CAPÍTULO DOS | PC

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CAPÍTULO DOS





ㅡ¿El Regente estuvo aquí la pasada noche? ㅡEl hombre de los anillos saludó a Tae sin preámbulos. Cuando este asintió, aquel frunció el ceño, dos líneas se formaron en el centro de su frente. ㅡ¿Cuál era el estado de ánimo del Príncipe?

ㅡDelicioso ㅡironizó Tae.

El hombre de los anillos le dio una dura mirada. Y después se apartó para dar una breve orden al criado que estaba limpiando los restos de la comida de Tae. Luego volvió a hablar con este.

ㅡMi nombre es DakHo. Soy el Supervisor. Solo tengo una cosa que explicarte. Dicen que en Daegu atacaste a tus guardias. Si haces eso aquí, tendré que drogarte como lo hicieron a bordo del barco y quitarte varios privilegios.¿Entiendes?

ㅡSí.

Otra mirada, como si esta respuesta fuera de alguna manera sospechosa.

ㅡEs un honor haberte unido a la Casa del Príncipe. Muchos desean tal posición. Sea cual sea tu desgracia en tu propio país, te ha puesto en un sitio de privilegio aquí. Deberías inclinarte sobre tus rodillas en agradecimiento al Príncipe por esta situación. Deberías dejar tu orgullo a un lado y olvidar el pequeño asunto de tu vida anterior. Existes solo para complacer al Príncipe Heredero del que depende la administración de este país, quien asumirá el trono como su rey.

ㅡSí ㅡaceptó Tae, e hizo su mejor esfuerzo para parecer agradecido y mostrarse de acuerdo.

Al despertar, a diferencia de ayer, no había sufrido ninguna confusión en cuanto a dónde estaba. Sus recuerdos estaban muy claros ahora. Su cuerpo había protestado inmediatamente debido al maltrato de JiMin; sin embargo, luego de hacer un breve inventario, reconoció que sus heridas no eran peores que las que había recibido de vez en cuando en el campo de batalla, por lo que dejó el asunto a un lado.

Cuando DakHo terminó de hablar, escuchó el lejano sonido de un desconocido instrumento de cuerda tocando una melodía busanian. La cadencia viajaba a través de esas puertas y ventanas con sus muchas y pequeñas aberturas.

La ironía era que, en algunos aspectos, la descripción de DakHo sobre su situación privilegiada era correcta. Este no era el tipo de celda que había habitado en Daegu, ni estaba drogado, ni se parecía al confinamiento vagamente recordado a bordo del barco. Esta habitación no era una cámara de la cárcel, era parte de la residencia para las mascotas Reales. La comida se le había servido en plato dorado adornado con un intrincado follaje, y cuando la brisa nocturna se levantó, a través de las ventanas blindadas llegó el delicado aroma de jazmín y frangipani.

Exceptuando que era una prisión. Exceptuando que tenía un collar y una cadena alrededor de su cuello, y que se encontraba solo, rodeado de enemigos, a muchos kilómetros de casa.

Su primer privilegio fue ser vendado y llevado, con escolta completa, para ser bañado y preparado en un ritual que ya conocía de Daegu. El palacio, fuera de su habitación, seguía siendo un misterio debido a sus ojos vendados. El sonido del instrumento de cuerda se volvió más fuerte durante un instante, y luego se desvaneció en un eco poco entusiasta. Una o dos veces oyó el bajo sonido melodioso de unas voces. En otra ocasión, una risa suave y amorosa.

Mientras era llevado a través de las estancias de las mascotas, Tae recordó que no era el único daeg que había sido obsequiado a Busan, y sintió un ramalazo de preocupación por los otros. Los protegidos esclavos del palacio de Daegu podrían estar desorientados y vulnerables al no haber aprendido nunca las habilidades que necesitaban para valerse por sí mismos. ¿Podrían siquiera comunicarse con sus amos? Fueron instruidos en varios idiomas, pero era probable que el vereciano no fuera uno de ellos. Las relaciones que tenían con Busan eran limitadas y, hasta la llegada del consejero GeounSoo, en gran medida, hostiles. La única razón por la que Tae conocía esa lengua era porque su padre había insistido en que, para un príncipe, conocer el idioma de su enemigo era tan importante como aprender la lengua de un aliado.

La venda fue quitada.

Nunca se acostumbraría a la ornamentación. Desde el techo abovedado a la cuneta que contenía el agua que circulaba alrededor de los baños, la habitación estaba cubierta de diminutas mayólicas pintadas, brillando en azules, verdes y dorados. Todo el sonido se reducía al eco del vapor. Una serie de nichos curvos (actualmente vacíos) rodeaban las paredes; en cada uno había braseros moldeados en formas fantásticas. La puerta adornada con grecas no era de madera, sino de metal. El único instrumento de sujeción era un incongruente armazón de tablas pesadas. No coincidía con el resto de la decoración en absoluto y Tae trató de no pensar que había sido traída allí expresamente para él. Evitando poner sus ojos sobre ella, se encontró mirando el repujado18 del metal en la puerta. Las figuras se enroscaban unas con otras, todos hombres. Sus posturas eran bastante explícitas. Desplazó los ojos hacia las aguas corriendo.

