pudieras vencer a tu tío por tu cuenta, lo habrías hecho ya.

    JiMin se detuvo en el umbral. Tae vio la torneada cabeza rubia, la línea recta de la espalda y los hombros. Pero no se giró de nuevo hacia él; la vacilación solo duró un momento antes de que continuara hacia el exterior por la puerta.

    Tae fue dejado, mientras se sacudía de las cadenas una vez más, penosamente solo.






    Los apartamentos de JiMin se llenaron con los sonidos de la preparación; el ajetreo en los pasillos, los hombres andando de acá para allá en el delicado jardín inferior. No era una tarea fácil organizar una expedición armada en dos días. Por todas partes, había actividad.

    En todas partes excepto allí, en las habitaciones de Tae, donde las únicas impresiones de la misión venían de los sonidos del exterior.

    JiMin se marcharía al día siguiente. JiMin;  el exasperante e intolerable JiMin, siguiendo el peor curso de acción posible, y no había nada que Tae pudiera hacer para detenerle.

    Los planes del Regente eran imposibles de adivinar. Francamente, Tae no tenía ni idea de por qué había esperado tanto como lo había hecho para actuar en contra de su sobrino. ¿JiMin sencillamente había tenido suerte de que las ambiciones del Regente abarcaran los dos reinos? El Regente podría haber prescindido de su sobrino desde hacía años, con poco alboroto. Era más fácil atribuir la muerte de un niño a la desgracia que la de un joven a punto de ascender al trono. Tae no veía ninguna razón para que el infante heredero hubiera escapado a ese destino. Tal vez la lealtad familiar había detenido al Regente antes... hasta que el Sucesor había florecido en ponzoñosa madurez, con carácter mañoso e incapaz de gobernar. Si ese fuera el caso, Tae sentía cierta empatía con el hombre: JiMin era capaz inspirar tendencias homicidas simplemente con respirar.

    Era una familia de víboras. BaekHyun, pensó, no tenía ni idea de lo que había al otro lado de la frontera. Su medio hermano había aceptado una alianza con Busan. Era vulnerable, estaba mal equipado para luchar en una guerra, los lazos dentro de su propio país mostraban grietas en las que una potencia extranjera no tendría más que aplicar presión.

    El Regente tenía que ser detenido, Daegu debía recuperarse y por eso, JiMin tenía que sobrevivir. Era imposible. Atrapado allí, Tae estaba impedido de actuar. Y cualquiera que fuera la astucia que JiMin poseyera, era neutralizada por la arrogancia, que le impedía comprender cuán completamente su tío le aventajaría una vez que dejara la capital para atravesar penosamente la campiña.

    ¿JiMin realmente creía que podía hacer aquello solo? Necesitaría cada una de las armas a su disposición para navegar por aquellas aguas turbulentas y salir ileso. Sin embargo, Tae no había sido capaz de persuadirle. Fue consciente, y no era la primera vez, de la incapacidad fundamental que tenía para comunicarse con JiMin. No era solo que estuviera trajinando en idioma extranjero. Era como si JiMin fuera un animal de una especie completamente distinta. No tenía nada, excepto la estúpida esperanza de que, de alguna manera, el Príncipe de Busan pudiera cambiar de opinión.

    En el exterior, el sol se deslizaba lentamente por el cielo, y en la celda cerrada de Tae las sombras de los muebles se acomodaban en un perezoso semicírculo.

    Ocurrió en las horas previas al amanecer del día siguiente. Se despertó para encontrar sirvientes en su habitación y a DakHo, el supervisor que nunca dormía. 

    ㅡ¿Qué pasa? ¿Hay alguna noticia del Príncipe?

    Se empujó hacia arriba con un brazo asegurado entre los cojines, la mano empuñando la seda. Se descubrió siendo manipulado antes de que estuviera totalmente en pie, las manos de los sirvientes encima de él y, por instinto, casi los empujó con un encogimiento de hombros, hasta que notó que estaban desbloqueando sus restricciones. Los extremos de la cadena cayeron con tintinear ahogado sobre los cojines.

    ㅡSí. Cámbiate ㅡordenó DakHo, y dejó caer un paquete sin contemplación, en el suelo junto a él, casi como lo había hecho la noche previa.

    Tae sintió un golpeteo en su corazón mientras miraba.

    «Ropa busanian».

    Era un mensaje claro. La larga frustración interminable del último día hizo que casi no pudiera absorberlo, que no pudiera confiar en ello. Se inclinó lentamente para recoger la ropa. Los pantalones se parecían a los que había encontrado en el campo de entrenamiento, pero eran más suaves y muy finos, de una calidad muy superior a la del raído par en el que se había apresurado la otra noche. La camisa estaba hecha a la medida. Las botas se parecían a las de montar.

    Volvió a mirar a DakHo.

    ㅡ¿Y bien? Cámbiate ㅡle dijo este.

    Llevó una mano al cierre de la cintura, y sintió una desconcertada curvatura formarse en su boca cuando DakHo, con algo de torpeza, desvió la mirada.

    El supervisor lo interrumpió solo una vez:

     ㅡNo, no es así. ㅡY apartó sus manos, dando una señal a un sirviente para que avanzara y volviera a atar alguna estúpida parte del cordón.

    ㅡ¿Vamos…? ㅡTae comenzó, cuando el último lazo estuvo atado a satisfacción de DakHo.

    ㅡEl Príncipe ordenó llevarte al patio, vestido para montar. Serás preparado con el resto allí.

    ㅡ¿El resto? ㅡpreguntó secamente. Se miró a sí mismo. Tenía más ropa de la que hubiera llevado en cualquier momento desde su captura en Daegu.

    DakHo no contestó, solo hizo un brusco gesto para que lo siguiera.

    Después de un momento, Tae lo hizo, siendo extrañamente consciente de la ausencia de restricciones.

    «¿El resto?» había preguntado. No pudo pensar mucho en eso, ya que se abrieron paso a través del palacio para emerger en un patio exterior cerca de los establos. Incluso si lo hubiera hecho, no se le hubiera ocurrido la respuesta. Era tan poco probable que simplemente no se lo imaginó hasta que lo vio con sus propios ojos, y aun así, casi no pudo creerlo. Por poco se ríe en voz alta. El sirviente que se adelantó a su encuentro tenía los brazos cargados de piel, correas y hebillas, además de algunas piezas más grandes de cuero endurecido; la de mayor tamaño, moldeada para el pecho.

    Era una armadura.

    El patio de los establos se llenó con la actividad de los sirvientes, armeros, mozos de cuadra, escuderos, los gritos de órdenes y los sonidos del tintineo de los arreos. Interrumpiendo estos, estaban las descargas de aire a través de las fosas nasales de los caballos y el ocasional golpe de un casco contra el pavimento. 

    Tae reconoció varias caras. Allí estaban los hombres que lo habían custodiado con expresión imperturbable durante su confinamiento. Estaba el médico que había atendido su espalda, ahora ya no con su larga túnica hasta el suelo, sino vestido para montar. Estaba HoSeok, que había agitado el medallón de Shin en el callejón y le había salvado la vida. Vio a un sirviente que le resultó familiar, agachándose arriesgadamente bajo el vientre de uno de los caballos debido a alguna diligencia, y al otro lado del patio, alcanzó a ver a un hombre con un bigote negro que reconocía de la cacería como un maestro de caballos.

    El aire previo al amanecer era frío, pero pronto se calentaría. La estación había madurando desde la primavera hasta el verano: un buen momento para una campaña. En el Sur, por supuesto, haría más calor. Flexionó los dedos y deliberadamente enderezó la espalda, dejó que la sensación de libertad se hundiera en él; una poderosa sensación física. No estaba pensando especialmente en escapar. Después de todo, viajaría con un contingente de hombres fuertemente armados y además, en ese momento, tenía otra prioridad. Por ahora bastaba con que estuviera desencadenado y en el exterior, al aire libre, y que muy pronto saldría el sol, calentando el cuero y la piel; y ellos montarían, e iniciarían la marcha.

    Era una armadura ligera para montar, con bastante decoración no esencial que la convertía en una  armadura de gala. El sirviente le informó, «Sí, se equiparían adecuadamente en Castillon». Sus aprestos se llevaron a cabo junto a las puertas del establo, cerca de una bomba de agua.

    La última hebilla fue apretada. Luego, sorprendentemente, se le dio un cinturón de espada. Aún más sorprendentemente, le dieron una espada para colocar en él.

    Era una buena espada. Bajo la decoración, era una buena armadura, aunque no era a lo que estaba acostumbrado. Se sentía... extraño. Tocó la figura de explosión de estrellas en el hombro. Iba vestido con los colores de JiMin y llevaba su insignia. Fue una sensación inexplicable. Nunca pensó en montar bajo el marco de un estandarte busanian.

    DakHo, que había partido por algún recado, regresó en ese momento, dándole la lista  de sus deberes.

    Tae escuchó con parte de su cerebro. Iba a ser un miembro funcional de la compañía que se reportaría a su rango superior, quien informaría al Capitán de la Guardia, quien a su vez, respondería al Príncipe. Él estaba para servir y obedecer, como cualquier hombre. También tendría los derechos adicionales de un acompañante. Según esa condición, informaría directamente al Príncipe. Las funciones descritas por él parecían ser una mezcla entre hombre de armas, asistente y esclavo de cama que debía garantizar la seguridad del Príncipe, atender su comodidad personal, dormir en su tienda… la atención completa de Tae volvió a DakHo. 

    ㅡ¿Dormir en su tienda?

    ㅡ¿Dónde más?

    Se pasó una mano por la cara. ¿JiMin habría acordado aquello?

    La lista continuó. Dormir en su tienda, llevar sus mensajes, atender sus necesidades. Tendría que pagar aquella relativa libertad con un período de proximidad forzada a JiMin.

    Con la otra parte de su mente, Tae estudiaba la actividad en el patio. No era un grupo grande. Por lo que observó más allá del tumulto, había suministros para unos cincuenta hombres armados hasta los dientes. A lo sumo, setenta y cinco, más ligeramente armados.

    Aquellos que reconoció eran de la Guardia del Príncipe. La mayoría de ellos, al menos, serían leales. No todos ellos. «Esto era Busan». Tae tomó aliento y lo dejó escapar, mirando a cada uno de los rostros; preguntándose cuál de ellos había sido persuadido o coaccionado para ser empleado por el Regente.

    La corrupción de aquel lugar se había instalado de tal manera en sus huesos que estaba seguro de que la traición habría de venir, solo que no podía asegurar desde dónde. 

    Pensó en la logística que se necesitaría para emboscar y masacrar a aquel número de hombres. No sería discreto, pero no era difícil. En absoluto.

    ㅡEsto no puede ser todo ㅡdijo Tae. 

    Habló para HoSeok, quien se había acercado a salpicar su cara con un poco de agua en la cercana bomba. Era su primera preocupación: muy pocos hombres.

    ㅡNo lo es. Cabalgaremos hasta Castillon, y formaremos con los hombres del Regente estacionados allí ㅡle informo el guardia, y agregó: ㅡNo te hagas ilusiones. Es poco más que esto.

    ㅡNo es suficiente para hacer mella en una verdadera batalla. Es bastante para que los hombres del Regente superen en varios a cada uno de los del Príncipe. ㅡFue la suposición de Tae.

    ㅡSí ㅡconfirmó HoSeok, secamente.

    Miró la cara chorreante de su interlocutor, la postura de sus hombros. Se preguntó si la Guardia del Príncipe sabía a lo que se estaba enfrentando: a la traición lisa y llana en el peor de los casos; y, en el mejor, a meses en el camino, sujetos al dominio de los hombres del Regente. La delgada línea de la boca de HoSeok sugirió que sí lo sabían.

    Dijo: 

    ㅡTe debo mi agradecimiento por la otra noche.

    HoSeok le dirigió una mirada firme. 

    ㅡSeguía órdenes. El Príncipe te quería de vuelta con vida, al igual que quiere que estés aquí. Solo espero que sepa lo que está haciendo contigo y que no esté, como dice el Regente, “distraído por haber saboreado su primera polla”.

    Después de un largo rato, Tae habló.

     ㅡIndependientemente de lo que pienses, no comparto su cama.

    No era la primera insinuación al respecto. Tae no estaba seguro de por qué le dolía tanto ahora. Tal vez debido a la velocidad asombrosa con que las especulaciones del Regente se habían extendido desde la sala de audiencias a la Guardia. Las palabras parecían ser las de WooBin.

    ㅡSin embargo, has volteado su cabeza: nos envió directamente por ti.

    ㅡNo preguntaré cómo supo él dónde encontrarme. 

    ㅡYo no los envié detras de ti ㅡdijo la fría voz que le era tan familiarㅡ. Los envié detrás de la Guardia del Regente, que estaba haciendo el suficiente alboroto como para resucitar a los muertos, a los borrachos y a los que no tienen oídos.