ㅡSon aguas termales naturales ㅡ le explicó DakHo como a un niño ㅡ. El agua proviene de un gran río subterráneo que está caliente.

Un gran río subterráneo caliente. Tae dijo:

ㅡEn Daegu usamos un sistema de acueductos para lograr el mismo efecto.

DakHo frunció el ceño.

ㅡSupongo que piensas que eso es muy inteligente. ㅡYa estaba haciendo señas a uno de los criados con gesto ligeramente distraído.

Lo desnudaron y lo lavaron sin atarlo; Tae se comportó con una docilidad admirable, había decidido demostrar que se le podían confiar pequeñas libertades. Tal vez funcionara, o tal vez DakHo estaba acostumbrado a esclavos obedientes, era un supervisor, no un carcelero, según dijo.

ㅡTe remojarás. Cinco minutos.

Con pasos vacilantes se metió en el agua. Su escolta se retiró; el cuello le fue liberado de la cadena.

Tae se sumergió en el agua, disfrutando de la breve e inesperada sensación de libertad. El agua estaba tan caliente que casi bordeaba el límite de lo tolerable; sin embargo, se sentía bien. El calor se filtró en él, fundiendo el dolor de sus miembros maltratados y aflojando los músculos que estaban agarrotados por la tensión.

DakHo lanzó algún material en los braseros al alejarse, así que humearon al ser encendidos más tarde. Casi de inmediato, el recinto se llenó de un aroma dulce que se mezcló con el vapor. Aquello impregnaba los sentidos, por lo que Tae se relajó aún más.

Sus pensamientos, un poco a la deriva, se encaminaron hasta JiMin.

«Tienes una cicatriz». Los dedos de Tae se deslizaron por su pecho húmedo, alcanzando la clavícula para continuar siguiendo la pálida línea cicatrizada mientras sentía un eco de la inquietud que se había agitado en él la noche anterior.

Era el hermano mayor de JiMin quien se la había infligido, seis años atrás, en la batalla de Myeon. JeonGguk, el heredero y orgullo de Busan. Tae recordó su enmarañado cabello dorado, la explosión de estrellas del blasón del Príncipe Heredero en el escudo salpicado con barro y sangre, abollado y casi irreconocible, al igual que su otrora bella armadura con filigranas. Recordó su propia desesperación en esos momentos, el roce del metal contra el metal, los ásperos sonidos de jadeos que bien podrían haber sido suyos, y la sensación de luchar como nunca lo había hecho, sin tregua, por su vida.

Dejó el recuerdo a un lado solo para cambiarlo por otro, más oscuro que el primero, y más antiguo. En algún lugar en lo profundo de su mente, otra lucha volvió a resonar. Los dedos de Tae se hundieron debajo de la superficie del agua. La otra cicatriz se ubicaba más abajo en su cuerpo. Esa no era de JeonGguk. No era de un campo de batalla.

BaekHyun lo había ensartado en su decimotercer cumpleaños, durante un entrenamiento.

Recordaba ese día con mucha claridad. Había anotado un golpe contra BaekHyun por primera vez, y cuando se quitó el yelmo, mareado por el triunfo, BaekHyun sonrió y le sugirió que cambiaran las armas de madera de práctica por espadas reales.

Tae había sentido orgullo. Había pensado: «tengo trece años y ya soy un hombre, BaekHyun pelea conmigo como si fuera un hombre». Su hermano no se contuvo contra él y Tae había estado tan orgulloso de eso, incluso cuando la sangre brotó por debajo de sus manos. Ahora recordó la oscura mirada en los ojos de BaekHyun y se dio cuenta de lo equivocado que estaba en muchas cosas.

ㅡSe acabó el tiempo ㅡinterrumpió DakHo.

Tae asintió. Puso sus manos en el borde del baño termal. El ridículo collar y los puños de oro todavía adornaban su cuello y muñecas.

Los braseros estaban ahora cubiertos, pero el persistente olor del incienso aún daba un poco de vértigo. Tae se sacudió la turbación momentánea y se levantó de los baños termales, derramando agua.

DakHo lo miraba fijamente, con los ojos bien abiertos. Tae se pasó una mano por el pelo, escurriendo la humedad. Los ojos del supervisor se agrandaron aún más. Entonces, cuando dio un paso adelante, aquel dio un involuntario paso hacia atrás.

ㅡContenedle ㅡordenó DakHo, un poco ronco.

ㅡNo tienes que… ㅡ dijo Tae.

El armazón de madera se cerró sobre sus muñecas. Era pesado y sólido, inamovible como un peñasco o el tronco de un gran árbol. Apoyó la frente contra la plataforma, los mechones de su pelo mojado oscurecieron con su roce la madera.

ㅡNo tenía la intención de pelear ㅡbalbuceó Tae

ㅡMe alegra oír eso ㅡ dijo DakHo.

Una vez seco, se lo embadurnó con esencias y se quitó el exceso de aceite con un paño. Nada peor que lo que ya le habían hecho en Daegu. Los toques de los sirvientes fueron rápidos y superficiales, incluso cuando se concentraron en sus genitales. En aquellos preparativos no hubo rastro de la sensualidad que había habido cuando Tae fue tocado por la esclava rubia en los baños de Daegu. No era lo peor que había tenido que soportar.

Uno de los sirvientes se colocó detrás y comenzó a preparar la entrada de su cuerpo.

Tae se sacudió con tanta fuerza que la madera crujió y detrás de él se oyó la rotura violenta de un envase de aceite contra el azulejo sumada al grito de uno de los sirvientes.

ㅡSujetadlo ㅡpidió DakHo, severamente.

Lo liberaron del armazón cuando todo terminó, y esa vez su docilidad estaba ligeramente mezclada con la conmoción, así que fue, por unos momentos, menos consciente de lo que estaba sucediendo a su alrededor. Se sintió cambiado por lo que le había sucedido. No. No había cambiado. Era la situación la que había cambiado. Se dio cuenta de que este aspecto de su cautiverio, este peligro, a pesar de las amenazas de JiMin, no lo había sentido antes como real.

ㅡNada de pintura ㅡdijo DakHo a uno de los sirvientesㅡ. Al príncipe no le gusta. Joyería… no. El oro es adecuado. Sí, esas prendas. No, sin el bordado.

La venda estaba firmemente apretada otra vez sobre sus ojos. Un momento después, Tae percibió los dedos cargados de anillos en la línea de su mandíbula, levantándola como si simplemente deseara admirar esa figura de ojos vendados y brazos atados a la espalda, que se le presentaba.

Su captor dijo:

ㅡSí, eso bastará, creo.



Esa vez, cuando la venda fue quitada, un conjunto de puertas dobles, pesadas y muy doradas, se abrieron.

La sala estaba atestada de cortesanos y engalanada para un espectáculo de interior. Soportes acolchados rodeaban cada uno de los cuatro lados de la sala. El efecto era de un anfiteatro claustrofóbico cubierto de seda. Había un aire de gran entusiasmo. Damas y caballeros jóvenes se inclinaban y susurraban al oído de otros, o hablaban en voz baja por detrás de sus manos levantadas. Los sirvientes asistían a los cortesanos; había vino, refrescos y bandejas de plata con montones de dulces y frutas confitadas. En el centro de la habitación había una depresión circular, con una serie de eslabones de hierro incrustados en el suelo. El estómago de Tae se contrajo. Su mirada se dirigió de nuevo hacia los cortesanos en las gradas.

No solo había cortesanos. Entre los señores y las damas, vestidos más sobriamente, había criaturas exóticas vistiendo sedas de colores brillantes, mostrando destellos de carne, y con hermosos rostros embadurnados con pintura. Allí había una mujer joven que llevaba casi más oro que Tae: dos brazaletes con dos largas vueltas en forma de serpientes. Allá, un imponente joven de cabello rojo tenía una diadema de esmeraldas y una delicada cadena de plata y olivina alrededor de la cintura. Era como si los señores distinguidos mostraran su riqueza por medio de las mascotas, como un noble exhibiendo joyas en una ya costosa cortesana.

Vio en las gradas a un hombre mayor con un joven muchacho a su lado, su brazo rodeaba al niño como indicando propiedad, tal vez un padre que había llevado a su hijo a ver el deporte favorito. Olió el aroma dulce y familiar de los baños y vio a una mujer respirando profundamente a través de un tubo largo y delgado, curvado en un extremo; tenía los ojos medio cerrados mientras acariciaba a una mascota enjoyada a su lado. Todos al otro lado de los puestos movían lentamente las manos sobre las carnes de otros en una docena de pequeños actos de libertinaje.

Esto era Busan, voluptuosa y decadente, un país de meloso veneno. Tae recordó la última noche antes del amanecer en Myeon, con las tiendas busanians sobre el río, ricos estandartes de seda elevándose en el aire de la noche, los sonidos de la risa y la superioridad, y el heraldo que había sido lanzado al suelo delante de su padre.

Tae se dio cuenta de que estaba bloqueando el umbral cuando le dieron un tirón hacia adelante en la cadena del cuello. Un paso. Otro. Mejor caminar que ser arrastrado del pescuezo.

No sabía si sentirse aliviado o preocupado cuando no fue llevado directamente al centro sino que fue arrojado delante de un asiento cubierto de seda azul y con ese familiar diseño de explosión de estrellas en oro, marca del Príncipe heredero. Su cadena fue fijada a un enganche en el suelo. El panorama disponible al levantar la cabeza era de una elegante pierna calzando botas.

Si JiMin había estado bebiendo en exceso la noche anterior, nada en su forma presente lo revelaba. Parecía fresco, bello y despreocupado; su cabellera rubia brillaba sobre la vestimenta de un azul tan oscuro que casi parecía negra. Sus ojos cerúleos parecían tan inocentes como el cielo, y solo si buscabas con esmero podías ver algo genuino en ellos. Como, por ejemplo, antipatía. Tae podría haber atribuido el enojo al intercambio de la pasada noche con su tío, y a que pretendía hacérselo pagar por haber presenciado aquello. Pero la verdad era que el Príncipe lo había mirado de esa forma desde el primer momento en el que había puesto los ojos sobre él.