    ㅡAlteza ㅡsaludó HoSeok, rojo. Tae se volvió.

    ㅡSi les hubiera enviado detrás de ti ㅡinformó JiMinㅡ les habría dicho que saliste por el único camino que conocías: a través del patio de la arena Norte de entrenamiento. ¿Verdad?

    ㅡSí ㅡconvino Tae.

    La luz previa al amanecer aclaraba el cabello dorado de JiMin a algo más pálido y fino; los huesos de su rostro aparentaban ser tan delicados como el cálamo de una pluma. Se relajó contra la puerta del establo como si hubiera estado allí bastante rato, lo que explicaría el color de la cara de HoSeok. No venía seguramente del  palacio, sino de los establos, donde habría estado hacía ya rato para atender algún otro asunto. Iba vestido para el día con cueros de montar, cuya severidad implacable anulaba cualquier efecto de la frágil luz.

    Tae había medio esperado un traje vistoso, pero JiMin siempre se había distinguido a sí mismo como opuesto a la opulencia de la corte. Y no necesitaba esplendor para ser reconocido durante un desfile, bastaba el resplandor de su cabello descubierto.

    JiMin se paseó por delante. Sus ojos lo recorrieron a su vez, mostrando el habitual fastidio. El hecho de verlo con la armadura parecía traer a la superficie algo desagradable de entre sus profundidades.

    ㅡ¿Demasiado civilizado?

    ㅡDifícilmente ㅡdijo JiMin.

    Cuando estaba a punto de hablar, Tae reconoció la figura de Seong. Inmediatamente, se puso rígido.

    ㅡ¿Qué está haciendo aquí?

    ㅡCapitaneando la Guardia.

    ㅡ¿Qué?

    ㅡSí, es un arreglo interesante, ¿no? ㅡdijo JiMin.

    ㅡDeberíais soltar una mascota para mantenerlo lejos de los hombres ㅡaconsejó HoSeok.

    ㅡNo ㅡcontestó JiMin después de un momento. Lo dijo con aire pensativo. 

    ㅡLes diré a los siervos que duerman con las piernas cerradas ㅡ ironizó HoSeok.

    ㅡY a YoonGi ㅡañadió JiMin.

    HoSeok dio un resoplido. Tae, que no conocía al hombre en cuestión, siguió la mirada de HoSeok hasta uno de los soldados en el otro lado del patio. Pelo castaño, bastante joven, bastante atractivo. YoonGi. 

    ㅡHablando de mascotas ㅡpronunció JiMin con una voz diferente.

    HoSeok inclinó la cabeza y se alejó, su parte había concluido. JiMin había notado la pequeña figura en la periferia de la actividad. HyeonU, vestido con una sencilla túnica blanca y la cara libre de pintura, había salido al patio. Sus brazos y piernas estaban  desnudos; llevaba sandalias en los pies. Se abrió camino hacia ellos, hasta enfrentarse a JiMin, y luego se quedó allí, mirando hacia arriba. Su pelo caía descuidado. Bajo sus ojos había tenues sombras, señal de una noche de insomnio.

    JiMin dijo: 

    ㅡ¿Viniste para verme partir?

    ㅡNoㅡdijo HyeonU.

    Extendió algo a JiMin con gesto perentorio y lleno de repugnancia.

    ㅡYo no lo quiero. Esto me hace pensar en vos.

    Azules y límpidos zafiros dobles colgaban de sus dedos. Era el pendiente que había llevado en el banquete. Y que había perdido, espectacularmente, en una apuesta. HyeonU los mantuvo lejos de sí mismo como si estuvieran hechos de algo hediondo.

    JiMin los tomó sin decir nada. Los guardó cuidadosamente en un pliegue de su ropa de montar. Luego, después de un momento, se acercó y tocó la barbilla de HyeonU con un nudillo.

    ㅡTe ves mejor sin toda esa pintura ㅡle dijo.

    Era cierto. Sin la pintura, la belleza de HyeonU era como una flecha directa al corazón. Tenía un poco de aquello en común con JiMin, pero este poseía la seguridad, el aspecto maduro de un hombre joven entrando en sus mejores años, mientras que la belleza del chico era propia de los muchachos de cierta edad, de corta duración, con pocas probabilidades de sobrevivir la adolescencia.

    ㅡ¿Creéis que un elogio me va a impresionar? ㅡdijo HyeonUㅡ No lo hará. Los consigo  todo el tiempo.

    ㅡYa lo sé ㅡdijo JiMin.

    ㅡRecuerdo la oferta que me habéis hecho. Todo lo que me habéis dicho, finalmente, era una mentira. Sabía que lo era ㅡprotestó HyeonUㅡ. Os marcháis.

    ㅡVoy a volver ㅡdijo JiMin.

    ㅡ¿Eso es lo que creéis?

    Tae sintió como se erizaban los pelos de todo su cuerpo. Recordó nuevamente a HyeonU en el pasillo después del intento de asesinato de JiMin. Resistió a duras penas las ganas de abrir al muchacho y arrancar todos sus secretos desde el interior.

    ㅡVoy a volver ㅡconfirmó JiMin.

    ㅡ¿Para mantenerme como mascota?ㅡpreguntó el niñoㅡ Os encantaría eso. Convertirme en vuestro sirviente.

    El amanecer pasó sobre el patio. Los colores cambiaron. Un gorrión se posó en uno de los postes del establo cerca de él, pero despegó de nuevo al sonido de uno de los hombres dejando caer una carga de guarnición de sus brazos.

    ㅡNunca te pediría que hicieras algo que considerases desagradableㅡdijo JiMin.

    ㅡVeros es desagradableㅡreplicó HyeonU.




    No hubo despedida amorosa entre tío y sobrino, solo el ritual impersonal de la ceremonia pública.

    Era un espectáculo. El Regente estaba completamente en ropas ceremoniales, y los hombres de JiMin formados con perfecta disciplina. Alineados y acicalados, se quedaron en orden en el patio exterior, mientras en el frente, el Regente daba amplios pasos para recibir a su sobrino. Era una mañana de clima caluroso e intenso. El Regente fijó algún tipo de distintivo oficial enjoyado en el hombro de JiMin. A continuación, le instó a subir y lo besó en ambas mejillas con calma. Cuando JiMin se volvió hacia sus hombres, el broche en el hombro hizo un guiño a la luz del sol. Tae se sintió casi mareado cuando el recuerdo lleno de sentido de una lucha de hace mucho tiempo vino a él: JeonGguk había usado esa misma insignia en el campo.

    JiMin montó. Las banderas desplegadas a su alrededor en un conjunto de destellos azul y oro. Las trompetas sonaron y el caballo de Seong reculó, a pesar de su entrenamiento. No eran solo cortesanos los que estaban allí para observar, también había plebeyos amontonándose cerca de la puerta. Decenas de personas que habían ido a ver a su Príncipe formaron una pared dando sonidos de aprobación. No sorprendió a Tae que JiMin fuera popular entre la gente de su pueblo. El reunía los requisitos para ello, todo aquel cabello brillando y el sorprendente perfil. Un Príncipe dorado era fácil de amar si no lo veías arrancándoles las alas a las moscas. Montando elegantemente y sin esfuerzo sobre la silla, transmitía una imagen exquisita, cuando no estaba matando a su caballo.

    Tae, que había recibido un caballo tan bueno como su espada y un lugar en la formación cerca de JiMin, mantuvo su postura mientras cabalgaban. Pero a medida que pasaban más allá de las paredes interiores, no pudo resistir girarse en su asiento y mirar hacia atrás, al palacio que había sido su prisión.

    Era hermoso, las puertas altas, las cúpulas y torres, y los interminables, intrincados y entrelazados patrones tallados en la cremosa piedra. Brillando en mármol y metal pulido, estirándose hacia el cielo, estaban aquellas estructuras espiraladas curvándose en el techo que lo habían ocultado de la vista de los guardias durante su intento de fuga.

    No era indiferente a la ironía de la situación, cabalgando para proteger al hombre que había hecho todo lo posible para oprimirlo bajo su yugo. JiMin fue un carcelero peligroso y malicioso. Era tan probable que barriera Daegu con sus garras como su tío. Nada de eso importaba ante la urgencia de detener la maquinaria de los planes del Regente. Si era la única manera de evitar la guerra, o de posponerla, entonces Tae haría lo que fuera necesario para mantener a JiMin seguro. Él tenía intenciones de hacerlo.

    Pero habiendo traspasado los muros del palacio busanian, supo una cosa más. Daba lo mismo lo que hubiera prometido, dejaba el palacio detrás de él y no tenía ninguna intención de volver.

    Dirigió la vista hacia el camino, y a la primera parte de su viaje.

    Hacia el Sur, y a su hogar.




      CONTINUARÁ...


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    CAPÍTULO DOCE 








    El extraño momento de afecto paternal terminó la reunión; el Regente y el Consejo salieron de la cámara. JiMin permaneció, se alzó de donde estaba arrodillado, viendo a su tío y a los consejeros salir en fila. WooBin, haciendo una reverencia después de liberar al esclavo de sus ataduras, se retiró también. Estaban solos.

    Tae se levantó sin pensar. Recordó después de un segundo o dos que se suponía que debía esperar algún tipo de permiso por parte de JiMin, pero para entonces ya era demasiado tarde: se había puesto en pie y las palabras salieron de su boca.

    ㅡHabéis mentido a vuestro tío para  protegerme.

    Seis pies cubiertos de alfombra se extendían entre ellos. No quiso decirlo de la forma que sonó. O tal vez sí. Los ojos de JiMin se estrecharon.

    ㅡ¿He ofendido una vez más tus elevados principios morales? Tal vez puedas proponer una solución más adecuada. Creo recordar que te dije que no te alejaras.

    Tae oyó, distanciándose, la conmoción en su propia voz. 

    ㅡNo entiendo por qué habéis hecho eso para ayudarme, cuando decir la verdad os hubiera sido de mayor utilidad. 

    Si no te importa, creo que ya he oído bastante sobre mi carácter por esta noche, o ¿tengo que ir a doce asaltos contigo también?  Lo haría.

    ㅡNo, yo… no quise decir… ㅡ¿Qué quiso decir? Sabía lo que tenía que decir: gratitud de esclavo rescatado. No era lo que sentía. Había estado tan cerca. La única razón por la que había sido descubierto era a causa de Seong, quien no habría sido su enemigo si no fuera por JiMin. “Gracias” significaba agradecerle por ser arrastrado de nuevo para ser esposado y atado dentro de aquella jaula palaciega. Otra vez.

    Sin embargo, de manera inequívoca, el busanian le había salvado la vida. JiMin y su tío estaban cerca de ser iguales a la hora de la brutalidad verbal sin derramamiento de sangre. Tae se sentía exhausto solo de escucharlos. Se preguntó cuánto tiempo exactamente el Príncipe se habría mantenido firme antes de que él mismo hubiera sido arrastrado allí.

    “No puedo protegerte como estoy ahora”, le había dicho. Tae no había pensado en lo que pudiera implicar dicha protección, pero nunca hubiera imaginado que JiMin subiría a la palestra en su nombre. Y resistiría en ella.

    ㅡQuise decir…  que estoy agrad…

     JiMin le cortó. 

    ㅡNo habrá nada más entre nosotros, ciertamente ningún agradecimiento. No esperes en el futuro sutilezas de mí. Nuestra deuda está saldada.

    Pero el ceño ligeramente fruncido con el que JiMin evaluaba a Tae no era del todo hostil; lo acompañaba una larga mirada escrutadora. Después de un momento:

    ㅡFue en serio cuando dije que no me gustaba sentirme en deuda contigo. ㅡY entonces: ㅡTenías muchas menos razones para ayudarme que yo para ayudarte a ti.

    ㅡEso es cierto.

    ㅡNo embelleces lo que piensas, ¿verdad?ㅡ dijo JiMin, todavía con el ceño fruncidoㅡ Un hombre más astuto lo haría. Un hombre astuto se hubiera quedado donde estaba, y hubiera aprovechado para fomentar el sentido de la obligación y la culpa de su Señor.

    ㅡNo me di cuenta que teníais sentimiento de culpa ㅡdijo Tae, sin rodeos.

    Un signo de acusación apareció en la esquina de los labios de JiMin. Se alejó unos pasos de Tae, tocando el reposabrazos labrado del trono con los dedos. Y entonces, en una despatarrada postura relajada, se sentó en él. 

    ㅡBueno, no te desanimes. Voy a cabalgar a Doryou y nos libraremos el uno del otro.

    ㅡ¿Por qué la idea de cumplir con vuestro deber en la frontera os incomoda tanto?

    Soy un cobarde, ¿recuerdas?

    Tae pensó en eso. 

    ㅡ¿Lo sois? No creo que jamás os haya visto rehuir una pelea. Más bien todo lo contrario.

    El signo acusatorio se profundizó. 

    ㅡCierto. ㅡEntonces… 

    JiMin dijo: 

    ㅡNo es asunto tuyo.