ㅡTienes un corte en el labio. Alguien te ha golpeado. Oh, es cierto. Recuerdo. Te quedaste quieto y le dejaste. ¿Duele?

Era peor sobrio. Tae deliberadamente relajó sus manos, ya que, aun sujetas a su espalda, se habían convertido en puños.

ㅡTenemos que conversar un poco. Ya ves: he preguntado por tu salud, y ahora estoy haciendo memoria. Recuerdo con cariño nuestra noche juntos. ¿Has pensado en mí esta mañana?

No había una buena respuesta a esa pregunta. La mente de Tae inesperadamente trajo a colación un recuerdo de los baños, el calor del agua, el dulce olor del incienso, la ondulación del vapor. «Tienes una cicatriz».

ㅡMi tío nos interrumpió justo cuando las cosas se ponían interesantes. Me entró curiosidad. ㅡLa expresión de JiMin era inocente, pero se iba transformando lentamente en un témpano, en busca de alguna debilidad. ㅡ¿Hiciste algo para que BaekHyun te odiara? ¿Qué fue?

ㅡ¿Odiarme? ㅡdijo Tae, mirando hacia arriba, sintiendo la reacción en su voz a pesar de la decisión de no involucrarse. Esas palabras lo sacudieron.

ㅡ¿Crees que te ha enviado a mí por amor? ¿Qué le has hecho? ¿Golpearlo en un torneo? ¿O joder con su amante?, ¿Cómo se llamaba?, ChaeYoung. Tal vez ㅡdijo JiMin y sus ojos se abrieron un pocoㅡ le fuiste infiel después de que te follara.

Esa idea lo sublevó tanto que lo tomó por sorpresa; sintió bilis en su garganta.

ㅡNo.

Los ojos azules de JiMin brillaban.

ㅡAsí que es eso. BaekHyun monta a sus soldados como si fueran los caballos en el patio. ¿Apretabas los dientes y lo tomabas porque era el rey, o porque te gustaba? De verdad ㅡ dijo JiMin ㅡ, no tienes ni idea de lo feliz que me hace esa idea. Es maravillosa: un hombre que te mantiene sujeto mientras te folla, con una polla del tamaño de una botella y una barba como la de mi tío.

Tae se dio cuenta de que había reculado al sentir que la cadena se tensaba. Había algo escabroso en alguien con un rostro como aquel diciendo esas cosas en una voz tan coloquial.

Más desagradable fue ver como el desagrado se retrajo tras la llegada de un selecto grupo de cortesanos, a quienes JiMin presentó un rostro angelical. Tae se puso rígido al reconocer al embajador GeounSoo, vestido con su pesada ropa negra y su medallón de consejero en el cuello.

De las breves palabras que JiMin dijo a modo de saludo, dedujo que la mujer con aire de mando se llamaba EunJi, y que el hombre con la nariz puntiaguda era DongJun.

ㅡEs tan raro veros en estos espectáculos, Alteza ㅡdijo EunJi.

ㅡEstaba de humor para disfrutarlos ㅡrespondió JiMin.

ㅡVuestra nueva mascota está causando un gran revuelo. ㅡByul se paseó alrededor de Tae mientras hablaba. ㅡNo se parece en nada a los esclavos que BaekHyun le regaló a vuestro tío. Me pregunto si Su Majestad ha tenido la oportunidad de verlos Son mucho más...

ㅡLos he visto.

ㅡNo parecéis contento.

ㅡBaekHyun envió dos docenas de esclavos entrenados para arrastrarse por los dormitorios de los miembros más poderosos de la Corte. Estoy eufórico.

ㅡ¡Qué tipo de espionaje más placentero! ㅡexclamó EunJi poniéndose cómoda ㅡPero el Regente mantiene a los esclavos bajo control según he oído, y no los ha prestado en absoluto. De todos modos, dudo que vayamos a verlos en la arena. No tienen bastante… ímpetu.

DongJun suspiró y acercó a su mascota, una flor delicada que parecía que podía salir herido si lo frotabas con un pétalo.

ㅡNo todo el mundo tiene tu gusto en mascotas que aniquilan al competir en la palestra, EunJi. Yo, por mi parte, estoy aliviado de saber que todos los esclavos daegs no son como este. No lo son, ¿verdad?ㅡ Esto último lo dijo con un poco de nerviosismo.

ㅡNo. ㅡEl consejero GeounSoo habló con autoridad. ㅡNinguno de ellos lo es. Entre la nobleza daeg el dominio es un signo de estatus. Los esclavos son sumisos. Supongo que es un cumplido para Vos, Alteza, para dar a entender que podéis someter a un esclavo fuerte como este…

No. No lo era. BaekHyun se divertía a costa de los demás. En realidad era una humillación para su medio hermano y un insulto al revés para Busan.

ㅡ… en cuanto a su procedencia, tienen encuentros en la arena regularmente con espada, tridente, daga; supongo que él era uno de los luchadores de exhibición. Es realmente bárbaro. No llevan casi nada durante los combates con espada, y luchan desnudos.

ㅡComo mascotas ㅡse rió uno de los cortesanos.

La conversación giró en torno a los chismes. Tae no oyó nada útil en ella, pero para entonces estaba teniendo dificultades para concentrarse. La arena, con su promesa de humillación y violencia, atraía la mayor parte de su atención. Pensó: así que el Regente mantiene una estrecha vigilancia sobre los esclavos. Al menos es algo.

ㅡEsta nueva alianza con Daegu no puede perpetuarse tan tranquilamente con vos, Alteza ㅡdijo Estienneㅡ. Todo el mundo sabe cómo os sentís acerca de ese país. Sus prácticas bárbaras, y por supuesto, lo que ocurrió en Myeon…

El espacio alrededor de él, de repente, se volvió muy silencioso.

ㅡEl Regente es mi tío ㅡdijo JiMin.

ㅡTendréis veintiuno en primavera.

ㅡEntonces, haríais bien en ser prudente en mi presencia, así como en la de mi tío

ㅡSí, Alteza ㅡclaudicó DongJun, inclinándose brevemente y alejándose a un lado, reconociendo el despido por lo que era.

Algo estaba sucediendo en la arena.

Dos mascotas masculinas habían entrado, y estaban de pie con un poco de cautela, a la manera de los competidores. Uno era moreno, con largas pestañas y ojos almendrados. El otro, sobre el que la atención de Tae naturalmente gravitó, era rubio, aunque su pelo no era del amarillo “botón de oro” de JiMin, era más oscuro, un color arenoso; y sus ojos no eran azules, sino castaños.

Tae sintió un cambio en la permanente relajación que había experimentado desde el baño, desde que se despertó en este lugar encima de cojines de seda.

En el círculo de combate, las mascotas estaban siendo despojadas de sus ropas.

ㅡ¿Una golosina? ㅡofreció JiMin. Sostenía un bocadillo delicadamente, entre el pulgar y el índice, lo suficientemente lejos de su alcance como para que Tae tuviera que levantarse sobre sus rodillas para poder comerlo de las manos de su amo. El esclavo retrocedió la cabeza.

ㅡObstinado ㅡcomentó JiMin suavemente, acercándolo a sus propios labios y comiéndolo.

Una variedad de dispositivos se exhibían sobre la arena: largos palos dorados, diversas restricciones, una serie de bolas doradas con las cuales un niño podría jugar, una pequeña pila de campanas plateadas y unos largos látigos con mangos decorados con cintas y borlas. Era evidente que los espectáculos en la palestra eran variados, e ingeniosos.

Pero el que se estaba desarrollando frente a él en ese instante era simple: «violación».

Las mascotas se arrodillaron rodeando con sus brazos al otro mientras un oficiante sostenía un pañuelo rojo en alto y luego lo dejaba caer, agitándolo, hasta el suelo.

La bonita imagen que las mascotas ofrecían rápidamente se precipitó en una lucha ante el bullicio de la multitud. Ambas mascotas eran atractivas y ligeramente musculosas; ninguna poseía la construcción de un luchador, sin embargo, parecían ligeramente más fuertes que muchas de las esbeltas y delicadas que se enroscaban alrededor de sus amos entre el público. El moreno fue el primero en obtener ventaja ya que era más fuerte que el rubio.

Tae tomó conciencia de lo que estaba pasando frente a él; en ese momento, cada cuchicheo que había oído en Daegu sobre las depravaciones de la Corte Busanian comenzó a cobrar entidad ante sus ojos.

El moreno se colocó encima, su rodilla obligaba a que los muslos del rubio se abrieran. Mientras, este último trataba desesperadamente de deshacerse del otro, pero no podía. El moreno mantenía los brazos del perdedor detrás de la espalda mientras empujaba, arremetiendo inútilmente. Y entonces estaba entrando suave como en una mujer, a pesar de que el rubio seguía luchando. El rubio había sido…

«… preparado».

El rubio dejó escapar un grito y trató de resistirse a su captor, pero el movimiento solo hizo que este se hundiera más profundo.

Los ojos de Tae se apartaron, pero era casi peor mirar a la audiencia. La mascota de lady EunJi se sentó con las mejillas enrojecidas; los dedos de su señora estaban bien ocupados. A la izquierda de Tae, el chico pelirrojo desató la parte delantera de las prendas de su amo, y envolvió una mano alrededor de lo que encontró allí. En Daegu, los esclavos eran discretos, los espectáculos públicos eran eróticos pero no explícitos, los encantos de un esclavo eran para ser disfrutados en privado. La Corte no se reunía para ver a dos de ellos follando. Aquí, el ambiente era casi orgiástico. Y era imposible aislarse de los sonidos.

Solo JiMin parecía inmune. Probablemente estaba tan hastiado que esta demostración ni siquiera causaba que su pulso se acelerara. Se tumbó en una postura elegante, con una muñeca colgando desde el apoyabrazos del sillón. En cualquier momento, se pondría a contemplar sus uñas.

En la arena, la actuación se acercaba al apogeo. Y, por ahora, era una actuación.