    Otra pausa. La postura relajada de JiMin en el trono lo hacía parecer sin huesos, y Tae se preguntó, mientras el busanian lo seguía mirando fijamente, si la droga aún persistía en sus venas. Cuando el Príncipe habló, el tono era casual.

    ㅡ¿Hasta dónde llegaste?

    ㅡNo muy lejos. Un burdel en alguna parte al Sur de la ciudad.

    ㅡ¿Realmente pasó tanto tiempo desde lo de Sook?

    Su mirada había adquirido una calidad perezosa. Tae se sonrojó.

    ㅡNo estaba allí por placer. Tenía otras cosas en mi cabeza.

    ㅡLástima ㅡdijo JiMin con tono indulgenteㅡ. Deberías haber aprovechado el placer mientras tuviste la oportunidad. Voy a encerrarte tan severamente que no serás capaz de respirar, y mucho menos de molestarme así de nuevo.

    ㅡPor supuesto ㅡdijo Tae con una voz diferente.

    ㅡTe dije que no me debías agradecer ㅡreplicó JiMin.





    Y así, fue llevado de vuelta a la familiar pequeña habitación recargada.

    Había sido una larga noche sin dormir, y tenía un jergón, y cojines en los que apoyarse, pero había un sentimiento en su pecho que le impedía conciliar el sueño. Al mirar alrededor de la recámara, la sensación se intensificó. Había dos ventanas arqueadas a lo largo de la pared a su izquierda, con bajos y anchos alféizares, ambas cubiertas con rejas. Parecían dar a los mismos jardines del pórtico de JiMin, según dedujo por lo que conocía de la posición de su habitación con respecto a los apartamentos del Príncipe, no de la observación personal. Su cadena no se estiraba lo suficiente como para echar un vistazo. Podía imaginarse debajo de la caída del agua y el fresco verdor que caracterizaba a los patios interiores de la corte busanian. Pero no podía verlos.

    Lo que podía ver, ya lo conocía. Estaba al tanto de cada centímetro de aquella estancia, de cada recodo del techo, de cada curvatura de las rejillas de las ventanas. Conocía la pared de enfrente. Conocía el enganche inamovible de hierro en el suelo, y el arrastre de la cadena, y su peso.



    Conocía la duodécima baldosa que marcaba el límite de sus movimientos cuando la cadena se tensaba. Había sido exactamente igual todos los días desde su llegada, con un único cambio en el color de los cojines del jergón, que eran puestos y quitados frecuentemente, como si existiera un suministro inagotable.

    Alrededor de media mañana, entró un sirviente, llevando la comida matinal, le dejó con ella, y se apresuró lejos. Las puertas se cerraron.

    Estaba solo. El delicado plato contenía quesos, caliente pan hojaldrado, un puñado de cerezas salvajes en su propio plato llano plateado, pastelería moldeada artísticamente. Cada artículo era estudiado, diseñado para la exhibición de los alimentos; como todo lo demás, era hermoso.

    Lo arrojó al otro lado de la habitación en un ataque de absoluta, violenta e impotente rabia. 

    Lo lamentó casi tan pronto como lo hubo hecho. Cuando el sirviente volvió a entrar más tarde pálido y nervioso, y empezó a arrastrarse por los márgenes de la habitación recogiendo el queso, se sintió ridículo.

    Luego, por supuesto, DakHo tuvo que entrar y ver el desorden, observando a  Tae con esa mirada familiar.

    ㅡTira tanta comida como quieras. Nada va a cambiar. Mientras dure la estancia del Príncipe en la frontera, no saldrás de esta habitación. Órdenes del Príncipe. Te lavaras aquí, te vestirás aquí, y permanecerás aquí. Las excursiones que has disfrutado a banquetes, a la cacería y a los baños, han terminado. No se te separará de la cadena.

    “Durante la estancia del Príncipe en la frontera”. Tae cerró los ojos un instante.

    ㅡ¿Cuándo parte?

    ㅡDos días a partir de ahora.

    ㅡ¿Por cuánto tiempo se irá?

    ㅡVarios meses.

    Era una información incidental para DakHo, quien pronunció las palabras ajeno al efecto que causarían en Tae. El supervisor dejó caer una pequeña pila de ropa en el suelo.

    ㅡCámbiate.

    Tae debió haber mostrado algún tipo de reacción en su expresión, porque DakHo continuó: 

    ㅡAl Príncipe le disgustas en ropa de busanian. Ordenó remediar la ofensa. Son las prendas de un hombre civilizado.

    Se cambió. Cogió la ropa que DakHo había dejado plegada en una pequeña pila, no es que hubiera mucha tela para plegar. Eran nuevamente prendas de esclavo. La ropa busanian con la que había escapado fue retirada por los sirvientes como si nunca hubiera existido.

    Tiempo, penosamente, pasado.

    Aquel breve vislumbre de libertad en el mundo fuera de aquel palacio, le dolió. Fue consciente, también, de una frustración ilógica: había pensado que el escape daría por resultado su libertad o su muerte, pero fuera cual fuera la conclusión, algo cambiaría. Excepto que ahora estaba «de vuelta aquí».

    ¿Cómo era posible que todos los eventos fantásticos de la noche anterior no hubieran producido ningún cambio en su situación en absoluto?

    La idea de estar atrapado dentro de aquella habitación durante varios meses…

    Tal vez era normal que, atrapado como una mosca en esa red de filigranas, su mente terminara fijándose en JiMin, con su cerebro de araña bajo esa melena rubia. La pasada noche, Tae no había pensado mucho en su persona o en la trama que se centraba en él. Su mente había estado tan llena de planes de escape, que no había tenido ni el tiempo ni la inclinación para meditar sobre la intriga busanian.

    Pero ahora estaba solo, sin nada en que pensar excepto en el extraño, sangriento ataque.

    Por lo que, mientras el sol hacía su camino desde la mañana hasta la tarde, se encontró recordando a los tres agresores, sus acentos busanians y sus cuchillos daegs. «Estos tres hombres atacaron al esclavo», había dicho JiMin. El Príncipe no necesitaba ninguna razón para mentir, pero ¿por qué insistiría en que él no había sido el atacado en absoluto? Eso ayudaba al perpetrador.

    Recordó la calculada incisión de JiMin con el cuchillo y la lucha posterior, el firme cuerpo de JiMin resistiendo, la respiración en su pecho acelerada por la droga. Había formas más sencillas de matar a un Príncipe.

    Tres hombres, armados con cuchillos de Silla. El esclavo, regalo de Daegu, siendo llevado para ser culpado. La droga, la violación planificada.

    Y zarandear a JiMin para hablar. Y la mentira. Y el asesinato.

    Entendió.

    Sintió, por un momento, como si el suelo se deslizara por debajo de él; su mundo reorganizándose.

    Era simple y obvio. Era algo que debía haber notado enseguida, lo habría visto si no hubiera estado tan cegado por la necesidad de escapar. Se encontraba delante de él, en sombras y consumado en el diseño y la intención. 

    No había manera de salir de aquella habitación, por lo que tenía que esperar, y esperar, y esperar, hasta el próximo magnífico platillo.

    Agradeció  que el silencioso sirviente entrara acompañado por DakHo.

    Dijo: ㅡTengo que hablar con el Príncipe.





    La última vez que había hecho una petición como aquella, JiMin apareció en seguida, con ropa de la Corte, con el cabello cepillado. Tae no esperaba menos ahora, en aquellas urgentes circunstancias, y se alzó desde el jergón cuando la puerta se abrió no más de una hora después.

    En su habitación, solo, despidiendo a los guardias, entró el Regente.

    Ingresó con el lento paso a pie de un Señor recorriendo sus tierras. Esta vez no hubo ni séquito, ni ceremonia. La impresión abrumadora seguía siendo una de autoridad, el Regente tenía una presencia física imponente, y sus hombros llevaban bien el manto. La plata se disparaba a través de su cabello oscuro y la barba hablaba de experiencia. No era JiMin, descansando ociosamente sobre el trono. Era a su sobrino, como un caballo de guerra era a un poni de exhibición.

    Tae hizo su reverencia.

    ㅡAlteza ㅡdijo.

    ㅡEres un hombre. Levántate ㅡdijo el Regente.

    Así lo hizo, poco a poco.

    ㅡDebes estar aliviado de que mi sobrino se vaya ㅡcontinuó. No era una buena pregunta para responder.

    ㅡEstoy seguro de que hará honor a su país ㅡrecitó Tae.

    El Regente lo miró. 

    ㅡEres bastante diplomático. Para ser un soldado.

    Tae tomó aliento. A esa altura, el aire era delgado.

    ㅡAlteza ㅡdijo sumisamente. 

    ㅡEspero una respuesta objetiva ㅡinsistió el Regente.

    Tae hizo el intento.

    ㅡEstoy… contento de que cumpla con su deber. Un príncipe debe aprender a conducir a sus hombres antes de convertirse en rey.

    El Regente consideró sus palabras. 

    ㅡMi sobrino es un caso difícil. La mayoría de los hombres creen que el liderazgo es una cualidad que corre de forma natural por la sangre del Heredero a un reino, no algo que deba ser forzado en él en contra de su propia naturaleza imperfecta. Pero desde luego, JiMin nació como segundo hijo.

    «Así como lo hiciste tú», surgió el pensamiento, espontáneamente. El Regente hacía que JiMin se sintiera como un ejercicio de precalentamiento. No estaba allí para un intercambio de puntos de vista, aunque pareciera que así era. Para un hombre de su estatus, visitar a un esclavo era del todo improbable y extraño.

    ㅡ¿Por qué no me cuentas lo que pasó anoche? ㅡincitó el Regente.

    ㅡAlteza. Ya tiene la historia de vuestro sobrino.

    ㅡTal vez, en la confusión, hubo algo que mi sobrino malentendió o dejó de lado ㅡsugirió el hombre mayorㅡ. No está acostumbrado a luchar, no como tú.

    Tae se quedó en silencio, a pesar de que la tentación de hablar le arrastraba como una correntada traicionera.

    ㅡSé que tu primer instinto es la honestidad ㅡdijo el Regenteㅡ. No serás penalizado por ella.

    ㅡYo… ㅡ dijo Tae.

    Hubo un movimiento en la puerta. Tae desvió la mirada, casi con un sobresalto culpable.

    ㅡTío ㅡdijo JiMin.

    ㅡJiMin ㅡdijo el Regente.

    ㅡ¿Tenéis algún asunto con mi esclavo?

    ㅡNingún asunto ㅡexplicó el Regenteㅡ. Curiosidad.

    JiMin se adelantó con la misma deliberación y desapego que un gato. Era imposible saber cuánto había oído.

    ㅡÉl no es mi amante ㅡdijo JiMin.

    ㅡNo tengo curiosidad acerca de lo que haces en la cama ㅡdijo el Regenteㅡ. Tengo curiosidad por saber lo que ocurrió en tu habitación la noche anterior.

    ㅡ¿No habíamos establecido eso?

    ㅡ“Medio” establecido. Nunca oímos la versión del esclavo.

    ㅡSeguramente ㅡdijo JiMinㅡ, no valorareis más la palabra de un esclavo sobre la mía.

    ㅡ¿No? ㅡpreguntó el Regenteㅡ Incluso tu tono de sorpresa es fingido. Tu hermano era de fiar. Tu palabra es un jirón deslucido. Pero puedes estar tranquilo. La versión del esclavo coincide con la tuya, hasta cierto punto.

    ㅡ¿Crees que hubo una conspiración más profunda aquí? ㅡdijo JiMin.

    Se miraron el uno al otro. El Regente habló. 

    ㅡSolo espero que vuestro tiempo en la frontera os mejore y os oriente. Espero que aprendáis lo que se necesita para liderar a los demás hombres. No sé qué más puedo enseñaros.

    ㅡSeguís ofreciéndome todas las oportunidades para mejorar ㅡdijo JiMin ㅡ. Enseñadme cómo daros las gracias.

    Tae esperaba que el Regente respondiera, pero se quedó en silencio, los ojos sobre su sobrino.

    JiMin continuó:

    ㅡ¿Vendréis a verme el día de mañana, tío? 

    ㅡJiMin. Sabes que lo haréㅡdijo el Regente.





    ㅡ¿Y bien? ㅡapuró JiMin una vez que su tío se fue. La mirada azul estaba fija sobre él. ㅡSi me pides que rescate un gatito de un árbol voy a rehusarme.

    ㅡNo tengo ninguna petición. Solo quería hablar con Vos.

    ㅡ¿Una cariñosa despedida?

    ㅡSé lo que pasó anoche ㅡdijo Tae.

    ㅡ¿Lo sabes?

    Era el tono que utilizaba con su tío. El daeg tomó aliento.

    ㅡVos también. Habéis matado al superviviente antes de que pudiera ser interrogado ㅡdijo Tae.