Las mascotas eran devotas y jugaban para su público. Había cambiado el tipo de sonidos que el rubio emitía, ahora eran rítmicos, siguiendo el compás de las embestidas. El moreno estaba conduciéndole al clímax. El rubio se resistía obstinadamente, mordiéndose el labio para tratar de contenerse, pero con cada golpe fuera de ritmo se acercaba más, hasta que su cuerpo se estremeció y cedió.

El moreno salió y se corrió, desordenadamente, por toda su espalda.

Tae presintió lo que venía, justo cuando los ojos del rubio se abrieron y fue ayudado a salir de la arena por un sirviente de su amo, quien se preocupó por él solícitamente y le regaló un gran arete de diamante.

JiMin levantó los refinados dedos en una señal convenida con el guardia.

Unas manos sujetaron sus hombros. La cadena se separó de su collar, y cuando se resistió a entrar a la arena como un perro lanzado a la caza, fue obligado allí a punta de espada.

ㅡContinúas atosigándome para que ponga una mascota en la arena ―dijo JiMin a EunJi y a los otros cortesanos que se habían reunido con élㅡ. Pensé que era hora de satisfacerte.

No se parecía en nada a participar en la arena de Daegu, donde la lucha era una muestra de grandeza y el premio era el honor. Tae fue liberado de la última de sus restricciones y despojado de sus vestiduras, que no eran muchas. Esto no podía estar sucediendo. Volvió a sentir una extraña sensación de mareo que lo enfermó... Sacudió la cabeza ligeramente ante la necesidad de aclararla y miró hacia arriba.

Entonces, vio a su oponente.

JiMin había amenazado con hacer que lo violaran. Y aquí estaba el hombre que iba a llevarlo a cabo.

No había manera de que esa bestia fuera una mascota. Superaba en peso a Tae, tenía huesos grandes y pesados músculos, con una gruesa capa de piel recubriendo toda su musculatura. Había sido elegido por su tamaño, no por su apariencia. Su pelo era una cortina negra y lacia. Su torso tenía una tupida capa de pelo que se extendía todo el camino hasta su entrepierna expuesta. Su nariz era plana y quebrada; claramente no era ajeno a la lucha; le resultó realmente difícil imaginar a alguien lo suficientemente suicida como para golpear a ese hombre en la nariz. Probablemente había sido adquirido en alguna compañía de mercenarios y le dijeron: «lucha contra el daeg, jódelo, y serás bien recompensado». Sus ojos eran fríos al recorrer el cuerpo de Tae.

Muy bien, lo superaba. En circunstancias normales, eso no habría sido motivo de inquietud. La lucha era una disciplina de entrenamiento en Daegu, y una en la que Tae sobresalía y disfrutaba. Pero llevaba un tiempo en severo confinamiento y el día anterior había sufrido una paliza.

Su cuerpo estaba sensible en algunos puntos y su piel morena no ocultaba los magullones: aquí y allá se veían signos reveladores que indicarían a un rival dónde atacar.

Pensó en eso. Recordó las semanas que siguieron a su captura en Daegu. Recordó los golpes. Pensó en las restricciones. Su orgullo estaba sacudiéndose. No iba a ser violado delante de una sala llena de cortesanos. ¿Querían ver a un bárbaro en la arena? Bueno, el bárbaro sabía luchar.

Comenzó de la misma forma, un tanto humillante, que con las dos mascotas previas: de rodillas, con los brazos de uno alrededor del otro. La presencia de dos hombres adultos vigorosos en la arena, liberaba algo en la gente que las mascotas no lograban, y los gritos de escarnio, las apuestas y las especulaciones obscenas llenaron el recinto de bullicio. Más cerca, Tae podía escuchar la respiración de su oponente mercenario, podía oler el repugnante olor masculino del hombre sobre el empalagoso perfume de rosas de su propia piel. El pañuelo rojo fue levantado.

El primer empujón tuvo la fuerza suficiente para romper un brazo. El hombre era una montaña, y cuando Tae intentó igualar fuerza con fuerza, descubrió, con preocupación, que el aturdimiento previo aún permanecía en él. Había algo extraño en la forma en que sus miembros se sentían... aletargados...

No había tiempo para reflexionar sobre ello. Los pulgares de repente buscaron sus ojos. Giró. Esas partes del cuerpo que eran blandas y vulnerables, aquellas que en una competición honorable se evitarían, ahora debían ser protegidas a toda costa; su rival estaba dispuesto a desgarrar, quebrar y arrancar. Y el cuerpo de Tae, normalmente duro y liso, se encontraba, en aquellos momentos, vulnerable donde fue herido. El hombre que luchaba con él lo sabía. Los golpes que Tae sufrió estaban brutalmente dirigidos sobre sus viejas heridas. Su oponente era fiero y temible, y tenía órdenes de provocar daño.

A pesar de todo, la primera ventaja fue para Tae. Una vez que luchó y superó ese extraño mareo, la habilidad aún contó para algo. Ganó control sobre el hombre, pero cuando trató de reunir fuerza para terminar las cosas, encontró, en cambio, inestable debilidad. El aire fue expulsado de repente de sus pulmones después de que un golpe se encajara en su diafragma. El otro había quebrado su dominio.