    JiMin se acercó a la ventana y se sentó, acomodándose en el alféizar. Su postura era la de una amazona. Los dedos de una de sus manos se deslizaron  distraídamente en la adornada rejilla que cubría la ventana. Lo último de la luz del sol diurna caía sobre su cabello y rostro como monedas relucientes, moldeadas por las aberturas recamadas. Miró a Tae.

    ㅡSí ㅡdijo JiMin.

    ㅡLo habéis matado porque no queríais que lo interrogaran. Sabíais lo que iba a decir. No queríais que lo dijera.

    Después de un  momento.

    ㅡSí.

     ㅡAsumí que diríais que fue enviado por BaekHyun.   

    El chivo expiatorio era daeg y las armas también: cada detalle había sido cuidadosamente dispuesto para desviar la culpa hacia el Sur. Para que resultara verosímil, a los asesinos también se les había dicho que eran agentes de Daegu. 

    ㅡMejor para BaekHyun tener al tío “amigo” en el trono que al sobrino Príncipe que odia Daegu ㅡdijo JiMin. 

    ㅡExcepto que BaekHyun no puede afrontar una guerra ahora, no con la disidencia entre los señores. Si os quisiera muerto, lo haría en secreto. Nunca enviaría asesinos así: crudamente armados con armas daegs, anunciando su procedencia. BaekHyun no contrató a esos hombres.

    ㅡNoㅡ convino JiMin.

    Lo sabía, pero escucharlo era otra cosa, y la confirmación le envió un golpe bajo. En el calor de la tarde, se sintió frío. 

    ㅡEntonces... la guerra era el objetivo ㅡconcluyó ㅡ. Una confesión como esa, si vuestro tío la oyera, no tendría más remedio que tomar represalias. Si os hubieran encontrado… ㅡ«Violado por un esclavo daeg. Asesinado por cuchillos daegs.» ㅡAlguien está tratando de provocar una guerra entre Daegu y Busan.

    ㅡHay que admirarlo ㅡdijo JiMin con voz impersonalㅡ. Es el momento perfecto para atacar Daegu. BaekHyun se ocupa de los problemas con las facciones de los señores. TaeHyung, que cambió el curso de Myeon, está muerto. Y el conjunto de Busan se levantaría contra un bastardo, especialmente uno que habría ultimado a un príncipe busanian. Si mi muerte no fuera el catalizador, es un esquema que apoyaría de todo corazón.

    Tae lo miró fijamente, su estómago agitándose con disgusto ante las despreocupadas palabras. Las ignoró; ignoró el último tono meloso de lamento.

    Porque JiMin tenía razón: era el momento perfecto. Si se enfrentaba una Busan galvanizada contra un fracturado y trastornado Daegu,  su país caería. Peor aún, eran las provincias del Norte las que eran inestables; Dalsea, Silla; las mismas provincias que se extendían vecinas a la frontera busanian. Daegu era una poderosa fuerza militar cuando los señores se unían bajo un solo rey, pero si ese vínculo se disolviera, no sería más que una colección de ciudades-Estado con ejércitos provinciales, ninguno de los cuales podría enfrentar un ataque busanian.

    En su imaginación vio el futuro: la larga hilera de tropas busanians marchando hacia el Sur, las provincias de Daegu cayendo una a una. Vio a los soldados de Busan corriendo a través del palacio de Ios, voces busanians resonando en la sala de su padre.

    Miró a JiMin.

    ㅡVuestro bienestar depende de ese complot. Aunque solo sea por vuestro propio bien, ¿no queréis detenerlo?

    ㅡHa sido detenido ㅡdijo JiMin. La severa mirada azul descansaba sobre él.

    ㅡMe refiero ㅡcontinuó Taeㅡ, ¿no podéis dejar de lado cualquier disputa familiar que tengáis y hablar honestamente con vuestro tío?

    Sintió la sorpresa de JiMin transmitiéndose a través del aire. En el exterior, la luz comenzaba a tornarse anaranjada. El bello rostro no cambió.

    ㅡNo creo que sea sabio ㅡdijo JiMin.

    ㅡ¿Por qué no?

    ㅡPorque ㅡdijo JiMinㅡ, mi tío es el asesino. 



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    CAPÍTULO ONCE   









    Conocía solo una forma segura de salir: a través del patio de la arena de entrenamiento del primer piso. 

    Se obligó a caminar con calma como si tuviera una misión, como si fuese un sirviente enviado a hacer un recado para su amo. Su cabeza estaba llena de gargantas degolladas, de la lucha pasada y de cuchillos. Reprimió todo aquello y en su lugar se concentró solo en caminar a través del palacio. En principio, el corredor estaba vacío.

    Pasar delante de su propia habitación fue extraño. Desde el primer momento le había sorprendido el haber sido trasladado allí, tan cerca  de la recámara de JiMin, dentro de sus propios apartamentos. La puerta seguía ligeramente entreabierta, como la habían dejado los tres soldados que ahora yacían muertos. Le pareció… vacío e incorrecto. Como obedeciendo a algún instinto, tal vez al impulso de ocultar los rastros de su propia fuga, Tae se detuvo para cerrarla. Cuando se volvió, alguien estaba observándolo.

    HyeonU estaba de pie en medio del pasillo, interrumpido en seco en su camino hacia la habitación de JiMin.

    En alguna parte de su cerebro, la urgencia por echarse a reír surgió al mismo tiempo que un tenso y ridículo pánico se adueñaba de él. Si

    HyeonU lo alcanzaba, si daba el grito de alarma…

    Tae se había preparado para combatir con hombres, no con pequeños muchachos que cubrían su camisa de dormir con sedosas y espumosas túnicas.

    ㅡ¿Qué estás haciendo aquí? ㅡdemandó Tae, viendo que uno de ellos iba a preguntarlo.

    ㅡEstaba durmiendo. Alguien vino y nos despertó. Le dijeron al Regente que se había producido un ataque ㅡrelató.

    «Nos», pensó Tae, asqueado.

    El muchacho dio un paso adelante. El estómago del daeg se contrajo; se movió en el pasillo, bloqueando el camino de HyeonU. Se sintió absurdo. Informó: 

    ㅡEl Príncipe ordenó a todos que salieran de sus apartamentos. Yo no intentaría verlo.

    ㅡ¿Por qué no? ㅡcuestionó el niño mientras observaba más allá de Tae, hacia la habitación de JiMin ㅡ¿Qué pasó? ¿Está todo bien?

    El daeg pensó en el argumento más disuasorio que pudiera haber. 

    ㅡEstá de mal humor ㅡconcluyó en pocas palabras. Por lo menos, era exacto.

    ㅡOh ㅡdijo. Y a continuaciónㅡ, no me importa. Solo quería... ㅡ Pero luego se sumió en un silencio extraño, mientras simplemente miraba a Tae, sin tratar de pasar más allá. ¿Qué estaba haciendo allí? Cada segundo que pasaba con HyeonU era un segundo en el que JiMin podía salir de sus habitaciones, o que el guardia podía volver. Sintió el tic tac de su vida correr.

    El muchacho alzó la barbilla y anunció: 

    ㅡNo me importa. Voy a volver a la cama. ㅡExcepto que aún estaba allí, de pie, con todos sus rizos castaños y sus ojos azules; y la luz de las esporádicas antorchas se derramaba sobre cada ángulo perfecto de su rostro.

    ㅡ¿Y bien? Vamos ㅡapremió Tae.

    Más silencio. Obviamente, había algo en la mente de HyeonU y no se iría hasta que lo dijera. Finalmente:

    ㅡNo le digas que vine.

    ㅡNo lo haré ㅡprometió Tae con total sinceridad. Una vez fuera del palacio, no tenía intención de volver a ver a JiMin nunca más.

    Otra vez silencio. La tersa frente de HyeonU se arrugó. Finalmente, se dio la vuelta y desapareció por el pasillo.

    Entonces… 

    ㅡTú. ㅡLlegó la orden. ㅡDetente.

    Se detuvo. JiMin había ordenado que sus apartamentos se quedaran vacíos, pero Tae ya había alcanzado el perímetro y se enfrentaba a la Guardia del Regente.

    Habló con toda la calma de la que fue capaz.

     ㅡEl Príncipe me envió a buscar a dos hombres de su propia Guardia para él. Supongo que han sido alertados.

    Tantas cosas podían salir mal. Incluso si no le impedían avanzar, podrían enviar una escolta con él. Una mínima  sospecha era todo lo que se necesitaba.

    El guardia informó: 

    ㅡNuestras órdenes son que nadie entre o salga.

    ㅡPuedes decirle eso al Príncipe ㅡdijo Taeㅡ, después le explicas por qué dejaste pasar a la mascota del Regente.

    Eso obtuvo una pequeña reacción. La invocación al mal humor de JiMin era como una llave mágica que abría las puertas más inhóspitas.

    ㅡSigue con lo tuyo ㅡclaudicó el guardia.

    Tae asintió y se marchó con paso casual, sintiendo sus ojos en la espalda. No pudo relajarse, incluso cuando estuvo fuera de su vista. Estaba continuamente consciente de la actividad palaciega a su alrededor mientras avanzaba. Pasó a dos criados, que lo ignoraron. Rezó para que la sala de entrenamiento estuviera como la recordaba: apartada, sin guardias y vacía.

    Lo estaba. Sintió una oleada de alivio cuando la vio, con sus antiguos accesorios y el serrín esparcido por el suelo. En el centro estaba la cruz, una oscura y sólida mole. Tae sintió aversión de acercarse a ella, su instinto le hizo bordear el recinto en lugar de atravesarlo abiertamente.

    Su propia reacción le desagradó tanto que, deliberadamente, tomó unos preciosos minutos para caminar hacia la cruz y colocar una mano sobre la sólida viga central. Sintió la madera inamovible bajo su mano. Por alguna razón, había esperado ver la cubierta acolchada oscurecida de sudor o de sangre, vestigios de lo que había sucedido, pero no había nada. Levantó la vista hacia el sitio desde donde JiMin se había ubicado y lo había observado.

    No había ninguna razón para añadir aquella droga en particular a la bebida del Heredero si la intención hubiera sido solo la de incapacitar. La violación, por lo tanto, habría precedido al asesinato. Tae no tenía idea de si él había sido concebido como un participante o solo como un mero observador. Ambas ideas le asqueaban. Su propia muerte como el supuesto agresor, probablemente hubiera sido incluso más lenta que la de  JiMin, una larga y persistente ejecución pública ante las multitudes.

    Drogas y un trío de atacantes. Un chivo expiatorio, acarreado para el sacrificio. Un sirviente corriendo a informar a la Guardia del Regente en el momento justo. Era un plan perfecto, llevado a cabo deficientemente por la incapacidad de predecir la reacción de Tae. Y por subestimar la voluntad inquebrantable de JiMin para resistir la droga.

    Y por ser demasiado “complejo”; ese era un frecuente error de la mente busanian.

    Se dijo que al aprieto actual en que se encontraba JiMin no era tan terrible. En una Corte de este tipo, el Príncipe podría simplemente convocar a una mascota que le ayudara a aliviar sus dificultades. Era por pura terquedad si no lo hacía.

    No tenía tiempo para aquello.

    Se alejó de la cruz. Al margen de la zona de entrenamiento, cerca de uno de los bancos, había unas cuantas piezas disparejas de armadura y algunas ropas viejas desechadas. Se alegró de que aún estuvieran allí tal como recordaba, porque fuera del palacio no pasaría desapercibido con la  exigua vestimenta de un esclavo. Gracias a su “instrucción” en los baños, estaba familiarizado con la tonta particularidad de la ropa busanian, por lo que pudo vestirse rápidamente. Los pantalones eran muy viejos, y la tela color beige estaba raída en algunos lugares, pero le entraban. Los lazos eran dos tiras largas y delgadas de cuero suavizado. Miró hacia abajo, mientras las apretaba y ataba a toda prisa, ambos sirvieron tanto para cerrar la abertura en “V” como para crear una cruz externa de ornamentación.

    La camisa no le ajustaba. Pero debido a que estaba más deteriorada, incluso, que los pantalones; con la costura del hombro abierta; era fácil arrancar rápidamente las mangas, luego rasgar una parte en el cuello, hasta darle forma. Por lo demás, era lo suficientemente floja y cubriría las cicatrices delatoras de su espalda. Descartó sus ropas de esclavo, ocultándolas detrás del banco. Las piezas de armadura eran todas inútiles. Consistían en un casco, una coraza oxidada, una sola hombrera y algunas correas y hebillas. Un avambrazo de cuero habría ayudado a ocultar sus puños de oro. Era una pena que no hubiera ninguno. Era una pena que no hubiera armas.

    No podía permitirse el lujo de buscar armamentos: demasiado tiempo había pasado ya. Se dirigió hacia el tejado.





    El palacio no hacía las cosas fáciles para él.

    No había una ruta amigable hacia la parte superior que lo guiara a un descenso indoloro desde el primer piso. El patio estaba rodeado de edificios altos que debían ser escalados.

    Aun así, tuvo la suerte de que no era el palacio de Ios, o algún otro bastión daeg. Ios era una fortificación, construida sobre acantilados, diseñada para ahuyentar a los intrusos. No había camino hacia abajo sin vigilancia, excepto una pared vertical de blanca y suave piedra.

    El palacio busanian, cargado de adornos, era defensivo solo en apariencia. Los parapetos eran inútiles chapiteles decorativos curvos. Las cúpulas resbaladizas que lo bordeaban serían una pesadilla en un ataque, ya que ocultaban una parte del tejado de la otra. En una ocasión, Tae utilizó un matacán para asirse, pero este no parecía tener ninguna otra función más que la de adornar. Aquel era un lugar de residencia, no una fortaleza o un castillo construido para resistir a un ejército. Busan había tenido  su parte en guerras, sus fronteras se trazaron y se volvieron a trazar, pero durante doscientos años ningún ejército extranjero había llegado hasta la capital. El antiguo bastión de Chastillon fue sustituido; la Corte se mudó al Norte, a aquella nueva guarida de lujo.

    Al primer rumor de voces, se aplastó contra un parapeto y pensó « solo son dos», juzgando por el sonido de sus pies y la entonación. “Solamente dos” significaba que aún podría tener éxito, si pudiera hacerlo en silencio, si no sonaba una alarma. Su pulso se aceleró. Sus expresiones parecían casuales, como si estuvieran allí por algún tipo de rutina y no como parte de un grupo de búsqueda a la caza de un prisionero perdido.

    Tae esperó, en tensión, hasta que las voces se volvieron distantes.

    La luna estaba alta. A la derecha, el río Sena le orientó: «Oeste». La ciudad era una serie de formas oscuras con bordes iluminados por la luz de la luna, tejados inclinados y fachadas, balcones y canalones, todos tocándose entre sí en un revoltijo caótico de sombras. Detrás de aquel, la lejana oscuridad de lo que tendría que ser los grandes bosques del Norte. Y hacia el Sur... hacia el Sur, más allá de las formas tenebrosas de la ciudad, pasando las colinas levemente boscosas y las ricas provincias centrales de Busan, estaba la frontera, salpicada con verdaderos castillos:

    Revenel, Fortela, Myeon... y allende Dalseo, el hogar.

    «HOGAR».

    «Hogar», aunque el Daegu que había dejado tras de sí no era el Daegu al que volvería. El reinado de su padre había terminado y era BaekHyun quien ahora dormía en los aposentos del rey, con ChaeYoung a su lado, si es que aún no había comenzado la reclusión debido a su estado. ChaeYoung; su cintura engrosándose con el hijo de BaekHyun.

    Tomó aire. Su suerte se mantuvo. No se emitía ningún sonido de alarma desde el palacio; ningún equipo de búsqueda en el tejado o en las calles. Su fuga no había sido advertida. Y había un camino debajo, si se animaba a descender.   

    Se sentiría bien probar su físico, enfrentarse a un reto difícil. Cuando llegó por primera vez a Busan, estaba en las mejores condiciones, y en estar preparado para la lucha fue algo en lo que trabajó durante las largas horas de encierro en las que había poco más para hacer. Sin embargo, las semanas de lenta recuperación de los latigazos habían hecho mella. Enfrentarse con dos hombres de formación mediocre era una cosa, escalar una pared era algo completamente distinto, una hazaña de resistencia que dependería totalmente de la fuerza de sus miembros superiores y de los músculos de la espalda.

    La espalda era su debilidad, recién sanada y sin probar. No estaba seguro de cuánto esfuerzo continuado podría soportar antes de que los músculos dejaran de funcionar. Solo había una forma de averiguarlo.

    La noche proporcionaría una cubierta para el descenso, pero después de eso… la noche no era un buen momento para moverse a través de las calles de una ciudad. Tal vez había toque de queda, o quizás simplemente era la costumbre de allí, pero las calles de Geumjeong parecían vacías y silenciosas. Un hombre, arrastrándose sigiloso por ellas, se destacaría. Por el contrario, la luz sombría del amanecer, junto al consiguiente alboroto de las ocupaciones matinales, sería el momento perfecto para encontrar su salida de la ciudad. Tal vez, pudiera moverse incluso antes. Una hora antes del alba ya comenzaba la actividad en cualquier ciudad.

    Pero tenía que bajar primero. Después de eso, un rincón oscuro de la ciudad… un callejón o (si su espalda lo permitía) una azotea, serían lugares ideales para esperar la llegada del bullicio matinal. Estaba agradecido de que los hombres del tejado del palacio se hubieran ido, y de que las patrullas no hubieran salido.




    Las patrullas estaban fuera.

    La Guardia del Regente salió del palacio montando y llevando antorchas pocos minutos después de que los pies de Tae tocaran el suelo por primera vez. Dos docenas de hombres a caballo divididos en dos grupos: la cantidad exacta para despertar a un pueblo. Los cascos golpeaban los adoquines, las lámparas se encendieron, las persianas se abrieron de golpe. Se podían escuchar quejosos gritos. Rostros aparecieron en las ventanas hasta que, refunfuñando adormilados, desaparecieron de nuevo.

    Tae se preguntó si por fin habían dado la voz de alarma. ¿HyeonU había sumado dos y dos? ¿Había JiMin, saliendo de su drogado estupor, decidido que quería a su mascota de regreso? ¿Había sido la Guardia del Regente?

    No importaba. Las patrullas estaban fuera, pero eran ruidosas y fáciles de evitar. No pasó mucho tiempo antes de que estuviera acomodado perfectamente sobre una azotea, escondido entre las baldosas inclinadas y la chimenea.

    Miró al cielo y pensó que faltaba otra hora, tal vez.



    La hora pasó. Una de las patrullas estaba fuera de la vista y del oído; la otra estaba a pocas calles de distancia, pero en retirada.

    El alba empezó a amenazar tras bastidores; el cielo ya no era perfectamente negro. Tae no podía quedarse donde estaba, agazapado como una gárgola, esperando, mientras la luz lo iba exponiendo lentamente como un telón que se levanta para revelar una escena inesperada. A su alrededor, la ciudad estaba despertando. Ya era hora de bajar.

    El callejón estaba más oscuro que la azotea. Pudo distinguir varias puertas de diferentes formas, viejos maderos, molduras de piedra derruidas. Aparte de eso, solo se veía un callejón sin salida, lleno de desperdicios. Prefirió salir de él.

    Una de las puertas estaba abierta. Percibió un vaho de perfume y cerveza añeja. Había una mujer en el umbral. Tenía pelo castaño rizado y un hermoso rostro, por lo que se distinguía en la oscuridad, y un amplio pecho parcialmente expuesto.

    Tae parpadeó. Detrás de ella, se veía la forma oscura de un hombre, y más allá de la cálida luz de las lámparas recubiertas de rojo, había una atmósfera característica y tenues sonidos que eran inconfundibles.

    Un burdel. Ningún indicio de él en el exterior, ni siquiera luces procedentes de las ventanas cerradas; sin embargo, si hacerlo entre hombres y mujeres no casadas era un tabú social, era comprensible que un burdel fuera discreto, escondido de la vista.

    El hombre no parecía tener vergüenza de lo que había estado haciendo, se movía con el pesado lenguaje corporal de quien fue recientemente saciado, mientras subía sus pantalones. Cuando vio a Tae, se detuvo y le lanzó una mirada de impersonal territorialismo. Entonces se detuvo de verdad, y su mirada cambió.

    Y la suerte de Tae, que lo había acompañado hasta ese momento, lo abandonó con rapidez.

    Seong dijo: 

    ㅡDéjame adivinar, jodí a uno de los tuyos, por lo que has venido aquí a joder a una de las mías.

    El lejano retumbar de los cascos sobre los adoquines fue seguido por el alboroto de las voces procedentes de la misma dirección y los gritos que despertaban quejas en el pueblo  una hora antes de lo previsto.

     ㅡO ㅡprosiguió con la voz lenta de quien, a pesar de todo,  llega a una conclusión finalㅡ, eres tú el motivo de que la Guardia esté fuera.

    Tae evitó la primera acometida, y la segunda. Mantuvo una distancia entre sus cuerpos, recordando el agarre de oso de Seong. La noche se estaba convirtiendo en una carrera de obstáculos con retos extravagantes. Detener un asesinato. Escalar una pared. Luchar con Seong. ¿Qué más?

    La mujer, con su impresionante medio desnuda capacidad pulmonar, abrió la boca y gritó.

    Después de eso, las cosas se sucedieron muy rápidamente.

    A tres calles de distancia, el alboroto y el retumbar de los cascos de la patrulla más cercana  se dirigieron hacia el grito a toda velocidad. Por lo tanto, su única oportunidad era que pasaran por alto la estrecha abertura del callejón. La mujer se dio cuenta de esto también, y gritó otra vez, metiéndose luego en el interior. La puerta del burdel se cerró, con estrépito y cerrojo.

    El callejón era estrecho, y no entraban cómodamente tres caballos de frente, pero con dos fue suficiente. Además de caballos y antorchas, los soldados tenían ballestas. No podía oponer resistencia, a menos que quisiera suicidarse.

    Junto a él, Seong lo miraba con aire satisfecho. Tal vez no se había dado cuenta de que si el guardia disparaba contra Tae, él sería un daño colateral.

    En algún lugar detrás de los dos caballos, un hombre se apeó y se acercó. Era el mismo soldado que había estado a cargo de la Guardia del Regente en los apartamentos de JiMin. Más  jactancia. Por la expresión de su rostro, probar que había tenido razón sobre Tae lo tenía muy complacido.

    ㅡDe rodillas ㅡdijo el soldado a cargo.

    ¿Iban a matarlo allí? Si fuera así, lucharía; aunque supiera cómo terminaría la pelea contra aquella cantidad de hombres con ballestas. Detrás del oficial al mando, la boca del callejón se erizó como un pino con flechas de ballestas. Ya sea que lo planearan o no, sin duda lo matarían allí sin necesidad de una excusa razonable.

    Tae se puso, poco a poco, de rodillas.

    Era el amanecer. El aire tenía eso aún, la calidad traslúcida que venía con la salida del sol, incluso en un pueblo. Miró a su alrededor. No era un callejón muy agradable. Los caballos no le gustaron, más fastidiosos que las personas que vivían allí. Soltó una exhalación.

    ㅡQuedas detenido por alta traición ㅡrecitó el soldadoㅡ. Por tu parte en el complot para asesinar al Príncipe Heredero. Tu vida no vale nada para la Corona. El Consejo ha hablado.

    Había aprovechado su oportunidad, y le había conducido hasta allí. No sintió miedo, sino una dura y angustiosa sensación en sus costillas por la libertad que había estado tan cerca de conseguir y que le fue arrebatada de sus manos. Lo que más le irritó fue que JiMin había tenido razón.

    ㅡÁtale las manos ㅡdijo el oficial a cargo, arrojando un trozo de cuerda delgada a Seong. Luego se movió a un lado, dejando la espada en el cuello de Tae, dando a los hombres un ángulo perfecto de tiro con las ballestas.

    ㅡMuévete y mueres ㅡadvirtió. Lo que era un resumen apropiado.

    Seong cogió la cuerda. Si Tae iba a pelear, tendría que hacerlo en ese momento, antes de que sus manos estuviesen atadas. Sabía que, aunque su mente de guerrero entrenado no encontrara una táctica para enfrentar la línea abierta de ballestas y a los doce hombres a caballo, podría hacer algo más que un alboroto y una abolladura. Tal vez, algunas abolladuras.

    ㅡEl castigo por la traición es la muerte ㅡinformó el guardia. 

    Justo antes de que su espada se alzara, antes de que Tae se moviera, antes de que el último acto desesperado se desarrollara en el sucio callejón, hubo otra explosión de cascos, y el daeg tuvo que obligarse a resoplar una incrédula risa al recordar a la otra mitad de la patrulla. Llegar en ese momento, un innecesario detalle decorativo. En realidad, ni siquiera BaekHyun había enviado tantos hombres en su contra.

    ㅡ¡Espera! ㅡgritó una voz.

    Y, a la luz del amanecer, vio que los hombres que detenían sus caballos no llevaban las capas rojas de la Guardia del Regente, sino azul y oro.

    ㅡEs el cachorro de la perra ㅡdijo el oficial a cargo, con un desprecio total.

    Tres hombres de la Guardia del Príncipe forzaron sus caballos más allá del bloqueo improvisado, hacia el reducido espacio del callejón. Tae incluso reconoció a dos de ellos: HoSeok, al frente en un bayo castrado, y detrás de él, la figura más grande de WooBin.

    ㅡTienes algo nuestro ㅡinformó HoSeok.

    ㅡ¿El traidor? ㅡpreguntó el otroㅡ. No tienes ningún derecho aquí.