Encontró un nuevo apoyo. Se abalanzó con todo su peso sobre el cuerpo del mercenario y lo sintió estremecerse. Sacó más fuerza de su interior de la que pensó que tendría. Pero los músculos del hombre se tensaron debajo de él, y esta vez, cuando logró romper su contención, Tae sintió una explosión de dolor en el hombro. Su respiración se tornó irregular.

Algo andaba mal. La debilidad que sentía no era natural. Cuando otro mareo le recorrió, recordó, de repente, el dulce olor en los baños... el incienso en el brasero... «una droga», él comprendió, y dejó escapar su aliento súbitamente. Había inhalado algún tipo de droga. No solo inhalado, se había embriagado en ella. Nada había sido dejado al azar. JiMin había hecho lo necesario para que el resultado de aquella lucha estuviera asegurado.

Una nueva y repentina embestida lo hizo tambalear. Le tomó mucho tiempo recuperarse. Forcejeó inútilmente; por unos momentos ninguno de los dos pudo mantener una sujeción. El sudor en el cuerpo del hombre brillaba, haciendo la captura más difícil. El propio cuerpo de Tae había sido ligeramente aceitado; la perfumada preparación untada en los esclavos le dio una irónica e inesperada ventaja, protegiendo momentáneamente su virtud. Concluyó que no era el momento para risas amargas al sentir el cálido aliento del hombre contra su cuello.

Un segundo después estaba de espaldas, sujeto, la oscuridad amenazó el borde de su visión cuando el mercenario aplicó una presión aplastante contra su tráquea, por encima del collar de oro. Sintió el ímpetu del hombre en su contra. El sonido de la multitud arreció. El hombre estaba tratando de montarse.

Empujaba contra Tae, su aliento ahora venía con gruñidos suaves. Tae luchó en vano, no lo suficientemente fuerte como para romper esa contención. Sus muslos fueron obligados a separarse. No. Buscó desesperadamente alguna debilidad que pudiera ser explotada, y no la halló.

Con su objetivo en la mira, la atención del otro hombre se dividió entre la contención de Tae y la penetración.

Este irradió lo último de sus fuerzas contra el punto de apoyo, y lo sintió temblar lo suficiente como para poder cambiar de posición un poco, justo lo necesario para hacer palanca y liberar un brazo.

Impulsó el antebrazo hacia los lados, hasta que el pesado puño de oro en su muñeca golpeó con fuerza en la sien del hombre, provocando el morboso sonido de una barra de hierro al impactar sobre carne y hueso. Un momento después, Tae repitió, quizá innecesariamente, el movimiento con el puño derecho, lo que mandó a su aturdido y tambaleante oponente al suelo.

Se desmoronó, su pesada carne derrumbándose, parcialmente, sobre Tae.

De alguna manera este se apartó, poniendo instintivamente distancia entre él y el hombre boca abajo.

Tosió, su garganta estaba sensible. Cuando descubrió que podía respirar comenzó el lento proceso de alzarse sobre sus rodillas y de ahí a sus pies. La violación estaba fuera de toda consideración. El pequeño espectáculo con la mascota rubia había sido todo el entretenimiento que habría. Incluso aquellos hastiados cortesanos no esperarían que jodiera a un hombre que estuviese inconsciente.

Sin embargo, ahora podía percibir el descontento de la gente. Nadie quería ver el triunfo de un daeg sobre un vereciano. Menos aún, JiMin. Las palabras del consejero GeounSoo volvieron a él, casi en tropel. «Son primitivos».

No había terminado. No fue suficiente luchar a través de una bruma de drogas y ganar. No había manera de vencer. Ahora era evidente que las órdenes del Regente no se extendían a los espectáculos en la arena. Y lo que ahora le pasara a Tae, le ocurriría con la aprobación de la multitud.

Sabía lo que tenía que hacer. Contra todo instinto de rebeldía, se obligó a sí mismo hacia adelante y se dejó caer de rodillas frente a JiMin.

ㅡLucho a vuestro servicio, Alteza. ㅡBuscó en su memoria las palabras de DakHo y las encontró. ㅡExisto solo para complacer a mi Príncipe. Que mi victoria se refleje en vuestra gloria.

Sabía que no debía mirar hacia arriba. Habló tan claramente como pudo, de modo que sus palabras fueran para los espectadores tanto como para el Príncipe Heredero. Trató de parecer tan complaciente como fuera posible. Agotado y sobre sus rodillas, pensó que aquello no requería esfuerzo. Si alguien lo empujara en ese momento, lo derribaría.

JiMin extendió su pierna derecha ligeramente, presentando la punta de su bota a Tae.

ㅡBésala ㅡ ordenó.