    Vete ahora y os dejaré marcharos pacíficamente.

    ㅡNo somos del tipo pacífico ㅡdijo HoSeok. Su espada desenvainadaㅡ. No nos iremos sin el esclavo.

    ㅡ¿Desafías las órdenes del Consejo? ㅡpreguntó el de la Guardia del Regente.

    El oficial estaba en la poco envidiable posición de enfrentar a tres jinetes de a pie. Era un callejón pequeño. Y HoSeok tenía su espada desenvainada. Detrás de él, rojos y azules eran aproximadamente iguales en número. Pero él no pareció inmutarse.

    Continuó: 

    ㅡDesafiar a la Guardia del Regente es un acto de traición a la patria.

    En respuesta, con desdén casual, WooBin sacó su espada.

    Instantáneamente, el metal brilló a lo largo de las filas detrás de él. Las ballestas se erizaron en ambos lados. Nadie respiró.

    HoSeok habló.

     ㅡEl Príncipe está antes que el Consejo. Sus órdenes son de hace una hora. Mata al esclavo y tú serás el siguiente en perder la cabeza.

    ㅡEso es mentira ㅡdijo el soldado de capa roja.

    HoSeok sacó algo de entre los pliegues de su uniforme y lo balanceó. Era el medallón de un consejero. Este giró colgando de la cadena a la luz de las antorchas; el oro brillaba como una estrella. En el silencio, HoSeok presumió: 

    ㅡ¿Quieres apostar?




    ㅡDebes de haberle dado la follada de su vida ㅡdijo WooBin justo antes de empujar a Tae a la sala de audiencias, donde JiMin estaba solo frente al Regente y al Consejo.

    Era la misma representación de la última vez; el Regente entronizado y el Consejo vestido de gala, formidablemente dispuesto junto a él; excepto que no había cortesanos que abarrotaran la sala, solo estaba JiMin; solo, frente a ellos. Tae inmediatamente buscó a cual de los consejeros le faltaba su medallón. Era a Shin.

    Otro empujón. Las rodillas de Tae golpearon la alfombra, que era roja, como las capas de la Guardia del Regente. Cayó sobre la tapicería, cerca de donde un jabalí era arponeado debajo de un árbol cargado de granadas.

    Miró hacia arriba.

    ㅡMi sobrino ha abogado por ti muy convincentemente ㅡinformó el Regente. Y continuó, curiosamente haciéndose eco de las palabras de WooBin ㅡ. Debes tener un encanto oculto. Tal vez sea tu físico lo que encuentra tan atractivo. ¿O tienes otros talentos?

    La fría y calmada voz de JiMin:

     ㅡ¿Insinuáis que tomo al esclavo en mi cama? ¡Qué repugnante sugerencia! Es un soldado bárbaro del ejército de BaekHyun. 

    JiMin había asumido, una vez más, su intolerable serenidad, y se había vestido para una audiencia formal. No tenía, como la última vez que lo había visto, los ojos lánguidos y soñolientos, y la cabeza echada hacia atrás contra la pared. El puñado de horas que habían pasado desde su fuga había sido suficiente para que la droga desapareciera de su sistema. Quizás. Aunque, por supuesto, no tenía forma de saber cuánto tiempo JiMin había estado en aquella sala, discutiendo con el Consejo.

    ㅡ¿Solo un soldado? Y, sin embargo, habéis descrito la extraña circunstancia en la que tres hombres irrumpieron en vuestras habitaciones con el fin de atacarle ㅡdijo el Regente. Observó brevemente a Taeㅡ. Si él no yace con vos, ¿qué estaba haciendo en vuestro espacio privado tan tarde en la noche?

    La temperatura, ya bastante fría, se redujo drásticamente. 

    ㅡYo no me acuesto con el empalagoso sudor de los hombres de Daegu ㅡ replicó el Príncipe.

    ㅡJiMin, si por alguna razón estás ocultando que un ataque daeg se ha producido contra ti, debemos saber de él. La cuestión es seria.

    ㅡY así fue mi respuesta. No sé cómo este interrogatorio se encaminó hasta mi cama. ¿Puedo preguntar hacia dónde debo esperar que se dirija ahora?

    Los pesados pliegues de un manto suntuoso envolvían el trono en el que el Regente se sentaba. Con el nudillo de un dedo, acarició la línea de su mandíbula barbuda. Miró de nuevo a Tae, antes de retornar la atención a su sobrino.

    ㅡNo seríais el primer joven en encontraros a merced de un nuevo enamoramiento. La inexperiencia a menudo confunde la cama con el amor. El esclavo podría haberos convencido de que nos mintierais, después de haberse aprovechado de vuestra inocencia.

    ㅡAprovecharse de mi inocencia ㅡrepitió JiMin.

    ㅡTodos hemos visto que lo favorecéis. Sentado a vuestro lado en la mesa. Alimentado por vuestra propia mano. De hecho, apenas os han visto sin él en los últimos días.

    ㅡAyer lo torturaba. Hoy caigo desmayado en sus brazos. Preferiría que los cargos en mi contra fueran consistentes. Elegid uno.

    ㅡYo no necesito elegir uno, sobrino, tenéis una amplia gama de vicios, y la incoherencia es el mayor de todos.

    ㅡSí, por lo visto he follado con mi enemigo, he conspirado contra mis intereses  futuros y he confabulado para mi propio asesinato. No puedo esperar a ver qué hazañas realizaré a continuación.

    Solo con mirar a los consejeros se podía ver que aquella entrevista ya había durado demasiado tiempo. Todos los hombres mayores, sacados de sus camas, estaban mostrando síntomas de cansancio.

    ㅡY, sin embargo, el esclavo huyó ㅡconcluyó el Regente. 

    ㅡ¿Volvemos a eso? ㅡdijo JiMinㅡ. No hubo asalto contra mí. Si hubiera sido atacado por cuatro hombres armados, ¿de verdad creéis que habría sobrevivido matando a tres? El esclavo huyó sin ninguna otra razón más siniestra que su indisciplina y rebeldía. Creo haberos mencionado,  a todos vosotros, su carácter arisco antes. En ese entonces también escogisteis no creerme.

    ㅡNo es cuestión de creer. Vuestra defensa del esclavo me preocupa. No es propia de Vos. Eso habla de un apego inusual. Si os ha manipulado para que simpaticéis con otras fuerzas que no sean las de vuestra propia Nación…

    ㅡ“¿Simpatizar con Daegu?”

    La fría repugnancia con la que JiMin expresó esas palabras fue más convincente que cualquier caluroso estallido de indignación. Uno o dos consejeros se removieron en su lugar.

    Shin dijo, torpemente: 

    ㅡNo creo que pudiera ser acusado de eso, no cuando su padre…  y su hermano…

    ㅡNadie ㅡafirmó JiMinㅡ tiene más razones para oponerse a Daegu que yo. Si el esclavo regalado por BaekHyun me hubiera atacado, podría declarar la guerra. Rebosaría de alegría. Estoy aquí por una única razón: la verdad. Ya la habéis oído. No voy a argumentar más. El esclavo es inocente o es culpable. Decidid.

    ㅡAntes de decidir ㅡdijo el Regenteㅡ responderéis lo siguiente: si vuestra oposición a Daegu es genuina, como sostenéis, si no hay alguna connivencia, ¿por qué continuamente os negáis a cumplir vuestra obligación en la frontera de Doryou? Creo que, si fuerais tan leal como decís, tomaríais vuestra espada, reuniríais lo poco que queda de vuestro honor y cumpliríais con vuestro deber.

    ㅡYo… ㅡ dijo JiMin.

    El Regente se apoyó en el trono, extendió las palmas de las manos hacia abajo sobre la oscura madera tallada de los reposabrazos curvados, y esperó.

    ㅡYo…  no veo por qué eso debería ser… 

    Fue BonHwa quien interrumpió.

     ㅡ“Es” una contradicción.

    ㅡPero una que se resuelve fácilmente ㅡañadió GeounSoo. Detrás de él, hubo uno o dos murmullos de aprobación.  El consejero Shin asintió lentamente.

    JiMin paseó la mirada por todos los miembros del Consejo.

    Cualquiera que valorara la situación en ese momento habría visto cuán precaria era. Los consejeros estaban hastiados de aquella discusión, y dispuestos a aceptar cualquier solución que el Regente ofreciera, por más ladina que pudiera parecer.

    JiMin sólo tenía dos opciones: Ganarse su censura al continuar una inoportuna disputa empantanada de acusaciones y fracasar, o acceder a cumplir con el deber y conseguir lo que quería.

    Más que eso, era demasiado tarde, y siendo la naturaleza humana cómo es, si JiMin no aceptaba el ofrecimiento actual de su tío, los consejeros podrían encontrarle la vuelta y simplemente volver a sacar esto más adelante. Y encima, ya con la lealtad del Príncipe puesta en duda.

    JiMin dijo: ㅡTenéis razón, tío. Evitar mis responsabilidades os ha llevado comprensiblemente a dudar de mi palabra. Viajaré a Doryou y cumpliré con mi deber en la frontera. Me desagrada pensar que hay dudas acerca de mi lealtad.

    El Regente extendió las manos en gesto complacido.

    ㅡCreo que esa respuesta satisface a todos ㅡconcluyó. Recibió el beneplácito del Consejo, cinco confirmaciones verbales dadas una tras otra, después de las cuales miró a Tae y dijo: ㅡCreo que podemos absolver al esclavo, sin más cuestionamientos sobre lealtades. 

    ㅡMe someto humildemente a vuestro juicio, tío ㅡdijo JiMinㅡ, y al juicio del Consejo.

    ㅡLiberad al esclavo ㅡordenó el Regente.

    Tae sintió unas manos sobre sus muñecas, desatando la cuerda. Fue WooBin, que había estado de pie detrás de él todo el tiempo. Los movimientos fueron cortas sacudidas.

    ㅡListo. Está hecho. Venid ㅡdijo el Regente a JiMin, extendiendo su mano derecha. En el dedo más pequeño tenía el anillo oficial, de oro, coronado con una piedra roja: rubí o granate.

    JiMin se adelantó y se postró ante él con gracia, con una sola rodilla en el suelo.

    ㅡBesadlo ㅡordenó el Regente, y el Príncipe bajó la cabeza en obediencia para besar el anillo del sello de su tío.

    Su lenguaje corporal era tranquilo y  la caída del dorado cabello ocultó su expresión. Sus labios tocaron el rojo núcleo duro de la gema sin prisa, a continuación, se separó de él. No se levantó. El Regente bajó la mirada hacia él.

    Después de un momento, Tae vio la mano del Regente alzarse de nuevo para descansar sobre el cabello de JiMin y acariciarlo con lento afecto familiar. El joven permaneció inmóvil, con la cabeza inclinada, hasta que las hebras de fino oro fueron apartadas de su rostro por los fuertes dedos enjoyados del Regente.

    ㅡJiMin, ¿por qué siempre tienes que desafiarme? Odio cuando estamos en desacuerdo. Sin embargo, me obligas a castigarte. Pareces decidido a destruir todo a tu paso. Bendecido con regalos, los desperdicias. Dadas las oportunidades, las pierdes. Odio ver que hayas crecido así ㅡdijo el Regenteㅡ cuando eras un niño tan encantador. 



     
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    CAPÍTULO DIEZ   








    Tae había sobrevivido a las convocatorias de JiMin antes. No tenía ninguna razón para la tensión que se instaló en sus hombros y la ansiedad en su estómago, enroscada y caliente.

    Su viaje se hizo en total privacidad, dando la falsa apariencia de una cita secreta. Excepto que, sea lo que sea que pareciera y a pesar de lo que le hubieran informado, se sentía como un error. Si pensaba demasiado en ello, la inquietud lo invadía: JiMin no era de la clase que pasaba de contrabando hombres a sus habitaciones para gratificaciones de medianoche.

    No era de lo que trataba todo esto.

    No tenía sentido, pero con JiMin era imposible adivinar. Los ojos de Tae recorrieron el pasillo y encontró otra incongruencia. ¿Dónde estaban los guardias que habían estado apostados a lo largo de esos pasillos la última vez que los había recorrido? ¿Se retiraban por la noche? ¿O habían sido retirados por alguna razón? 

    ㅡ¿Utilizó esas palabras… “su cama”? ¿Qué más dijo? ㅡpreguntó y no recibió respuesta.

    El cuchillo en su espalda lo pinchaba hacia adelante. No había otra cosa que hacer más que avanzar por el pasillo. Con cada paso que daba, la tensión apretaba, la inquietud aumentaba. Las ventanas enrejadas a lo largo del pasaje lanzaban cuadrados de luz de luna que ascendían por los rostros de su escolta. No había ningún otro sonido salvo el de sus pasos.

    Había una fina línea de luz bajo la puerta de la habitación de JiMin.

    Solo había un guardia en la puerta; un hombre de cabello oscuro llevando la librea del Príncipe y en la cadera, una espada. Asintió con la cabeza a sus dos compañeros y dijo brevemente:

     ㅡÉl está adentro.