Todo el cuerpo de Tae reaccionó contra esa idea. Su estómago se revolvió; su corazón, en la jaula de su pecho, estaba palpitando. Una humillación pública sustituida por otra. Pero era más fácil besar un pie que ser violado delante de una multitud... ¿no? Tae inclinó la cabeza y apretó los labios contra el suave cuero. Se obligó a hacerlo con reverencia y sin prisa, como un vasallo besaría el anillo de un señor feudal. Besó simplemente la curva de la punta del dedo del pie. En Daegu, un esclavo vehemente podría haber continuado hacia arriba, besando el arco del pie de JiMin o, si se atrevía, más arriba aún, al firme músculo de su pantorrilla.

Oyó al consejero GeounSoo:

ㅡHa obrado milagros. Ese esclavo era completamente ingobernable a bordo del barco.

ㅡTodo perro puede ser sometido ㅡdijo JiMin.

ㅡ¡Magnífico!ㅡ exclamó una voz suave, refinada, una que Tae no conocía.

ㅡConsejero BonHwa ㅡsaludó JiMin.

Tae reconoció al hombre mayor que había visto entre el público previamente. El que se había sentado junto a su hijo o sobrino. Su ropa, aunque era oscura como la de JiMin, era muy fina. No, por supuesto, tan fina como la de un príncipe. Pero casi.

ㅡ¡Qué victoria! Vuestro esclavo merece una recompensa.

Permitidme ofreceros una.

ㅡUna recompensa ㅡrepitió JiMin, categórico.

ㅡUna pelea como esa, creo que ha sido realmente magnífica, pero sin clímax: permitidme ofrecerle una mascota en lugar de su conquista prevista ㅡdijo Audinㅡ, ya que todos estamos ansiosos de verlo realmente en acción.

Tae volvió la vista hacia la mascota.

Aún no terminó. «Haz algo», pensó, «hazte el enfermo».

El joven no era el hijo del hombre. Era una mascota; aún no había llegado a la adolescencia, tenía delgadas extremidades y su desarrollo se daría en un futuro un tanto lejano. Era obvio que estaba petrificado por Tae. El pequeño surco de su pecho subía y bajaba rápidamente.

Tendría, como mucho, catorce. Sin embargo, parecía tener doce.

Tae vio las posibilidades de volver a Daegu consumirse y extinguirse como la llama de una vela, y como todas las puertas de su libertad se cerraban. Obedecer. Seguir las reglas. Besar la bota del Príncipe. Pasar las de Caín. Realmente había creído que sería capaz de ello.

Reunió lo último de sus fuerzas y dijo:

ㅡHaced lo que queráis conmigo. Yo no voy a violar a un niño.

La expresión de JiMin vaciló.

La objeción llegó de un lugar inesperado.

ㅡNo soy un niño ㅡdijo el aludido enfurruñado. Pero cuando Tae lo miró con incredulidad, el muchacho rápidamente palideció y se mostró aterrorizado.

JiMin miraba de Tae al niño y viceversa. Frunció el ceño, como si algo no tuviera sentido. O no fuera a su manera.

ㅡ¿Por qué no? ㅡdijo bruscamente.

ㅡ“¿Por qué no?”ㅡrepitió Tae ㅡPorque no comparto vuestro hábito cobarde de golpear solo a aquellos que no pueden devolveros el golpe y obtener cualquier placer hiriendo a los más débiles que yo. ㅡ Impulsado más allá de la razón, las palabras salieron en su propio idioma.

JiMin, que sabía hablar su idioma, lo miró a los ojos y Tae le devolvió la mirada; y no se arrepintió de sus palabras; no sintió nada, excepto odio.

ㅡ¿Alteza? ㅡpreguntó BonHwa, confundido.

JiMin, finalmente, se volvió hacia él.

ㅡEl esclavo está diciendo que si deseas ver a tu mascota inconsciente, partida por la mitad, o muerta de miedo, entonces necesitarás hacer otros arreglos. Se niega a tus servicios.

Se impulsó fuera del asiento y Tae fue casi lanzado hacia atrás cuando JiMin pasó, ignorándolo. Le oyó ordenar a uno de los sirvientes: ㅡHaz que traigan mi caballo al patio norte. Voy a dar una vuelta.

Y luego se acabó; finalmente y de forma inesperada, de alguna manera había concluido. BonHwa frunció el ceño y se marchó. Su mascota trotó tras él, después de lanzar una mirada indescifrable a Tae.

En cuanto a este, no tenía ni idea de lo que acababa de suceder. En ausencia de otras órdenes, sus guardianes lo vistieron y prepararon para volver al harén. Mirando a su alrededor, vio que la arena estaba vacía, aunque no había percibido si el mercenario había sido llevado, o se había levantado por su propia voluntad. Al otro lado de la palestra había un fino rastro de sangre. Un sirviente estaba de rodillas, fregando. Tae estaba siendo impulsado más allá de un montón de caras borrosas. Una de ellas era la de lady EunJi que, inesperadamente, se dirigió hacia él.

ㅡPareces sorprendido... ¿estabas esperando disfrutar de ese chico, después de todo? Será mejor que te acostumbres. El Príncipe tiene la reputación de dejar a sus mascotas insatisfechas. ㅡSu risa, un bajo murmullo, se unió al rumor de voces y diversión de los cortesanos que dejaban el anfiteatro, ininterrumpidamente, camino a sus pasatiempos vespertinos.



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