    Se detuvieron ante la puerta el tiempo suficiente para abrir las correas y liberar completamente a Tae. La cadena cayó formando una espiral pesada y simplemente se dejó abandonada en el suelo. Quizás fue en ese momento en el que lo supo.

    Empujaron las puertas para abrirlas.

    JiMin estaba en el sofá reclinable, con los pies metidos debajo de él en una postura relajada, juvenil. Un libro con páginas ornamentadas estaba abierto delante de él. Una copa descansaba en la pequeña mesa junto a su figura. En algún momento de la noche, un sirviente debió  haber soportado la media hora necesaria para desatar sus austeros vestidos puesto que solo llevaba pantalones y una camisa blanca de un material tan fino que no requería bordado para declamar su coste. La habitación estaba iluminada por la lámpara. Su cuerpo se traslucía en una serie de elegantes líneas bajo los suaves pliegues de la camisa. Los ojos de Tae se alzaron hacia la pálida columna de su garganta, y más allá, al cabello de oro que se distribuía alrededor del lóbulo de una oreja sin joyas. Parecía una figura damasquinada, como de metal repujado. Estaba leyendo.

    Levantó la vista cuando las puertas se abrieron.

    Y parpadeó, como si enfocar sus ojos azules fuera difícil. Tae miró de nuevo la copa y recordó que ya había visto una vez a JiMin con sus sentidos nublados por el alcohol.

    Podría haberse aferrado a la ilusión de que aquella convocatoria fuera real durante unos segundos más; después de todo, un JiMin borracho era, sin duda, capaz de todo tipo de locas demandas e impredecibles comportamientos. Excepto que fue manifiestamente claro, desde el primer momento en que alzó la mirada, que no esperaba compañía. Y que no reconocía a los guardias tampoco.

    JiMin cerró con cuidado el libro.

    Y se puso en pie.

     ㅡ¿No podías dormir? ㅡpreguntó.

    Mientras hablaba, se movió y se detuvo ante el arco abierto del pórtico. Tae no estaba seguro de que una caída directa desde la segunda planta hasta los jardines sin iluminar pudiera ser considerada como una vía de escape. Sin embargo, teniendo en cuenta el desnivel de tres escalones para subir a la altura donde él se encontraba, y la pequeña mesa finamente tallada entre otros objetos decorativos que proporcionaban toda una serie de obstáculos, esa era, tácticamente, la mejor posición de la habitación.

    JiMin sabía de qué se trataba aquello. Tae, que había observado el largo corredor vacío, oscuro, silencioso y sin guardias, lo sabía también. El guardián de la puerta había entrado tras ellos; allí estaban los tres hombres, todos armados.

    ㅡNo creo que el Príncipe se encuentre de humor para asuntos amorosos ㅡsoltó Tae, imperturbable.

    ㅡMe toma un tiempo entrar en calor ㅡdijo JiMin.

    Y entonces estaba ocurriendo. Como si fuera una señal, el sonido de una espada siendo desenvainada a su izquierda.

    Más tarde, él tuvo que preguntarse qué lo hizo reaccionar de esa manera. No sentía aprecio por el príncipe busanian. Si se hubiera tomado tiempo para pensar, seguramente él se habría dicho, con voz endurecida, que la política interna de Busan no era asunto suyo, y que cualquier acto de violencia que cayera sobre JiMin era totalmente merecido.

    Tal vez era una extraña empatía, pues había vivido algo como aquello: la traición, la violencia en el lugar en el que creyó estar a salvo. Tal vez era la manera de revivir esos momentos, de reparar su fracaso, porque no había reaccionado tan rápido como debería en aquel entonces.

    Debió de ser eso. Debió haber sido el eco de aquella noche, el caos y la emoción de lo que había encerrado en sí mismo con candado.

    Los agresores dividieron su interés: dos de ellos se dirigieron hacia

    JiMin mientras que el tercero se mantuvo, cuchillo en mano, vigilando a Tae. Obviamente no esperaba ningún problema. Su control sobre el cuchillo era flojo y casual.

    Después de días, semanas, en las que se pasó esperando una oportunidad, se sentía bien al fin tener una, y tomarla. Sentir el pesado, satisfactorio impacto de carne contra carne en el golpe que entumeció el brazo del otro y le hizo soltar el cuchillo.

    El hombre llevaba librea y no armadura, un desacierto. Todo su cuerpo se curvó alrededor del puño con que Tae desbarató su abdomen, e hizo un sonido gutural que era mitad ahogo, mitad respuesta al dolor.

    El segundo de los tres hombres, jurando, se volvió hacia él, probablemente decidiendo que un solo hombre sería suficiente para despachar al Príncipe y que su diligencia tendría un mejor uso si la aplicaba para someter al inesperadamente problemático bárbaro.

    Desafortunadamente para él, pensó que bastaba con tener una espada. Arremetió velozmente, en lugar de acercarse con cautela. Su espada de doble filo, con gran empuñadura, podía clavarse en el costado de un hombre y continuar su camino hasta cortarlo por la mitad, pero Tae ya estaba en guardia y forcejeando a distancia.

    Hubo un estrépito en el lado opuesto de la habitación, pero Tae solo  fue vagamente consciente de ello, toda su atención estaba en intentar inmovilizar al segundo de sus asaltantes; no tenía pensamientos para malgastar en el tercer soldado y JiMin.

    Uno de sus compañeros jadeó: 

    ㅡEs la perra del Príncipe. Mátalo. ㅡEsa fue  toda la advertencia que Tae necesitó para avanzar. Arremetió con todo su peso contra el espadachín, invirtiendo sus posiciones.

    Y eso significó que el filo alcanzó el esternón no blindado del espadachín.

    El hombre del cuchillo se había alzado y recuperado su arma; era ágil, con una cicatriz que descendía por su mejilla bajo la barba, un superviviente. No era alguien que Tae quisiera a su alrededor con un cuchillo. El daeg no dejó que sacara la hoja de su espantosa vaina, sino que empujó hacia adelante, de modo que el hombre se tambaleara retrocediendo y soltara su agarre. Luego, simplemente alzó su cuerpo tomándolo de la cadera y el hombro, y lo lanzó contra el muro.

    Esto fue suficiente para dejarlo aturdido, sus facciones se aflojaron, incapaz de reunir alguna resistencia instintiva cuando Tae lo retuvo, aferrándolo. 

    Hecho esto, el esclavo daeg examinó el resto, medio esperando ver a JiMin resistiendo, o vencido. Se sorprendió al ver, en cambio, que este estaba vivo e intacto tras haber despachado a su oponente, y que se levantaba desde una posición inclinada sobre el cuerpo inmóvil del tercer hombre, mientras alejaba un cuchillo de sus dedos sin vida.

    Supuso que JiMin había tenido, al menos, el ingenio para aprovechar el familiar entorno.

    Los ojos de Tae quedaron cautivados por el cuchillo.

    Desvió la vista hacia el espadachín muerto. Allí también, un arma. Una cuchilla de punta dentada terminada en una empuñadura con el inquietante diseño característico de Sicyon, una de las provincias del Norte de Daegu. 

    El cuchillo que JiMin sostenía tenía las mismas características. Observó que estaba ensangrentado hasta la empuñadura mientras el Príncipe descendía los escalones poco empinados. Parecía incongruente en su mano, ya que la camisa blanca y fina había sobrevivido a la lucha en perfecto estado y la luz de la lámpara era tan favorecedora para él como lo había sido antes.

    Tae reconoció la fría y apretada expresión de JiMin. No envidiaba al hombre que sufriera el interrogatorio que se avecinaba.

    ㅡ¿Qué queréis que haga con él? 

    ㅡMantenlo quieto ㅡdijo el busanian.

    Se acercó. Tae siguió sus órdenes. Sintió que el hombre hacía un nuevo intento de liberarse por lo que aumentó la presión, abortando aquel impulso de lucha.

    JiMin levantó el cuchillo aserrado y, con la calma de un carnicero, abrió la garganta del hombre bajo la barbilla.

    Tae oyó un sonido ahogado, y sintió los primeros espasmos del cuerpo dentro de su agarre. Lo soltó, en parte por la sorpresa, y las manos del moribundo se acercaron a su garganta en un desesperado gesto instintivo demasiado tardío. La fina media luna roja que atravesaba su garganta se amplió. Se desplomó.

    Tae ni siquiera pensó antes de reaccionar; cuando JiMin dirigió la mirada hacia él, cambiando su agarre sobre el cuchillo, se impulsó instintivamente para neutralizar la amenaza.

    Un cuerpo chocó con fuerza contra el otro. El puño del esclavo se cerró sobre los finos huesos de la muñeca del Príncipe, pero en lugar de controlar rápidamente la situación, se sorprendió al encontrarse con una musculosa resistencia. Aplicó mayor presión. Sintió la potencia en el cuerpo de JiMin empujando su límite, aunque aún estaba muy lejos del propio.

    ㅡSuelta mi brazo ㅡordenó JiMin, con voz controlada.

    ㅡSoltad el cuchillo ㅡreplicó Tae.

    ㅡSi no sueltas mi brazo ㅡdijo el otroㅡ no va a ser fácil para ti.

    El daeg aumentó ligeramente la presión hasta sentir que el estremecimiento de su resistencia cedía y el cuchillo caía al suelo. Tan pronto como eso sucedió, liberó a JiMin. Como parte del mismo movimiento, se alejó de su alcance. En lugar de seguirlo, el busanian también dio dos pasos hacia atrás, ampliando la distancia entre ambos.

    Se miraron el uno al otro sobre los restos de la habitación.

    El cuchillo se encontraba entre ellos. El hombre con la garganta cortada estaba muerto o muriéndose, su cuerpo apagado con la cabeza girada hacia un lado. La sangre había empapado la librea que llevaba, cubriendo el emblema de explosión de estrellas doradas sobre azul.

    La lucha de JiMin no había sido tan reducida como la de Tae; la mesa estaba derribada, pedazos rotos de fina cerámica estaban esparcidos por el suelo y una copa rodaba por las baldosas. Parte de los cortinados se habían desgarrado parcialmente hacia abajo. Y había gran cantidad de sangre. El final de la primera víctima de JiMin había sido, incluso, más desordenado que el de la segunda.

    La respiración del Heredero era un poco superficial debido al esfuerzo. Así como también la de Tae. En medio del cauteloso y tenso momento, el Príncipe dijo, de manera firme:

    ㅡPareces vacilar entre la asistencia y el asalto. ¿Qué pasa?

    ㅡNo me sorprende que haya tres hombres que quisieran mataros, solo estoy sorprendido de que no hubiera más ㅡdijo Tae, sin rodeos.

    ㅡHubo ㅡprecisó JiMin ㅡmás.

    Comprendiendo su significado, el esclavo se sonrojó. 

    ㅡYo no me ofrecí. Me trajeron aquí. No sé por qué.

    ㅡPara cooperar ㅡaclaró JiMin.

    ㅡ¿Cooperar? ㅡpreguntó con total repugnanciaㅡ Estabas desarmado. ㅡTae recordó la forma indolente con que su agresor había sostenido el cuchillo sobre él; ellos habían esperado que cooperara o, por lo menos, que esperara y viera. Observó con el ceño fruncido al más cercano de los rostros inanimados. No le gustó la idea de que cualquier persona lo creyera capaz de atacar a un hombre desarmado con una ventaja de cuatro a uno. Incluso si ese hombre era JiMin.

    Este se lo quedó mirando.

    ㅡAl igual que el hombre que acabas de asesinar ㅡañadió Tae devolviéndole la mirada.

    ㅡEn mi lado de la lucha los hombres no estaban “amablemente” matándose entre ellos ㅡdijo JiMin.

    Tae abrió la boca. Antes de que pudiera hablar, se oyó un ruido en el pasillo. Ambos, instintivamente, se giraron para enfrentar las puertas de bronce. El sonido se convirtió en estrépito de armaduras ligeras y armas cuando soldados portando libreas del Regente entraron en la habitación: dos, cinco, siete; las probabilidades comenzaron a ser desalentadoras. Pero…

    ㅡAlteza, ¿estáis herido?

    ㅡNo ㅡinformó JiMin.

    El soldado a cargo hizo un gesto a sus hombres para que aseguraran la habitación y verificaran los tres cuerpos sin vida.

    ㅡUn sirviente encontró a dos de vuestros hombres muertos en el perímetro de sus apartamentos. Se lo comunicó de inmediato a la Guardia del Regente. Vuestra Guardia aún no ha sido informada.

    ㅡMe he dado cuenta ㅡdijo JiMin.

    Fueron más rudos con Tae, zarandeándolo con un implacable agarrón como los que había sufrido en los primeros días tras su captura. Se rindió a él, porque ¿qué otra cosa podía hacer? Sintió que sus brazos eran sujetados a su espalda. Una carnosa mano se estrechó en la parte posterior de su cuello.

    ㅡLleváoslo de aquí ㅡordenó el soldado.

    JiMin habló con mucha calma. 

    ㅡ¿Puedo preguntar por qué estás arrestando a mi sirviente?

    El guardia a cargo lo miró sin comprender. 

    ㅡAlteza, se produjo un ataque…

    ㅡNo de su parte.

    ㅡLas armas son daegs ㅡinformó otro de los hombres.

    ㅡAlteza, si ha habido un ataque por parte de Daegu contra vos, podéis apostar a que él participó.

    Era demasiado conveniente. Tae cayó en la cuenta; esa era exactamente la razón por la que los tres agresores lo habían llevado hasta allí: para culparlo. Por supuesto, esperaban sobrevivir al ataque, pero su propósito se cumplió a pesar de todo. Le habían entregado al Príncipe,  quien dedicaba cada momento de vigilia a buscar nuevas formas de humillar, herir o matar a Tae, la excusa que necesitaba en una bandeja. 

    Pudo sentir que JiMin advirtió aquello. Pudo también percibir cómo el Príncipe deseaba terriblemente aprovecharse de ello; anhelaba ver como se lo llevaban, quería triunfar sobre el esclavo daeg y sobre su tío. Tae lamentó amargamente el impulso que le había llevado a salvarle la vida.

    ㅡEstás mal informado ㅡdijo JiMin. Sonó como si estuviera saboreando algo desagradableㅡ. No ha habido ningún ataque contra mí.

    Estos tres hombres atacaron al esclavo, sostenían algún tipo de controversia bárbara.

    Tae parpadeó.   

    ㅡ¿Ellos atacaron… al esclavo? ㅡpreguntó el soldado, que al parecer estaba teniendo casi tanta dificultad para digerir aquella información como el daeg.

    ㅡSuéltale, soldado ㅡordenó JiMin.     

    Pero las manos sobre él no desaparecieron. Los hombres del Regente no recibían órdenes del Príncipe Heredero. El oficial al mando, de hecho, sacudió ligeramente la cabeza al hombre que sostenía a Tae, negando la orden de JiMin.

    ㅡPerdonadme, Alteza, pero hasta que no pueda garantizar vuestra seguridad, sería negligente si no lo… 

    ㅡTú ya has sido negligente ㅡconfirmó JiMin.

    Aquella declaración, expuesta con calma, provocó un silencio que el soldado a cargo soportó estremeciéndose solo un poco. Probablemente era por eso que estaba al mando. El agarrón sobre Tae se aflojó notablemente.

    JiMin continuó: 

    ㅡHas llegado tarde y has maltratado lo que es de mi propiedad. Desde luego, a tus faltas se le debe sumar el arresto del regalo de buena voluntad del Rey de Daegu. Contra mis órdenes.

    Las manos que apresaban a Tae desparecieron. El Príncipe no esperó un reconocimiento del guardia al mando.

    ㅡNecesito un momento de intimidad. Podéis utilizar el tiempo hasta el amanecer para despejar mis apartamentos e informar a mis propios hombres sobre el ataque. Enviaré por uno de ellos cuando esté listo.

    ㅡSí, Alteza ㅡacató el soldado a cargoㅡ. Como deseéis. Os dejaremos en vuestras habitaciones.

    Mientras los soldados hacían los primeros movimientos hacia la salida, JiMin preguntó: 

    ㅡ¿Tengo que arrastrar yo mismo a estos tres vagabundos?

    El que estaba al mando enrojeció. 

    ㅡLos retiraremos. Por supuesto. ¿Hay algo más que necesitéis de nosotros?

    ㅡPrisa ㅡdijo JiMin.

    Los hombres obedecieron. No pasó mucho tiempo antes de que se enderezara la mesa, la copa volviera a su lugar y las piezas de fina cerámica fueran barridas en un montón ordenado. Los cuerpos fueron retirados y la sangre fregada, en su mayor parte, ineficazmente.

    Tae nunca antes había visto a media docena de soldados rebajados a tareas de limpieza por la pura fuerza de la arrogancia personal de un hombre. Era casi educativo.

    A mitad del proceso, JiMin dio un paso hacia atrás para reclinar los hombros contra la pared.

    Finalmente, los hombres se fueron.

    La habitación había sido puesta en condiciones superficialmente, pero no había regresado a su antigua tranquila belleza. Tenía el aspecto de un santuario perturbado. No había solamente un quiebre de la atmósfera, había manchas tangibles sobre el paisaje también. Los hombres eran soldados, no sirvientes domésticos. Habían pasado por alto más de un detalle.

    Tae podía sentir cada latido de su pulso, pero no podía darle sentido a sus propios sentimientos y, mucho menos, a lo que había sucedido. La violencia, los asesinatos y las extrañas mentiras se  habían sucedido de manera demasiado brusca. Sus ojos se desplazaron por la habitación, inspeccionando los daños.

    Su mirada se enganchó en la de JiMin, que lo observaba a su vez con bastante recelo.

    Pedir que lo dejaran solo por el resto de la noche, ciertamente, no tenía mucho sentido.

    Nada de lo que había sucedido esa noche tenía sentido, pero hubo algo que, mientras los soldados realizaban el trabajo, Tae llego a percibir gradualmente. La postura un tanto despreocupada del Príncipe era, tal vez, un poco más exagerada que la habitual. El daeg inclinó su cabeza a un lado para darle una larga y escrutadora mirada de arriba hacia abajo, y de vuelta arriba otra vez.

    ㅡEstáis herido.

    ㅡNo

    Tae no apartó sus ojos. Cualquier otro hombre, excepto aquel, se hubiera sonrojado y apartado la vista, o hubiera dado alguna pista de que estaba mintiendo. Tae medio se lo esperaba, incluso de JiMin.

    Pero este le devolvió la mirada, y algo más. 

    ㅡSupongo que excluyes tu intento de romperme el brazo.

    ㅡQuise decir, excluyendo mi intento de romper vuestro brazo ㅡ confirmó Tae.

    JiMin no estaba, como había pensado sospechado en un primer momento, borracho. Pero si uno miraba de cerca, notaba que estaba controlando su respiración, y que tenía una tenue y ligeramente febril mirada en los ojos.

    Tae dio un paso adelante. Se detuvo al encontrarse con unos ojos azules fijos en él, como con una pared.

    ㅡPreferiría que te mantuvieras alejado ㅡsubrayó JiMin; cada palabra finamente cincelada, como en mármol.

    El esclavo dirigió sus ojos hacia la copa que había sido derribada y su contenido derramado durante la lucha, la cual los hombres del Regente, sin pensarlo, habían levantado. Cuando volvió a mirarlo, supo por la expresión de su rostro que lo había descubierto.

    ㅡNo herido. Envenenado ㅡdijo Tae. 

    ㅡPuedes reducir tu deleite. No voy a morir por ello ㅡaseguró.

    ㅡ¿Cómo sabéis eso?

    Pero JiMin, lanzándole una mirada asesina, se negó a dar detalles.

    Se dijo, sintiéndose extrañamente distante, que no era más que justicia: Tae recordaba perfectamente la experiencia de ser rociado con una droga y luego arrojado a una pelea. Se preguntó si la sustancia en cuestión sería también chalis, ¿podría ser tanto bebida como inhalada? Eso explicaría por qué los tres hombres habían estado tan despreocupadamente seguros de su propio éxito al luchar contra él.

    También ponía la culpa más firmemente sobre sus propios pies. Tae se dio cuenta de que era sórdidamente verosímil que él intentara vengarse de JiMin usando los mismos métodos que JiMin había usado contra él.

    Aquel lugar lo asqueaba. En cualquier otro sitio, simplemente matabas a tu enemigo con una espada. O le envenenabas, si se tenían los instintos deshonrosos de un asesino. Pero aquí, eran capas y capas de doble juego  maquinado, enigmático, minucioso y desagradable. Podría haber asumido que lo de aquella noche había sido planeado por la propia mente de JiMin, si este no hubiera sido, sin duda, el blanco.

    ¿Qué estaba pasando en realidad?

    El esclavo se acercó a la copa y la levantó. Hubo un deslizamiento superficial del líquido remanente en el fondo. Sorprendentemente era agua, no vino. Debido a ello, el fino borde de color rosado en el interior del recipiente fue visible. Era la marca distintiva de una droga que Tae conocía muy bien.

    ㅡEs una droga daeg ㅡindicó Taeㅡ. Es dada a los esclavos de placer durante el entrenamiento. Les provoca… 

    ㅡSoy consciente de los efectos de la droga ㅡcortó JiMin con voz de cristal siendo tallado.

    Tae lo examinó con otros ojos. La sustancia, en su propio país, era infame. La había probado él mismo una vez por curiosidad a los dieciséis años. Había tomado solo una fracción de la dosis normal; sin embargo, le había provocado un exceso de virilidad durante varias horas, debido al cual extenuó a tres parejas hasta que, alegremente, se desplomaron. No había vuelto a probarla desde entonces. Una dosis más fuerte conduciría de la virilidad al abandono. Para dejar residuos en la copa la cantidad debía haber sido generosa, aunque se hubiera tomado solo un trago.

    JiMin difícilmente parecía desenfrenado. Aunque no hablaba con su habitual facilidad y respiraba superficialmente, aquellas eran las únicas señales.

    Tae comprendió, de pronto, que lo que estaba presenciando era un ejercicio de puro autocontrol, una voluntad de hierro.

    ㅡSe desvanece ㅡinformó Tae. Luego, sintiéndose muy capaz de disfrutar de la verdad como una forma de sadismo menor, agregó: ㅡ. Después de un par de horas.

    Pudo leer, en los ojos del otro enfocados hacia él, que JiMin habría cortado su propio brazo antes de que cualquiera conociera su condición; más aún, justamente él era la última persona que el busanian hubiera deseado que se enterase o con quien hubiera querido estar a solas. Tae era  muy capaz de disfrutar de ese hecho también.

    ㅡ¿Creéis que voy a tomar ventaja de la situación? ㅡpreguntó.

    Porque lo único bueno que había salido del enredado complot busanian que se había desarrollado aquella tarde, era el hecho de que ahora estaba libre de restricciones, libre de obligaciones y sin vigilancia por primera vez desde su llegada a ese país.

    ㅡLo haré. Estuvo bien que despejarais la recámara ㅡdijo Taeㅡ. Creí que nunca tendría la oportunidad de salir de aquí.

    Se dio la vuelta. Detrás de él, JiMin juró. Tae ya estaba a medio camino de la puerta antes de que la voz del busanian le hiciera volverse.

    ㅡEspera ㅡexclamó, como si odiara decirlo y forzara la voz para hacerloㅡ. Es demasiado peligroso. Irte ahora sería tomado como una admisión de culpa. La Guardia del Regente no dudaría en matarte. No puedo... protegerte, tal como estoy ahora.

    ㅡ“Protegerme” ㅡcitó el esclavo con categórica incredulidad en su voz.

    ㅡSoy consciente de que me salvaste la vida.

    Tae se limitó a mirarlo.

    El otro se explayó:

    ㅡNo me gusta sentirme en deuda contigo. Cree eso si no confías en mí.

    ㅡ¿Confiar en vos? ㅡironizó el daegㅡ. Habéis desollado la piel de mi espalda. No os he visto hacer otra cosa más que engañar y mentir a toda persona con la que os habéis cruzado. Utilizáis cualquier cosa y a cualquier persona para promover vuestros propios fines. Sois la última persona en quien podría confiar.

    La cabeza de JiMin se inclinó hacia atrás contra la pared. Sus párpados habían caído a medias, por lo que lo miró a través de dos rendijas entre doradas pestañas. Tae estaba medio esperando una negación o una discusión. Pero la única respuesta fue un soplo de risa que, curiosamente, mostró más que nada qué tan cerca del límite estaba.

    ㅡVe, entonces.

    Tae miró de nuevo hacia la puerta.

    Con los hombres del Regente en alerta máxima, el peligro era real, pero escapar siempre significaría arriesgarlo todo. Si vacilaba ahora y esperaba otra oportunidad... si se las arreglaba para encontrar la manera de liberarse de las continuas restricciones… si mataba a sus guardias o los superara de alguna manera...

    En ese momento, los apartamentos de JiMin estaban vacíos. Era un buen comienzo. Conocía una forma de salir del palacio. Una oportunidad como esa podría no volver a presentarse en semanas,  meses o nunca más.

    El Príncipe se quedaría solo y vulnerable como consecuencia del atentado contra su vida.

    Pero el peligro inmediato había pasado, y JiMin había sobrevivido a él. Los agresores, no. Tae había matado aquella noche; también fue testigo de un asesinato. Así que apretó la mandíbula. Cualquiera que fuera la deuda que había entre ellos ya había sido saldada. «No le debo nada», concluyó.

    La puerta se abrió bajo su mano ante un pasillo vacío.

    Salió.


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